Cómo responder a la siguiente pandemia con lo aprendido en tres años de covid: ¿confinamiento, mascarillas, toque de queda?
Media docena de epidemiólogos repasan algunas de las medidas tomadas entre 2020 y 2022 y examinan si habría que repetirlas, aunque todo dependerá de cómo se comporte el patógeno del que se trate
Ninguna pandemia es igual que la anterior. A la próxima —no hay duda de si llegará, sino de cuándo— habrá que responder con medidas que se ajusten al tipo de patógeno, su capacidad de infección o las poblaciones que sean más vulnerables. Siempre habrá una buena dosis de incertidumbre e improvisación. Pero tres años después de que la covid pusiera el mundo patas arriba, hay lecciones que se deberían poder extraer de aquellas decisiones que se tomaron cuando no había hoja de ruta.
Confinamiento, cierre de la hostelería, limitación de grupos sociales, prohibición de viajar a otros países, provincias o comunidades autónomas, toques de queda. Fueron dos años de restricciones inéditas en las vidas de la mayoría de la ciudadanía, que a menudo las ve ya como lejanas y casi irreales, pese a que consumieron prácticamente todo el debate público hace no tanto (las mascarillas eran obligatorias en interiores hace menos de un año). EL PAÍS ha pedido a media docena de epidemiólogos que reflexionen sobre aquellas medidas y sobre qué aprendimos de ellas para aplicarlas en caso de que llegue una nueva pandemia.
La respuesta inicial es prácticamente unánime: depende. Depende de si nos golpea un virus, una bacteria, o quizás un hongo, como sucede en la ficción de la serie The last of us. Depende de cómo sea de contagioso, de cómo se propague, de las herramientas terapéuticas que existan para hacerle frente. Depende también de si ocurre mañana, con la experiencia de la covid fresca, o dentro de 20 años, cuando ya esté casi olvidada.
La hipótesis más aceptada es que los patógenos con más probabilidades de causar pandemias son los respiratorios. Hoy el principal sospechoso es el de la gripe aviar, aunque los microorganismos no siempre siguen el guion establecido. La propuesta es suponer que un nuevo (o viejo) virus se propaga de una forma muy similar a cómo lo hizo la covid.
La segunda contestación de los expertos consultados también se parece en muchos de ellos: no existen certezas sobre qué medidas fueron más efectivas, hay poca evidencia que nos diga en qué grado contribuyó cada una a reducir los contagios. Clara Prats, física experta en modelos computacionales de enfermedades infecciosas, cree que es difícil valorar las restricciones: “Aunque se han publicado estudios que analizaban distintas medidas en varios países, tratando de eliminar los sesgos y factores de confusión, no he leído ninguno en el que realmente se pueda cuantificar la efectividad de alguna en todas sus dimensiones. En gran parte creo que es porque el contexto afecta en gran media al efecto de las restricciones; por ejemplo, en la primera ola con el confinamiento tan bestia, un factor determinante es que al no poder medir los casos nos encontramos con el tsunami de un día para otro. En cambio, en segunda o tercera ola, con mejor medición, se podía reaccionar antes, con confinamientos más suaves”.
Miguel Hernán, catedrático de Epidemiología de la Universidad de Harvard, está trabajando en el proceso de evaluar cómo de eficaces fueron las medidas que se tomaron en 2020 y 2021. “Si conseguimos modelar estos datos, estaremos en mejores condiciones para hacer un análisis cuantitativo de las decisiones”, explica.
Con todos esos matices en mente para cada respuesta, estas son algunas de las reflexiones de los epidemiólogos consultados sobre las principales restricciones que se impusieron.
¿Sería necesario un confinamiento masivo?
Lo ideal, dice Alberto Infante, profesor emérito de salud internacional en la Escuela Nacional de Sanidad, es que los sistemas de detección se hayan afinado, la vigilancia epidemiológica sea mejor y no se llegue a un punto de no retorno en el que el confinamiento sea la única respuesta posible. Es lo que sucedió en marzo de 2020. “Habría que reaccionar antes”, coinciden los consultados. Pero, llegados a cierto punto, si el virus se propaga a tal velocidad que las UCI corren el riesgo de saturarse, el confinamiento es seguramente la única opción. Diversos estudios calcularon cuántas vidas se salvaron gracias a esa medida. Uno de Nature elevó la cifra en España a 450.000.
“Cuanto antes y más contundentemente actúes, mejor”, dice Fernando Rodríguez Artalejo, catedrático de Salud Pública de la Universidad Autónoma de Madrid. Esto permite ralentizar la expansión del virus y ganar tiempo de preparación. Y algo que era todo un mantra y casi cayó en el olvido: aplanar la curva para que el sistema sanitario no se colapse y sea capaz de atender gradualmente a todo el que lo necesite. Si hay que ponerle un pero a ese confinamiento sería, en opinión de Pedro Gullón, de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE), que fue demasiado restrictivo: “Ya tenemos información que nos dice que no era necesario impedir a la gente que pudiera pasear por la calle”.
¿Mascarillas obligatorias?
La fundación Cochrane, reconocida como el estándar más alto de la salud basada en la evidencia, ha publicado este mismo año una revisión de estudios sobre la efectividad de las mascarillas. Sus resultados produjeron cierto alboroto en el cada vez más reducido universo de personas que continúan prestando atención a las novedades en torno a la covid-19. “Existe incertidumbre sobre los efectos de las mascarillas [...] nuestra confianza en la estimación del efecto es limitada”. Tratándose de una medida que generó enorme polarización (no tanto en España, pero sí en países como Estados Unidos), esta frase sirvió a sus detractores para pregonar la inutilidad de las mascarillas. Pero, como añade la propia publicación, “se necesitan estudios amplios y bien diseñados que aborden la efectividad de muchas de estas intervenciones en múltiples ámbitos y poblaciones, así como la repercusión del cumplimiento en la efectividad, especialmente en aquellos con mayor riesgo de infecciones respiratorias agudas”.
Con la incertidumbre de no saber exactamente su grado de efectividad, todos los expertos consultados que contestaron a esta pregunta mantendrían las mascarillas ante un nuevo virus respiratorio. “Es una medida que tiene muchísima utilidad y esperemos que en algunos casos haya llegado para quedarse”, dice Óscar Zurriaga, presidente de la SEE, refiriéndose a personas que tienen algún síntoma respiratorio. “Prácticamente no tiene efectos secundarios”, justifica Ana María García, catedrática en Medicina Preventiva y Salud Pública en la Universidad de Valencia. Gullón matiza que no sería necesaria en espacios abiertos, algo que ha sido obligatorio en España durante buena parte de la pandemia.
¿Debería frenarse la movilidad?
Aquí hay división de opiniones. Rodríguez Artalejo sostiene que una limitación del tráfico internacional contundente y temprano sirve también para ganar tiempo, pero que, más allá de eso, la restricción de movilidad solo es útil cuando un patógeno circula mucho por un lugar relativamente pequeño y poco en otras zonas. “En estos casos puede tener sentido, pero si el virus ya está bastante extendido, aporta poco”, afirma. García argumenta, sin embargo, que durante la pandemia se vio “muy claramente” una correlación entre la movilidad y la expansión del virus. “Cuanto menos te muevas, menos se expande”, dice. Pero también reconoce que “se tomaron tantas medidas a la vez que es difícil saber cuáles fueron efectivas”.
¿Cómo restringirían la actividad social?
García explica que, cuando no se sabe cómo detener a un virus, “cuanto menos contacto social, mejor”. “Y si nos quedamos en casa para toda la vida se terminaban las enfermedades infecciosas, en el extremo absurdo. Por eso hay que hacer un equilibrio que tenga también en cuenta la economía y otros factores”, señala. Según Artalejo, reducir las reuniones por debajo de 10 personas parece ser la medida más eficaz. “Tiene sentido porque afecta a reuniones en trabajo, centros de ocio, hostelería. Afecta a las barras, a las mesas grandes. No necesariamente cerraría toda la hostelería”. También apuesta el catedrático por los toques de queda para evitar el ocio nocturno, un ambiente muy propicio para el contagio por mezclar alcohol, espacios cerrados, música (y, por lo tanto, gente cantando o hablando muy alto...). Zurriaga y Gullón coinciden en que la hostelería ha sido uno de los entornos donde más se ha transmitido el virus, así que habría que considerar cómo restringirla. “Lo que haría es estudiar dónde se propaga más y tomar acciones en función de eso, no según dónde el coste político es menor”, asegura Gullón.
¿Habría que cerrar los colegios?
Con lo que se sabe hoy de la covid, una enfermedad que en niños muy raramente tiene complicaciones, los consultados coinciden en que cerrar los colegios es una medida que debe limitarse al mínimo imprescindible, si es que se tienen que clausurar en algún momento. “Cerrar colegios casi nunca es una buena idea. Muchas veces puede ser un mecanismo de difusión masiva porque al enviar a los niños a casa, a lo mejor lo contagian a las familias”, resume Zurriaga.
¿Qué medida que no se tomó sería necesaria?
En España, en uno u otro momento, se tomaron prácticamente todas las medidas posibles. Gullón echa en falta que a la hora de ponerlas en marcha se hubiera tenido más en cuenta el contexto social y laboral: “Buscar buenas alternativas habitacionales, atender circunstancias de colectivos especialmente vulnerables, realidades como pueden ser las parejas donde se produce violencia de género...”. Infante hace hincapié en lo que habría que hacer antes, no durante la crisis: “Primero habría que ejecutar modificaciones legales para hacer frente a la pandemia con mayor celeridad. Segundo, tener suficientes reservas de materiales, ventiladores, medicamentos... Tercero, proteger rápidamente a los colectivos que tengan mayor riesgo. Cuarto, acceso inmediato, y si puede ser, gratuito, a mascarillas de la mejor calidad. Y quinto, tener dispuestos equipos de vigilancia y laboratorios para detectar e identificar cuanto antes al virus”. El presidente de la SEE cree que más que fijarse en una u otra conviene recordar la metáfora del queso Gruyère: cuantas más capas se superpongan, menos probabilidades hay de que un agujero las atraviese.
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