La Manada de Castelldefels: cinco amigos a la caza de “mujeres con la autoestima baja”
Los investigados aprovechaban el consumo de alcohol de víctimas “manipulables” para someterlas a sexo en grupo contra su voluntad
Alejandro Raúl P., técnico de farmacia, soltero, 34 años, alias El Cubano, encargado de captar a mujeres para el grupo a través de aplicaciones como Badoo.
Robert P., gestor fiscal y contable, también soltero y de 34 años, el anfitrión: ponía el piso de su abuela, en Castelldefels (Barcelona), a disposición de los amigos para orgías.
José Miguel M., operario de Amazon, alias Joselito; divorciado, 30 años, padre de un niño de cinco y uno de los más activos en las fiestas sexuales.
David A., camarero, soltero y de 33 años, consciente del riesgo de que el grupo acabara en manos de la policía y autor de frases como “a la chavala esa la hemos destrozado”.
Y Orlando N., conductor de autobús, soltero y de 36 años, que siguió en contacto con una de las víctimas hasta dos meses después de la presunta agresión.
Estos cinco hombres, con trabajos estables y vidas razonablemente normales y ordenadas, son los cinco amigos que permanecen en prisión preventiva por la presunta violación grupal de, por lo menos, tres mujeres en 2021. Los miembros de La Manada de Castelldefels se conocían desde chavales. Jugaban a videojuegos en un cibercafé de esta localidad de Barcelona y, más tarde, salían juntos a discotecas. Con la pandemia, organizaron fiestas privadas en el piso de uno de ellos que se convertían en noches de sexo salvaje y no consentido, según la investigación judicial. Invitaban a mujeres con la intención de mantener relaciones en grupo y grabarlas, para luego compartir fotos y vídeos en un grupo de WhatsApp, bautizado K-Team Manada y presidido por una foto de los violadores de Pamplona, en el que participaron hasta 17 personas, incluidas dos mujeres.
La jueza que instruye el caso en los juzgados de Gavà, Laia Boix, habla en sus autos de “depredación sexual”, de “menosprecio a las mujeres” y de “grupo organizado”, por la distribución de roles. Los líderes eran Alejandro P. y Robert P. Su misión era conocer mujeres y arrastrarlas hacia una fiesta en la que habría música y alcohol, pero sobre todo sexo. No valía cualquiera. Los depredadores buscaban a mujeres que “pasaban por momentos de debilidad psicológica que las hacían manipulables”, según uno de los atestados de los Mossos d’Esquadra incluidos en el sumario judicial, al que ha accedido EL PAÍS. Las conclusiones de la policía se deslizan de los miles de mensajes recuperados del grupo de WhatsApp, una galería de los horrores de un machismo ilimitado. En octubre de 2021, El Cubano escribe a sus amigos: “El Robert pilla a las mujeres de autoestima baja”.
A. tenía 20 años cuando fue víctima, en mayo de 2021, de una agresión sexual en el piso de Castelldefels. Había conocido a El Cubano en Badoo, una web de citas. Estaba diagnosticada con depresión y ansiedad por el acoso escolar sufrido en la adolescencia. La noche de la fiesta había bebido “10 o 12 cubatas”. Accedió a hacer un trío con Orlando y El Cubano, pero este invitó a los demás a participar sin su permiso: “Mirad cómo está. Aprovechad a hacer lo que queráis”. La grabó en vídeo, la obligó a hacerle una felación a Robert y entre varios le introdujeron una botella de cerveza en la vagina contra su voluntad. Su relato, admiten los Mossos, presenta “contradicciones” —que ella atribuye a la “confusión” por su estado de embriaguez—, pero fue el que impulsó la investigación que permitió localizar, a través de conversaciones en el iPhone de Robert, a otras dos víctimas.
Las declaraciones de estas dos mujeres (B. y C., para proteger su identidad) sí fueron “sólidas y coherentes”, según la juez, y su testimonio, junto a la declaración de testigos y el análisis de los mensajes, motivaron el ingreso en prisión de los cinco miembros de La Manada el 22 de diciembre.
B. tenía 41 años y se encontraba de baja médica tras ser sometida, sin éxito, a un bypass gástrico para perder peso. En mayo de 2021, cuando aceptó ir a una fiesta invitada por El Cubano —lo conocía de la farmacia— estaba “flojita, tristona y con la moral baja, más vulnerable de lo normal”, declaró a los Mossos. Tomaba ansiolíticos. “En ningún momento acordé que fuese a tener relaciones con varios chicos a la vez. Si me hubieran propuesto participar en una orgía, me hubiese negado”, detalló. En la fiesta estaba presente la primera víctima, A. Cenaron “un poco de pizza” y ella bebió “cuatro o cinco gintonics”, por lo que estaba “muy borracha” cuando accedió a tener relaciones con uno de los chicos presentes en la fiesta, Joselito, en la habitación. Pese al alcohol, dice que recuerda lo sucedido. Alejandro y Robert abrieron la puerta “de sopetón, sin permiso”. Este último se bajó la bragueta, le acercó el pene a la boca y ella le practicó una felación. “Lo hice forzada y con miedo. Con tanto chico… Pensé que así me libraría rápido”, contó. “Se aprovechó de la situación. Si no hubiese estado tan bebida, lo habría echado”. Los Mossos coinciden en el análisis: “La actuación en grupo, bajo los efectos del alcohol, en una habitación rodeada de desconocidos, sin estar en plenas facultades, llevan a la víctima a un sometimiento involuntario que anula su voluntad”.
C. tenía 26 años en marzo de 2021, cuando retomó el contacto con El Cubano, al que conocía del instituto. Él sabía de su discapacidad: padecía distonía generalizada y epilepsia, y se medicaba con diazepam. Acudió a la fiesta voluntariamente, pero nunca dio su consentimiento, afirmó, para mantener relaciones sexuales. Había bebido “muchos cubatas de ron con Coca-Cola” cuando Robert, en el sofá de su abuela, intentó besarla y meterle mano. Ella lo apartó. Era la única mujer entre cinco chicos. Se sentía “sola e intimidada”. Uno de ellos la llevó del sofá a la habitación mientras la fue desnudando. “Me sujetaban porque iba borracha y no podía caminar bien. En la habitación, me pusieron boca abajo, a cuatro patas, y me quitaron el tanga rojo”. “¡Venga, venga, quitaos los pantalones!”, gritó otro. Tres de ellos, declaró, la violaron al mismo tiempo y sin preservativo. “Dije que parasen de penetrarme, que no me estaba gustando”. La mujer oponía resistencia y encogía el cuerpo para dificultar la penetración. Pero ellos solo se detuvieron cuando quisieron. La dejaron “sola y desnuda” en la habitación y la despidieron en la puerta: “No te pongas así que has sido una campeona”. C. se fue sola a casa caminando, con dolor en el ano y la vagina. Se duchó a conciencia porque se sentía sucia. “Tengo claro que me violaron en grupo aquella noche y que me escogieron por mi discapacidad. Quiero denunciarlo para que no se vuelva a repetir con ninguna chica”, manifestará más tarde ante la juez.
Todas las víctimas reprocharon a La Manada, más temprano que tarde, su comportamiento. B., obligada a practicar una felación, escribió a El Cubano: “Iba muy mal. Robert se portó fatal, me pone el pene y ala. Me arrepiento un montón. Me dio asco”. Lo mismo C., que de camino a casa le escribió: “Me habéis reventado”. Ellos entonces intentaban calmarlas para evitar problemas (“tú ahora descansa y no digas nada”, le dijo a esta última) mientras en el grupo de WhatsApp lo comentaban todo entre risas y bromeaban sobre la posibilidad de acabar entre rejas y de aparecer en prensa “como la Manada 2.0″. Esos mensajes son ahora una prueba de cargo más en el proceso penal. Sobre la víctima C., existe un mensaje de audio de Robert: “La pava iba muy borracha, tuve que ayudarla a levantarse. Salieron el David y el Joselito a por ella (…). Hubo un momento en que [fuimos] los tres a mirar porque estaban haciéndole una doble penetración”. “Se nos fue la olla”, admite otro sobre la chica, a la que llaman despectivamente La Pato por su discapacidad. El Cubano confía en evitar que denuncie: “Está rallada, pero yo la torearé. Lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas”.
Para los Mossos, existe un patrón de comportamiento repetido. La Manada aprovecha la “vulnerabilidad mental y psicológica” de las víctimas que, sometidas a una situación de presión y bajo los efectos del alcohol, “asumen las conductas sexuales como hechos que son consecuencia de su voluntad”. Los mensajes revelan que el grupo considera a las chicas “un objeto al servicio del grupo, sin ninguna voluntad de decisión”, dice la policía, que corrobora que al menos los encuentros con A. y C. fueron grabados sin su consentimiento y difundidos, lo que constituye otro delito: revelación de secretos. Los mensajes, una vez más, lo corroboran. Habla Robert: “Las chicas te envían fotos guarras porque piensan que eres diferente y no las vas a rular, jajaja”.
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