Recetas para un tiempo sin espíritu
Los políticos andan más pendientes de qué dirán de ellos que del calado de sus decisiones y de la huella que estas pueden dejar en el futuro
Llevo observando, desde antes de que nos asolara la covid, cómo el valor de la cultura se ha ido reduciendo cada día. Son muchos los filósofos que han indagado en la idea del espíritu del tiempo y, desde hace años, lo que me preocupa, realmente, es que hayamos caído en un tiempo sin espíritu. Por mucho que nos empeñemos en culpar a las circunstancias de muchos de nuestros males, de esto que señalo solo somos responsables nosotros mismos.
¿Desde cuándo se ha venido produciendo este descorazonador fenómeno? Aparece, bajo mi punto de vista, paralelo a la irrupción de internet. Dicho invento supuso una herramienta indiscutible, que sin duda ha mejorado nuestras vidas en muchos aspectos. Pero también ha acarreado diversos problemas. El ser humano es capaz de crear cosas extraordinarias, pero muchas veces se muestra incapaz de convivir con ellas. De ser patrón pasa fácilmente a convertirse en esclavo. ¿Qué es un cuchillo? ¿Algo con lo cual se puede matar a un ser humano o algo con que cortar un pedazo de pan para darle algo de comer a quien tiene hambre? El cuchillo es inocente; es el ser humano quien decide qué uso darle.
Internet ha disminuido nuestra curiosidad como especie viva y atenta a lo que le rodea. Muchas ideas han naufragado y el invento nos ha cegado en ciertos sentidos. Al tiempo, nuestros deberes se han aflojado. Se nos llena la boca al hablar de derechos, pero no somos capaces de articular discursos respecto a nuestras responsabilidades.
Para revertir esto, necesitamos como pocas veces la política. Y más si entramos a analizar el estado de la cultura. Pero como consecuencia de ese tiempo sin espíritu, comprobamos que los políticos de ahora andan más pendientes de qué pensarán o dirán de ellos que del calado de sus decisiones y de la huella que estas pueden dejar en el futuro. Es decir, se atienen a valores superficiales, no decisivos, ni centrales. Se formulan preguntas a corto plazo.
En ese sentido, quizás desde los espacios públicos confundamos lo que son remedios para este tiempo de pandemia en que la cultura ha sufrido sus cierres y efectos devastadores con lo que representan soluciones a largo plazo. Por ejemplo, la música, la ópera, el teatro, la danza, las artes escénicas han encontrado en la mayoría de países una salida en el streaming que no debe acabar cuajando como una solución. Está bien que las televisiones —sobre todo públicas— apoyen espectáculos por medio de ese canal, pero nunca como receta de futuro. Tan solo como mal menor. Sería un error hipotecar el porvenir a eso. Lo mismo que la aparición del disco no sustituyó a los conciertos en vivo. Es más, ese mercado, de hecho, casi ha desaparecido y hoy sacar un disco supone una excusa para salir a dar conciertos. El medio vuelve a servir al fin, como debe ser.
En la Staatsoper de Berlín planeamos retransmitir el próximo 2 de abril Las bodas de Fígaro, de Mozart. Un día después, lo haremos ante 500 espectadores en el teatro. Así, el remedio que ha supuesto el streaming será el prólogo de la solución a la que debemos regresar en cuanto sea posible: la música, la ópera en vivo. Pero todo será más fácil si encontramos una complicidad entre artistas, el mundo de la cultura y los políticos. Estos últimos deben aprovechar para volver a otorgar a la cultura la categoría que tuvo y que vuelva a estar entre sus prioridades. Le guste o no la música a un representante público, este debe hacerle un hueco preferente entre sus materias de máxima importancia porque la realidad es que supone algo crucial para el desarrollo de los ciudadanos. Es fundamental que se proporcione el acceso masivo a la misma y no solo mediante las subvenciones, sino también en las agendas y las prioridades que debe suponer la filosofía de cualquier gestión pública.
He tenido muy presente estos meses El anillo del Nibelungo. La gran obra wagneriana aborda el caos que se produce en el equilibrio del mundo cuando se sustrae algo por avaricia dentro del orden natural. Nuestra decadencia dentro del tiempo sin espíritu tiene que ver con esa pérdida de contrapesos que hemos vivido en Occidente desde la caída del muro de Berlín. Si bien resulta probado que el comunismo no ha sido la solución, es evidente que el capitalismo tampoco. Ojalá lo que nos ha ocurrido nos haga reflexionar y podamos volver a encontrar ese equilibrio que será la base, no solo de nuestra supervivencia, sino también de nuestro futuro progreso.