Volver a ver la luz en el año más oscuro
Vicente Martínez perdió la vista hace dos años por un glaucoma cuya causa los médicos aún ignoran. Tras un trasplante de córnea pudo ver por primera vez a su hijo, nacido en mitad de la pandemia
Era una mañana soleada de febrero de 2013, pero a Vicente Martínez se le nubló todo. Una bruma espesa invadió su campo de visión y un fuerte dolor de cabeza le obligó a girar el volante de su vehículo y cambiar de destino. Lo que iba a ser una visita rutinaria al dentista acabó convirtiéndose en una pesadilla. A trancas y barrancas consiguió llegar hasta casa de sus padres, que lo llevaron al hospital Reina Sofía de Córdoba. Durante ocho años, este cordobés (30 años, Montoro) ha luchado —y sigue luchando— contra un glaucoma que primero le quitó la visión de su ojo izquierdo y hace dos años lo dejó totalmente ciego. Después de 16 operaciones, la única esperanza era un trasplante de córnea en uno de los ojos. Hace casi un año, en medio de la pandemia, nació su tercer hijo, Deylan, a quien no pudo ver hasta el pasado noviembre, cuando llegó la ansiada llamada: había un donante.
El doctor Javier Giménez-Almenara (39 años, Córdoba), especialista en oftalmología del hospital Reina Sofía de Córdoba, le diagnosticó un glaucoma de origen inflamatorio, una inflamación en el ojo que genera una subida de tensión, que es la que ocasiona la pérdida de vista. Desde entonces, sus caminos no se han separado. “Tenerlo a él es lo mejor que me ha pasado”, confiesa Vicente, un halago que el doctor agradece con sonrojo y timidez.
Aunque el glaucoma es una de las principales causas de ceguera en el mundo, solo el 10,9% de los 64 millones de personas que lo padecen el mundo, pierde totalmente la visión, según el Informe mundial sobre la visión de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Pero el caso de Vicente presenta unas características que lo hacen especial, según Giménez-Almenara. La más llamativa es que todavía no han podido averiguar qué lo causó. “No se trata una enfermedad rara. Le hemos hecho pruebas de todo tipo y está sano, excepto en el ojo. En 15 años como oftalmólogo no he visto nada igual”, explica el doctor, quien asegura que lo más seguro es que no lo vaya a saber nunca. Otro factor es la edad. Vicente solo tenía 28 años cuando se quedó completamente ciego. No es habitual que gente tan joven se quede ciega. De los 71.331 afiliados a la ONCE en 2020, solo el 6,86% entre 17 y 30 años lo es. El tercer punto, explica el doctor, es la gran presión intraocular que sufría su paciente: “Lo normal es tener entre 11 y 21 milímetros de mercurio. A partir de 25 se tiene que tratar. Él llegó a alcanzar 45”.
Para un hombre que nunca había tenido problemas de vista fue difícil de digerir. “Con la visión en un ojo sí me podía manejar. Pero cuando estás ciego se te cae el mundo en lo alto. No me podía defender en ningún lado. No podía ni cuidar a mis hijos”, cuenta entre lágrimas. Sufrió mucho al tener que dejar su trabajo en el campo, después de estar subido a un tractor desde los 16 años. Son tres los momentos que recuerda como los más duros de su vida. “Un día llegué a casa y escuché a mi mujer llorar y gritar. La sentí correr escaleras abajo. Le había reventado una vaporeta y se había quemado la cara. Teniendo un coche en la misma puerta, sabiendo conducir, no poder hacer nada es lo peor. No te valoras como persona”, cuenta. Los otros son la pérdida de su abuelo y su abuela, esta última en mitad de la pandemia: “El adiós se lo das, pero la imagen no se te queda en la cabeza”.
Las complicaciones se daban con cada subida de tensión —solían ocurrir en primavera—, ya que cada pérdida de visión era irreversible. Hace dos años se quedó ciego. El ojo izquierdo, muy dañado, era irrecuperable, pero había una esperanza con el derecho. La luz al final del túnel empezó a otearla Vicente el pasado 17 de noviembre, cuando le avisaron de que habían encontrado un donante de córnea del banco de tejidos de Córdoba. “Lo tenía todo perdido, ya estaba ciego. Fue muy rápido: me avisaron a las 13.30, a las cuatro de la tarde me hicieron la prueba del covid y me ingresaron a las ocho de la mañana del siguiente”, relata.
“Aunque la operación no es muy complicada, y tiene una duración de una hora, era la más crítica. Tenía miedo de que se le dañara lo poco que le quedaba de nervio óptico y no pudiera ver nunca más. Yo con él tengo una responsabilidad, no es un paciente nuevo. Era o sí o no: nuestra última oportunidad.”, relata el doctor. Una frase de Vicente antes de entrar al quirófano resonaba en la cabeza del doctor: “Vamos a salir victoriosos: quiero ver la cara de mi hijo”.
Durante el 2020 se realizaron en el hospital Reina Sofía 69 operaciones de este tipo. La intervención salió perfecta y a Vicente le “devolvieron la vida”. Recuerda aún los nervios del día siguiente a la operación, cuando, postrado en la camilla, cerraba los ojos con fuerza, con miedo a abrirlos por si no había salido bien. “Cuando lo abrí, yo le vi la cara a la enfermera: le vi los ojos, la boca, la goma de las mascarillas más finita, el pelo, las cejas: me impactó. Volví a cerrarlos porque no me lo creía. Miré para atrás y estaba mi hermana. Y pensé: sí, es verdad”.
La plena felicidad llegó al reunirse con sus tres hijos. “Vi al pequeño primero porque los otros dos estaban en la escuela. Llevaba seis meses en este mundo y no le había visto la cara. No daba crédito”. Aunque le esperaba un posoperatorio de un año, un susto el día de Noche Buena hizo temer lo peor. “Mi hijo mediano, Hugo, me dio un golpe en el ojo sin querer, jugando. Me volví a quedar ciego. Se le habían saltado los puntos. “El doctor le operó de nuevo y ahora estoy fenómeno. Ahora no me saco las gafas de protección ni para dormir”, dice entre risas. A pesar de todo, Vicente solo puede pensar en lo bueno: “Yo sé que 2020 ha sido un año muy duro para todos, pero para mí ha sido lo mejor”.
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