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Uno de cada 10 vecinos de las zonas rurales ha nacido fuera de España

La inmigración es la clave contra el envejecimiento y la despoblación, activa la economía y crea entornos cosmopolitas, según un informe del Observatorio Social de La Caixa

Un grupo de pastores a su paso por la sierra de Oncala, en Soria.
Un grupo de pastores a su paso por la sierra de Oncala, en Soria. Jorge Sanz (Pacific Press/ LightRocket) (Getty Images)

No es ningún secreto que la población de la España rural ha ido menguando poco a poco en los últimos años. Por ello, la llegada de habitantes de origen extranjero se ha convertido en un factor determinante para el rejuvenecimiento y la preservación de la actividad en las zonas menos pobladas. Una prueba es que la décima parte de la población de municipios de menos de 10.000 habitantes ha nacido fuera de España. Así lo refleja el estudio La inmigración dinamiza la España rural, publicado por el Observatorio Social de La Caixa, presentado este miércoles por sus autores, Luis Camarero, de la UNED, y Rosario Sampedro, de la Universidad de Valladolid. Ambos consideran una paradoja que estos reductos rurales muestren una fotografía tan diversa y cosmopolita como la de algunas áreas urbanas. El porcentaje de extranjeros en los municipios con más de 100.000 habitantes es ligeramente superior: un 12,39%, frente 11,43% de media nacional, según datos del Instituto Nacional de Estadística.

Lo que atrajo a Martina Ordóñez, de Beratón, un pueblo soriano que apenas llega a los 30 habitantes, fueron las montañas. En cierto modo el paisaje del Moncayo le recuerda a la zona de Nicaragua donde esta mujer de 42 años y su marido se criaron. A veces durante las tardes toman café en el único bar del pueblo, donde es difícil no toparse con una cara amiga. Los inviernos suelen ser difíciles porque muchos días la carretera amanece llena de nieve y quedan aislados, sin que su hija Norma pueda ir al colegio al pueblo de al lado. Hace poco, el invierno llegó antes de tiempo debido a un brote de coronavirus, que confinó en sus casas a la mitad de sus vecinos. Aún así, el matrimonio se las arreglaba para dejar comida preparada y medicinas en la puerta de Isidoro Serrano, que vive en Beratón desde que nació hace 81 años.

La experiencia de Martina e Isidoro es solo un ejemplo de que la inmigración se ha convertido en uno de los principales antídotos contra el envejecimiento de la España rural. Según el estudio de La Caixa, las madres rurales de origen extranjero tienen más hijos que las nacidas en España. La diferencia es de 1,5 hijos por mujer extranjera frente a un 1,2 de las autóctonas. Además, las reagrupaciones familiares contribuyen de manera significativa a la renovación generacional de la población. El informe señala que en 2019 uno de cada cinco menores de 13 años en la España rural era hijo de madre de origen extranjero. En los pueblos de menos de 1.000 habitantes, la proporción se eleva hasta uno de cada cuatro, aunque en el caso de Beratón Norma es la única niña.

Las principales razones que han motivado estos flujos de migración han sido la dificultad de cubrir con empleados españoles trabajos en la agricultura, la construcción o el turismo y en la demanda de cuidadores. La crisis de 2008 frenó este flujo de llegada de inmigrantes, aumentó la marcha de los jóvenes a las urbes y congeló las reagrupaciones de familias extranjeras, pero las cifras han ido creciendo desde 2015 hasta la actualidad. Durante los años que precedieron a la crisis, la brecha económica se amplió, hasta el punto de que casi una de cada dos personas vivía en hogares que ingresaban menos de lo establecido para no caer en la ruina. A Martina y a su marido las cosas les van mucho mejor que hace nueve años, cuando llegaron al pueblo. Están al cargo de varias tierras e incluso acaban de comprar otras. Sus jornadas suelen comenzar pronto, siempre hay algo que hacer. Como la mayoría de los trabajos del campo, están sujetos a la temporada, por lo que en invierno, cuando no es época de siembra, trabajan en empresas de pueblos cercanos.

La gran mayoría se enfrenta a problemas como la precariedad laboral y la falta de acceso a la vivienda o a servicios básicos como los sanitarios. Las familias con una persona inmigrante al frente tienen un riesgo de pobreza 2,5 veces mayor que las nacidas en España. Para las personas extranjeras, además, el empleo es el requisito del que depende la renovación de los permisos necesarios para permanecer en España. Las familias inmigrantes dependen en mayor medida de empleos temporales y, por tanto, más inseguros e inestables. En 2018, la proporción de estos contratos entre extranjeros casi duplicaba a la de entre españoles. Además, los trabajos que realizan los inmigrantes suelen tener peor sueldo y condiciones de horarios, turnos o posibilidades de promoción.

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La situación de desigualdad se agrava en el caso de las mujeres extranjeras. Ellas ganaron de media poco más de 14.000 euros brutos frente a los casi 20.000 de las mujeres españolas en 2016 -y los 27.000 de los hombres españoles-, según los datos del informe. Estas diferencias vienen condicionadas por diversos factores, como su mayor propensión al trabajo a tiempo parcial o las interrupciones en el trabajo para atender a la familia, así como la discriminación directa o indirecta por sexo o nacionalidad.

La falta de espacio en la vivienda puede tener consecuencias negativas para el desarrollo de la vida cotidiana porque muchas veces carecen de comodidad e intimidad y no disponen de lugares adecuados para comer, estudiar o descansar. Esto se une a las cifras de abandono escolar temprano entre los jóvenes migrantes, que dada la importancia de la formación para conseguir después un trabajo, resulta preocupante que casi un tercio abandone el sistema educativo una vez termina los estudios obligatorios.

Las crisis nunca fueron buenas para las áreas rurales. Camarero, autor del estudio, explica que la incertidumbre actual con el coronavirus puede disminuir la llegada de población desde el extranjero y dificultar también los procesos de reagrupación familiar. Esta situación unida a una previsible caída de la fecundidad por la inestabilidad económica podría hacer menguar de nuevo la población rural. Aun así Camarero recuerda que la pandemia también ha permitido “tomar conciencia de la importante contribución que la población foránea realiza para garantizar la producción alimentaria y especialmente la vida de nuestros pueblos”.

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