Príncipes y princesas
Aquellos delantales de uniforme de pobre, con sus bolsillos para todo, sus imperdibles en los tirantes, sus rodetes de hilo y aguja, sus aspirinas para la droga doméstica
El fallecimiento del Príncipe Gitano me devuelve de lleno a aquel Barrio Chino que, dentro del Distrito V, configuró la geografía de mi barcelonesa infancia y la de amigos que ya no están. El futuro intérprete flamenco de In the Ghetto era favorito entre el ramillete de copleros y coplistas que engalanaban nuestras angostas galerías y las no menos deprimentes escaleras. La radio, siempre. “Fue mi mare una gitana, y mi pare un caballero”, cantaba el no menos aplaudido Pepe Blanco, precisamente en una copla llamada El Gitano Señorito, pero este otro príncipe (formaba pareja en el arte y en la vida con Carmen Morell) era mucho más admirado por su Cocidito madrileño, especial para tiempos de gusa, cuando no hambre, y por el chascarrillo que las mujeres de mi barrio, princesas del confinamiento entre las fronteras del gueto inmigrante, se contaban entre risas, mientras hurgaban en el fondo del bolsillo de sus delantales. Aquellos delantales de uniforme de pobre, con sus bolsillos para todo, sus imperdibles en los tirantes, sus rodetes de hilo y aguja, sus aspirinas para la droga doméstica. O Agua del Carmen, de uso alcohólico vergonzante.
La broma que intercambiaban las mujeres, reinantes entre mugre y fogones, es tan grosera e inadecuada para estos tiempos que no me resisto a repetirla: “¿Quién es la mujer con el pubis más canoso de España?”, preguntaba una (ellas no decían pubis; decían chocho), y la otra, tapándose con la mano la menesterosa dentadura, contestaba: “Carmen Morell, porque tiene el Pepe Blanco”. Reían.
Y hasta aquí hemos llegado.
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