Señoras, evítennos el bochorno
Las esposas de los dirigentes en actos oficiales con programa paralelo dan una imagen trasnochada
Ha vuelto a suceder. Los hombres supuestamente más poderosos de la tierra se han reunido para resolver los problemas del mundo mientras sus esposas salían de compras. Ha ocurrido en la ciudad francesa de Biarritz, donde Melania Trump (Estados Unidos), Akie Abe (Japón) y Brigitte Macron (Francia), además de otras importantes primeras damas, han compartido una gira turística aprovechando que sus maridos se reunían para acordar una tasa Google para Europa o alentar el regreso al diálogo con Irán. Y ya que nos gobiernan líderes tan lógicamente pendientes de su aceptación demoscópica habría que preguntarles hasta cuándo ellos y ellas van a reproducir un espectáculo tan caduco y bochornoso.
Da mucho juego; es cierto. Los expertos en moda y protocolo rivalizan en dar como ganadora del glamur a Brigitte Macron o a Melania Trump. Las páginas rosa hallan el pasto apetecido y algunos tuiteros obtienen clamorosos éxitos difundiendo la rijosa foto centrada en el culo de ambas. También, ¡qué estupendo!, sirve para reducir las tensiones de la reunión del G7 y, así, el presidente del Consejo de la Unión Europea, el polaco Donald Tusk, inscribe sobre el vídeo difundido en Instagram en el que aparecen algunas de estas señoras: “Melania, Brigitte, Malgosia [su esposa] y Akie. El lado luminoso de la Fuerza”. Y es que, como se diría en castizo, se lo han puesto a Tusk muy, muy a tiro para permitirse la licencia, entre otras, de nombrar a cuatro personajes públicos que son noticia solo por su nombre de pila. Ay, Donald…
Pero no. El responsable de tanto desatino no es el alto funcionario europeo. Porque detrás de las fotos suele haber mujeres que se han dejado eclipsar por el aura de poder conquistado por sus maridos. Mujeres que han abandonado sus carreras y se han entregado a… las giras turísticas. Es real, pero basta de alegar que el mundo es así. No son tantas las parejas que pueden permitirse ese lujo y, menos aún, las que airean voluntariamente un juego de roles tan trasnochado. Como tampoco es real que los hombres, en general, se dediquen a resolver los problemas importantes mientras las mujeres, en general, acuden dichosas y sonrientes a ver bailes regionales.
Uno de los casos más sorprendentes fue el de Michelle Obama, la esposa del expresidente estadounidense. Ganaba 240.000 euros anuales, el doble que su marido, cuando este llegó a la Casa Blanca. Ella dejó su empleo para dedicarse por entero a causas sociales desde su nuevo destino. Estados Unidos es uno de los pocos países que contempla oficialmente el papel de la “primera dama”, lo que no justifica que ellas aparquen su carrera. No es obligatorio tampoco que los cónyuges viajen a reuniones oficiales. El marido de la canciller Angela Merkel, el químico Joachim Sauer, no lo hace. Tampoco el argentino Néstor Kirchner cuando su esposa Cristina Fernández era presidenta; a pesar de que ella sí la acompañaba cuando la situación era la inversa.
Algunas primeras damas han roto el viejo corsé desarrollando incluso gestiones diplomáticas; muy criticadas posteriormente, por cierto. Si no tienen cometido oficial, opinan muchos, que se limiten a ser estatuas de sal. Sería de agradecer, sin embargo, un gesto muy sencillo: que estas señoras se ocupen de sus asuntos, que dejen de acompañar a sus maridos a viajes de trabajo y nos ahorren un espectáculo tan ridículo que solo sirve para consolidar una imagen de la que millones de mujeres en todo el mundo huyen despavoridas.
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