_
_
_
_
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

No es la caza lo que preocupa en el pueblo

A los pueblos les tratan, a efectos administrativos, como si fueran ciudades, mientras les despojan de las tradicionales ventajas de no serlo

Carmen Morán Breña
Participantes en la manifestación contra la despoblación del medio rural, este domingo, en Madrid.
Participantes en la manifestación contra la despoblación del medio rural, este domingo, en Madrid.álvaro garcía

Da la impresión, siguiendo las informaciones políticas, de que la gente de pueblo se pasa la vida viendo los toros o saliendo a cazar. Los acercamientos al mundo rural en temporada de campaña electoral —fuera de ella apenas existen— siempre rozan el chiste, pero el campo está ya para pocas bromas. Lo que se perdió con la crisis muchas veces no ha vuelto y eso que la crisis no fue tan dura en algunas zonas rurales, porque el que poco tenía, poco perdió. Allí se vive de otra forma, nadie suele enriquecerse ni pegar pelotazos. Al revés, acogieron a aquellos que volvieron expulsados de las inhóspitas ciudades y les proporcionaron un desahogo.

Más información
La manifestación ‘la España vaciada’, en imágenes
Los partidos se lanzan a por el voto de la España vacía
La ‘Revuelta de la España vaciada’ llega a Madrid

Pero las Administraciones recortaron servicios sanitarios, escolares, asistenciales, como si los que allí viven, por ser pocos fueran inferiores o tuvieran menos necesidades. Bien al contrario. Necesitan medios de transporte que han ido perdiendo, a mayor abundancia del aislamiento, profesionales médicos, escuelas y sobre todo, una buena red de atención a la dependencia para los viejos —en los pueblos no se andan con tanto eufemismo— que brilla por su ausencia en la mayor parte de esa España, más que vacía, maltratada. Sí, hay muchas ancianas que viven con una mínima ayuda oficial, personas de más de 100 años que se han muerto siendo “dependientes leves”, jubilados con pensiones de miseria, trabajadores que no pueden tomar vacaciones pero que pagan impuestos por una casucha de aperos, los que dicta un catastro que no es capaz de casar un propietario con su propiedad ni aunque se lo proponga. Y vengan los envejecidos en esas tierras cogiendo el coche 20 veces a la ciudad y vuelta para solucionar los desaguisados de la Administración. Chocándose con máquinas que no entienden, respondiendo, como Daniel Blake, que ni tienen ordenador ni sabrían usarlo, pidiendo favores a la vecina… Y los hijos lejos.

A los pueblos les tratan, a efectos administrativos, como si fueran ciudades, mientras les despojan de las tradicionales ventajas de no serlo. Al bar de la plaza, que languidece a diario, le cobran tasas por poner una música que suena en el silencio, llenan de normas y de mandangas los espacios que antes eran de libertad rural: los chicos ya no pueden ni ir a la piscina sin compañía adulta en un minipueblo donde se conocen todos.

Están equiparando la vida rural a la de la ciudad en sus desventajas. Pero nadie vigila los desastres urbanísticos que allí se cometen, ni se investigan con ahínco ciertos crímenes contra la naturaleza. En el orden humano, los gais siguen siendo invisibles o mal mirados, las mujeres padecen a oscuras la violencia machista, cuando no se las acusa de provocarla. La cultura, ay la cultura. Los pocos cines que hay por esos lares tienen una programación indigerible… Un chiste entero.

Cuando la gente de pueblo votaba izquierda una y otra vez se les acusaba de paniaguados, cautivos, miserables que se vendían por un trozo de PER. Ahora se barrunta que acabarán tildados de paletos por caer de bruces en la urna de Vox, oh ignorantes sin remedio. Hay que fastidiarse. Pues quizá haya alguna sorpresa. Para empezar, no parece que sea la caza lo que más les preocupa, ni los toros ni las vaquillas ni los encierros, por más cerriles que algunos se manifiesten a la vista de unos cuernos. Divertimentos para hombres, cuando son las mujeres las que están vaciando los pueblos, hartas de tantas cosas, ávidas de una mejoría. Es la economía, amigo, y la salud y la dependencia, los hijos y las cosechas lo que les preocupa. Como a todo el mundo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_