Así enseñan los 10 finalistas del ‘Nobel de los profesores’
Los docentes se disputan un millón de dólares para poner en marcha un proyecto enducativo en el Global Teacher Prize. Se presentaron 10.000 candidatos de 179 países
Diez docentes de medio mundo se disputan mañana domingo la corona del Global Teacher Prize, conocido como el Nobel de los profesores, dotado con un millón de dólares para poner en marcha un ambicioso proyecto educativo. La Fundación Varkey, que ha invitado a este diario a la final en Dubái, quiere así incentivar la labor de un maestro que haya hecho una contribución sobresaliente. Los elegidos entre postulantes 10.000 de 179 países han relatado al público su tarea. En 2017 por primera vez un español, David Calle, llegó a la final.
Debora Garofalo. Brasil
Garofalo fue destinada a una favela de San Paulo y se empeñó en introducir la robótica en las aulas. No quería que fuese coto vedado de los colegios de élite. Una vez conseguido su propósito, decidió convertir la basura en tecnología. Desde hace tres años los niños, que pasan hambre en sus casas, recogen materiales reciclables —botellas, papel, envases— y fabrican robots perforando y soldando las piezas. "Es un trabajo de creatividad, de innovación, pero también de pensamiento científico", se enorgullece la profesora. Sus estudiantes se ven ahora no solo como usuarios, sino como creadores de tecnología, "están encantados". En total han reciclado una tonelada de material, el abandono escolar ha descendido un 95% y 30 de ellos —algo insólito en una favela con problemas de saneamiento y violencia extrema— se han matriculado en una universidad. "Era demoledor ver unos niños que no tenían ninguna expectativa en la vida", se felicita Garofalo.
Martin Salvetti. Argentina
Salvetti no tenía intención de ser profesor, pero para pagarse los estudios de Periodismo empezó de tutor en el instituto en la que había estudiado y eso le hizo empatizar pronto con los chicos. Organizó un club de fútbol que creó comunidad y en 2001 se le ocurrió montar una cadena de radio desde cero para fortalecer los vínculos y frenar un abandono escolar desbocado. En 2007 obtuvieron la licencia para emitir en FM. Y en paralelo, desde hace cuatro años tienen un acuerdo con el municipio de Las Lomas en Zamora (Argentina) para el programa Un carro por un caballo. Este les entrega las motos que han incautado por falta de papeles o por infracciones y en el centro, que es de Formación Profesional, los chicos las reconvierten de forma que los cartoneros no recojan los materiales tirando de un caballo sino con el vehículo tuneado. "El proyecto se ha replicado en 27 escuelas y ya hemos arreglado 50 motocarrros", cuenta Salvetti. "Hay que generar nuevas estrategias", opina el profesor que va a introducir trabajos con placas solares en el centro y planea atar las sillas de ruedas a las motos para desplazar a los discapacitados.
Melissa Salguero. Estados Unidos
El 70% de los alumnos de Salguero en una escuela del sur del Bronx —una zona violenta y pobre de Nueva York— son portorriqueños, así que su lema es en español: "¡Sí se puede!". La música que tanto la ayudó de niña para afrontar su dislexia, es su vía ahora para acercarse a sus alumnos. "Música debía ser una materia troncal, no opcional, porque es esencial para llegar al corazón. Todo el mundo tiene una canción preferida", razona Melissa. Su centro no había ofertado esta materia en 30 años, pero gracias a sus esfuerzos —logró fondos para comprar instrumentos— cuenta hoy con una banda que es el orgullo del barrio. Como resultado, los problemas de comportamiento han mejorado mucho. En 2014 perdieron instrumentos por valor de 30.000 dólares y los alumnos escribieron una canción y un vídeo que se volvió viral para recaudar fondos. Lograron 50.000 dólares y Melissa obtuvo en 2018 el premio Grammy al mejor profesor de música entre 3.000 candidatos
Daisy Mertens. Holanda
Mertens, que fue elegida Mejor Profesora de Primaria 2016 en su país, se decantó voluntariamente por trabajar en una escuela de un área deprimida y con problemas de integración del sur de Holanda. En su centro hay matriculados 440 estudiantes de 30 nacionalidades distintas y los prejuicios entre culturas estaban servidos con un alumnado poco implicado, que hablaba mal el holandés y tenía escasas oportunidades de hacer realidad sus sueños. Ahora los niños se sienten partícipes de su aprendizaje tras idear un sistema en el que cada uno utiliza su propio idioma. Su referente es una estancia como profesora cooperante en Malawi. "Somos demasiado individualistas, hemos perdido el sentido de comunidad que hay allí. Adultos y niños tienen que trabajar juntos", reflexiona. La mayoría de sus alumnos son musulmanes y preparó una visita a una iglesia protestante cercana a la escuela. "Le plantearon preguntas al pastor y nos dimos cuenta de que había muchas similitudes entre el cristianismo y el islam", sostiene Mertens.
Swaroop Rawal. India
Tras ser madre, Rawal, que nunca soñó con ser maestra, descubrió que muchos métodos educativos estresaban a los niños. Así que la antes actriz ha creado el suyo propio, dando relevancia al teatro, el debate, los juegos, las canciones y las tormentas de ideas. "Con el arte, la reflexión y la transformación uno consigue entenderse a sí mismo y el mundo o el pensamiento crítico", resume Rawal. Fruto de estas reflexiones, los alumnos han hablado con las autoridades municipales para tratar de parar los matrimonios infantiles —muchas menores abandonan los estudios para casarse— y luchan para que vuelvan los antiguos compañeros que trabajan en la industria de diamantes. Rawal forma también en grupos de trabajo a otros maestros y trabajadores sociales. Si gana, gastará el dinero en informar a los alumnos sobre las distintas opciones de seguir sus estudios vivan donde vivan de India.
Yasodai Selvakumaran. Australia
Siendo pequeña ella y su familia tamil huyeron de Sri Lanka por la persecución que sufrieron, un hecho que marcó su vida. Por eso, ha consagrado toda su vida profesional a enseñar a emigrantes y refugiados. El 50% de sus alumnos en el instituto pertenecen a minorías étnicas."Les enseño que lo importante no es de dónde vienes sino qué vas a hacer", cuenta la profesora que hace un plan personalizado para cada alumno. Y sigue muy de cerca los estudios universitarios de dos aborígenes en un país donde los jóvenes de esta etnia tienen más posibilidades de terminar en la cárcel que de acceder a la educación superior.
Peter Tabichi. Kenia
El franciscano Tabichi imparte clase en un centro de secundaria en el valle del Rift, una región tan mísera y semidesértica de Kenia que el 95% de sus alumnos son pobres, a un tercio le falta el padre o la madre y los problemas de drogas, embarazos de adolescentes y suicidios son habituales. Por eso le llena de orgullo que sus estudiantes —algunos recorren andando siete kilómetros para ir a clase— hayan ganado la competición nacional de ciencias y el equipo de matemáticas esté clasificado para un torneo científico y de ingeniería en Arizona (Estados Unidos). Los fines de semana Tabichoi visita a las familias de sus pupilos para conocer sus realidades y enseñarles a cultivar de forma eficiente. En 2007 hubo en la región una masacre tribal y Tabichi trata ahora de restaurar lazos con un club de la paz en el que están representadas todas las tribus y debaten.
Vladimer Apkhazava. Georgia
Sobrevivir en Georgia es tan complicado que muchos padres optan por emigrar y mantener a sus familias desde el extranjero. En este contexto, muchos niños apenas se implican en la escuela y solo piensan en poner a trabajar en Turquía. Aphazva, que se quedó pronto huérfano, ha implantado lo que él llama Revolución democrática. Su escuela funciona como un Estado en el que se da una mayor participación a los alumnos, que toman decisiones sobre financiación o el funcionamiento del centro. Su modelo se ha exportado a 14 colegios. El profesor ha logrado, además, que muchas empresas proporcionen recursos educativos al centro y una casa para ocho estudiantes adolescentes que sufrían violencia doméstica. Si gana el premio, lo empleará en dotar de medios tecnológicos y libros en diferentes idiomas a escuelas de otras regiones de Georgia y en preparar a sus alumnos para conseguir una beca que les permita seguir siendo estudiantes.
Hodekazu Shoto. Japón
Siendo adolescente Shoto quiso viajar al extranjero para perfeccionar su inglés, pero sus circunstancias económicas lo impidieron, así que se decantó por crear su propio sistema de aprendizaje de idiomas sin moverse de casa. Skype le sirve de herramienta para que sus estudiantes de Kiotof se comuniquen en inglés con alumnos de 10 países y creen comunidades de juego con el programa Minecraft. "Se fomenta la creatividad, el pensamiento lógico y la imaginación", enumera Shoto, que también ha unido los contenidos de distintas asignaturas a través de las tecnologías. Los japoneses, temerosos de cometer errores al hablar en otro idioma, odian el inglés. Solo el 30% se siente cómodo manejando esta lengua, frente al 94% de los alumnos de Hodekazu.
Andrew Moffat. Reino Unido
El 99% de los estudiantes de Moffat en Birmingham son musulmanes. Para conseguir su inclusión en la sociedad británica y evitar su posible radicalización ha creado el programa No outsiders (No extranjeros) que se ha extendido a cientos de escuelas de otras ciudades de Reino Unido. "Hay que enseñar a los niños que somos diferentes y eso es fantástico", cuenta. Este plan incluye grupos de trabajo mixtos de padres y estudiantes para que lo aprendido sobre integración en el aula lo escuchen también en casa. Dos mil adultos ya han participado en las jornadas. Y ha creado un club extraescolar permite a los niños acercarse a otras culturas y regiones presentes en Birmingham.
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