Wolfhart Pannenberg, clave de la teología protestante
El intelectual alemán fue uno de los grandes pensadores religiosos del siglo XX
El teólogo protestante alemán Wolfhart Pannenberg ha sido uno de los grandes pensadores de la segunda mitad del siglo XX. Nacido en 1928 en Stettin —la actual Szczecin polaca—, solía decir que su biografía intelectual se inició entre los escombros de la II Guerra Mundial. Era una advertencia quienes le acusaban de que su teología carecía de sensibilidad al sufrimiento. Y les recordaba que quien de veras ha sufrido el mal “se siente más inclinado a olvidarlo que a ensimismarse en él”. Eso sí: quien, como él, fue testigo directo de tanta barbarie concentrará todo su esfuerzo en impedir nuevas repeticiones de lo que nunca debió ocurrir.
La irrupción de Pannenberg en el panorama teológico tuvo un cierto carácter provocador. Se produjo, si queremos señalar una fecha indicativa, en 1959. En aquel año publicó un extenso artículo lleno de originalidad y vigor conceptual. Llevaba por título Acontecimiento salvífico e historia. Su autor solo tenía 30 años, pero nos puso a “trabajar” a todos: enseguida se organizaron seminarios y congresos para analizar el contenido y alcance de aquel fascinante escrito teológico. Dos años más tarde, en 1961, tuvo lugar su consagración definitiva mediante otra novedosa publicación: La revelación como historia. Todos los frentes teológicos del momento se sintieron concernidos. El rechazo fue bastante general. “Fue, recuerda Pannenberg, como si hubiéramos cometido un sacrilegio”. Y es que la teología protestante alemana vivía días de gloria y esplendor. No se sentía necesitada de proyectos alternativos. Los nombres de Barth, Bultmann y Tillich lo llenaban todo; no había señales de cansancio ni de crisis. Era, pues, inevitable que la nueva propuesta teológica fuese considerada como algo gratuito y provocador. Además, su joven protagonista, ya en sus inicios de talante manifiestamente ecuménico, se aproximaba “peligrosamente” al catolicismo. De hecho, se le puede considerar el Rahner de la teología protestante. Lo es en muchos aspectos, pero desde luego en su reconocida capacidad filosófica.
Afirmaba Hegel, uno de los filósofos de cabecera de Pannenberg, que el creyente cristiano “dice la verdad, pero no sabe lo que dice”. A Pannenberg, hombre veraz, profundo y coherente, le preocupó siempre que cristianos sinceros y comprometidos enmudecieran si alguien les preguntaba qué es el cristianismo. De ahí que decidiera consagrarse a las tareas de fundamentación de la fe cristiana. El futuro del cristianismo depende, también, de que sepamos qué es ser cristiano. Cita con frecuencia la frase de Heidegger: “En el ámbito del pensamiento es mejor no hablar de Dios”. Casi se tiene la impresión de que Pannenberg se propuso como tarea filosófico-teológica rebatir este aserto del filósofo de la Selva Negra. Centró todas sus energías en hablar responsablemente de Dios. Constata con hondo pesar que muchos cristianos han dado por perdida la batalla del pensamiento y se han refugiado en la emoción, la liturgia y el compromiso social. Se trata, sin duda, de buenos y nobles destinos; pero el Areópago, señala melancólicamente Pannenberg, se ha quedado vacío. Y sin Areópago, sin un cristianismo “pensado” y argumentado, tampoco el cristianismo “sentido” tiene larga vida asegurada. En los viajes a Berlín siempre será bueno visitar dos tumbas: la de Hegel (religión pensada) y la de Schleiermacher (religión sentida). Pannenberg se pasó la vida peregrinando, con la honda serenidad que le caracterizaba, de una a otra.
Ahora, desde el 5 de septiembre, fecha en la que falleció en Múnich, es ya posible acudir también a la tumba de Pannenberg y agradecer a este gran pensador los servicios prestados. Bloch dijo que lo bueno de las religiones es que producen herejes. Es cierto, pero también dan lugar a grandes maestros, a mujeres y hombres decisivos. Pannenberg es, sin duda, uno de ellos. En los comienzos de su quehacer teológico privilegió un tema: la teología de la historia. Bultmann había privatizado la historia reduciéndola a su dimensión existencial; y Barth se había situado más allá de ella, en un cielo libre de tormentas. Pannenberg recupera la historia, entendiendo por ella “la realidad total”. Y es en ese marco impresionante donde se propuso descubrir las huellas de la trascendencia. En sus primeras publicaciones las encontró casi con excesiva facilidad: llegó a relacionar a Dios con el término “evidencia”. Pero bien pronto se dio cuenta de que la existencia de Dios será siempre más hipótesis que evidencia, objeto permanente de debate. Si Dios tiene que ver con la realidad total y dicha realidad no ha llegado aún a su final, habrá que concluir que “la forma de ser de Dios es el futuro”. Jesús de Nazaret ha anticipado ese futuro, pero de una forma bien provisional y velada. Nada ni nadie nos ahorrará la fe.
Como todos los grandes espíritus, Pannenberg, en su ingente obra, supo evolucionar y rectificar. Bien merece nuestro recuerdo y gratitud. Su trabajo ha sido muy bueno.
Manuel Fraijó es catedrático emérito de Filosofía de la UNED.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.