Cardenal Rouco, fin de etapa
Francisco ya tiene decidido el relevo del poderoso purpurado en Madrid. Los obispos inician esta semana una asamblea de cambio
“Alea iacta est”. Un eclesiástico que ha hablado con el papa Francisco sobre España bromeaba el viernes con el periodista sobre sus conocimientos de latín. “A ver, ¿qué quiero decir?” Después de confirmar que visitó al papa “hace poco”, remachó: “Sí, la suerte está lanzada, aunque sin fecha”. Otras fuentes de EL PAÍS son más tajantes. Creen que el cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco, tendrá sustituto antes de la próxima Navidad, aunque seguirá en el cargo tres meses más. Así ocurrió cuando en 1994 ascendió desde el arzobispado de Santiago de Compostela para sustituir al también cardenal Ángel Suquía. Juan Pablo II lo nombró el 28 de julio de 1994 y tomó posesión en Madrid el 24 de octubre.
Pese a la ansiedad que se percibe en ambientes eclesiásticos, que esperaban cambios ya antes de verano, Rouco sigue en el puesto de mando en Madrid, lo que le permitirá cumplir, además, muy probablemente, su cuarto mandato de tres años al frente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), que concluye el próximo marzo. Eso creen sus colaboradores. Los hay que acarician, incluso, la idea de que el Papa no lo remueva hasta el verano, para que el cardenal pueda cumplir el sueño de una multitudinaria peregrinación a Santiago de Compostela que se está organizando. Nacido el 20 de agosto de 1936 en Villalba (Lugo), lleva dos años largos pendiente de que el Vaticano acepte su renuncia, que debió presentar por mandato canónico nada más cumplir los 75.
Todo ello ocurre en medio de un ambiente de final de etapa y con un desgaste muy fuerte del hasta ahora poderoso cardenal. Esa parece la impresión del presidente de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) y de la Fundación Universitaria San Pablo CEU, Carlos Romero Caramelo, alma, junto a Rafael Ortega, del congreso Católicos y Vida Pública, que por primera vez en sus 15 ediciones está hablando este fin de semana de la situación del catolicismo en España. Rouco lo clausura este mediodía. Dice Carlos Romero: “La Iglesia hace un trabajo inabarcable, pero tiene que mejorar su imagen en muchos aspectos. Hay que dialogar con actitud humilde, propositiva, no como a veces, que parece que están enfadados”.
Blázquez, la primera opción
En la carpeta donde Francisco tomó apuntes de lo que le han dicho sus interlocutores españoles figuran varios candidatos a sustituir a Rouco en el arzobispado de Madrid. Los más repetidos son Ricardo Blázquez y Carlos Osoro, respectivamente arzobispos de Valladolid y Valencia. Se dice que en la terna que ha elaborado el nuncio del Papa en España, el italiano Renzo Fratini, también están esos dos prelados, además de Fidel Herráez, obispo auxiliar de Rouco en Madrid. Esa terna ya habría salido hacia el Vaticano, insinuó el Papa a un arzobispo. A ese respecto, Francisco ha contado lo que le sucedió cuando era arzobispo de Buenos Aires y se iba a proceder al nombramiento de un obispo en Argentina. Por deferencia, le comunicaron cómo era la terna de candidatos que se enviaría a Benedicto XVI para que eligiera. Este dimitió sin hacerlo, y, apenas un mes después, el cardenal Bergoglio era elegido para sustituirlo. Cuando tuvo que hacer el nombramiento de marras, pidió la terna. No estaban los nombres que le habían dicho. Lo que Francisco quería decir a su informador es que no se fiase ni de rumores ni de ternas.
El sentido común, sin embargo, obliga a dar credibilidad a los nombres que se citan como candidatos. Ricardo Blázquez ya fue presidente de la Conferencia Episcopal (CEE), entre 2005 y 2008. Sus colegas le deben un segundo mandato, del que fue apartado para reponer a Rouco. Todo sucedió porque Benedicto XVI había dejado claro que Blázquez no era de su agrado. Lo demostró manteniéndole como simple obispo durante todo el mandato al frente de la CEE, sin concederle el rango de arzobispo, casi obligado en un líder episcopal.
Hoy Blázquez es arzobispo de Valladolid y vicepresidente de la CEE, es decir, el prelado más votado tres años atrás, después de Rouco. Hijo de agricultores humildes de Villanueva del Campillo (Ávila), tiene 71 años y un carácter afable. Se le otorga incluso fama de moderado. Es un calificativo sometido a discusión, en la idea de que no hay nada que se parezca más a un obispo que otro obispo. Se dice que ninguno de los nombrados por Juan Pablo II o Benedicto XVI puede ser considerado progresista. En todo caso, la carrera de Blázquez es relevante. Se doctoró en la Gregoriana de Roma y en 1974 comenzó la docencia en la de Salamanca, donde fue decano de Teología (allí coincidió con Rouco) y más tarde su gran canciller. Era obispo de Palencia cuando fue trasladado a Bilbao. Fue recibido con una cierta rechifla. “El tal Blázquez”, se dijo desde el PNV. Pronto aprendió euskera y se ganó el respeto de sus diocesanos, además del de los políticos. Apadrinó una pastoral que la derecha tachó de condescendiente con los etarras, hasta el punto de que el Gobierno de Aznar llamó a consultas al nuncio del Vaticano para protestar.
Carlos Osoro, cántabro de 68 años, es otro gran candidato para la sede de Madrid y para presidir la CEE. De vocación tardía, antes de hacerse sacerdote a los 30 años, fue instructor de Educación Física, diplomado en Magisterio, licenciado en Ciencias Exactas y profesor del colegio La Salle. Obispo de Ourense en 1997, cinco años después accede al arzobispado de Oviedo. Está en Valencia desde 2009.
Otro candidato a los puestos de Rouco es el cardenal Antonio Cañizares, valenciano de Utiel. Acaba de cumplir 68 años y es miembro de la curia (gobierno) de Francisco. Quiere volver a España. Es probable que el Papa le haga caso, pero, si lo manda a Madrid, desmentiría los aires de cambio que soplan en el Vaticano. Conocido como “el pequeño Ratzinger”, Cañizares es un radical, cuyas afirmaciones han causado a veces escándalo, por ejemplo la de que es peor la ley del aborto que el abuso de niños por sacerdotes pederastas.
Poco ha trascendido, en cambio, sobre las intenciones de Francisco para sustituir a Martínez Sistach en Barcelona. El Opus Dei querría colocar ahí al arzobispo de Tarragona, Jaume Pujol, miembro de ese instituto. En Roma, en cambio, se cita con insistencia al jesuita Luis Ladaria, que también suena para Madrid. Nacido en Manacor (Mallorca) en 1944, es secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe y profesor en la Pontificia Gregoriana. Hace cinco años fue investigado en España por un libro sobre el pecado original, que los inquisidores de la CEE consideraban herético. No hubo caso. El ridículo de los acusadores fue más sonado cuando Benedicto XVI elevó a Ladaria al cargo de secretario de la congregación doctrinal, desde donde ha frenado otros afanes inquisidores, entre otros la condena que la CEE maquinó contra José Antonio Pagola por el libro Jesús. Una aproximación, del que se han vendido 130.000 ejemplares en una decena de idiomas.
Una cosa queda clara tras sondear en múltiples fuentes: Francisco conoce de primera mano la situación, y no le gusta lo que ve. Incluso tiene experiencia propia. Cuando era novicio de la Compañía de Jesús estudió en Alcalá de Henares y ha visitado muchas veces el país, las dos últimas para dar ejercicios espirituales a la CEE (enero de 2006) y para participar en el Encuentro Mundial de Familias de Valencia, en julio de ese mismo año.
Entre las personas con las que se ha visto Francisco destacan el arzobispo emérito de Pamplona y exvicepresidente de la Conferencia Episcopal, Fernando Sebastián (a quien el cardenal Tarancón tenía por su “teólogo preferido”); el también arzobispo emérito de Zaragoza, Elías Yanes, predecesor de Rouco al frente de la CEE; el presidente de la poderosa Conferencia Española de Religiosos (Confer) hasta el viernes pasado, el jesuita Elías Royón, y el presidente de Mensajeros de la Paz, el padre Ángel García. Este viernes iba a recibir al cardenal Antonio Cañizares, pero la audiencia fue suspendida por una leve enfermedad del Papa.
Consciente de que su Iglesia en España sufre una profunda crisis, incluso un cisma, Francisco se está tomando más tiempo del previsto en un principio para abordar los nombramientos que le corresponden a él, y para sugerir los cambios que cree necesarios y que sabe que se producirán si los reclama. Para ello, ha convocado a todos los obispos a Roma los días 24 de febrero al 8 de marzo de 2014, en lo que se llama visita ad límina. Prudentemente, Rouco ha aplazado la asamblea de primavera de la CEE, prevista para la semana del 24 al 28 de febrero, hasta que terminen esas audiencias. Francisco recibirá a los obispos en grupos de siete u ocho. Ahora son 79 en activo: solo dos cardenales, 14 arzobispos, 53 obispos titulares y 10 prelados auxiliares, además del vicario general castrense, que es arzobispo con rango, salario y parafernalia de general de división.
Además del relevo de Rouco, Francisco debe sustituir al arzobispo de Barcelona, el también cardenal Lluís Martínez Sistach, nacido el 29 de abril de 1937, pendiente por tanto de que le acepten la renuncia por edad. Se trata de un relevo con notables connotaciones eclesiásticas, sociales e, incluso, políticas, de forma que algunos expertos colocan en esa sede arzobispal a un prelado procedente de Roma y muy de la confianza del Papa.
Hay otras muchas expectativas al cabo de la calle. Por fin, esta próxima semana se verá hasta qué punto están comprometidos todos los obispos españoles con los vientos de cambio que soplan en el Vaticano desde que accedió al pontificado el argentino Jorge Mario Bergoglio. El reto principal lo afronta Rouco, líder indiscutible de los prelados desde finales del siglo pasado, pero también han de notarse los nuevos aires pontificales en las 69 diócesis en que está dividida esta confesión. La elección de un nuevo portavoz y secretario general de la CEE, el martes, es otro examen.
España fue para Juan Pablo II y Benedicto XVI “el problema número uno entre los países occidentales”. Lo escribió la revista señera de la Conferencia Episcopal, Ecclesia, siguiendo los discursos de Rouco y de su portavoz en la CEE —además de uno de sus obispos auxiliares en Madrid—, Juan Antonio Martínez Camino. Anticlericalismo agresivo, país de misión, persecución religiosa, laicismo radical, supresión del matrimonio entre hombre y mujer, incumplimiento de lo concordado en 1979 entre España y el Estado vaticano... Lo peor de lo peor. En su dibujo tremendista de la sociedad, Rouco ha llegado a decir que en España hay una “situación martirial”, y Martínez Camino, que “la Iglesia católica nunca se ha encontrado en los 2.000 años de su existencia con nada parecido”. Se refería a la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo.
Francisco, curtido pastoralmente en una Argentina que también sufrió el siglo pasado criminales dictaduras que actuaban en nombre “de la civilización cristiana”, no está de acuerdo con ese diagnóstico. Lo ha dicho a uno de sus interlocutores. El Papa es partidario de la misericordia y de pedir perdón por errores del pasado —así lo hizo cuando presidió la Conferencia Episcopal argentina—; ha pedido a sus obispos que huelan a oveja; les pide austeridad y pobreza; no quiere que su Iglesia se obsesione con el sexo, el divorcio, el aborto o la homosexualidad, y predica la laicidad.
En cambio, Rouco y Martínez Camino, todopoderosos, han metido a su Iglesia en sonados disparaderos políticos. Participaron con decenas de sus colegas en manifestaciones por las calles de Madrid para torcer el brazo de Gobiernos, impulsaron beatificaciones de mártires de la Guerra Civil que pontífices anteriores a Juan Pablo II habían paralizado para no reabrir heridas ni traer a la memoria de los católicos la implicación de obispos en el golpe militar que provocó aquella guerra, ni en la larga dictadura posterior; han execrado la llamada Ley de la Memoria Histórica con el argumento de que reabría heridas; sostienen que está más protegido el lince ibérico que el niño, y hasta proclamaron que la II República maquinó en 1931 un plan para exterminar a la Iglesia romana. Algunas de esas afirmaciones provocaron que el Foro de Curas de Madrid les replicase con extrema dureza, calificándolas como “burradas de colegial e impropias de personas obligadas a conocer y predicar la verdad”.
Hoy ese foro de sacerdotes y teólogos pide a Francisco que nombre al menos “un arzobispo del que se pueda decir que es cristiano”. Extrema severidad. Quien parecía destinado a ser un prelado de grandes vuelos —a la manera de los cardenales Francisco Jiménez de Cisneros y Ciriaco María Sancha—, cierra su ciclo dejando una Iglesia en crisis, dividida y desprestigiada. También está aislado por el Gobierno de la derecha, cuyo presidente, Mariano Rajoy, no ha querido recibirlo en sus casi dos años de mandato, ni le concede la supresión de las leyes que execró el prelado cuando las promovió el PSOE.
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