El personismo
Las nuevas tecnologías solo fructifican cuando coinciden con una demanda ya sembrada en la sociedad. En los años cincuenta era ya posible (tecnológicamente) ver a quien nos estaba hablando por teléfono, pero el invento no prendió. La voz telefónica era demasiado misteriosa e interesante como para desbaratarla con el rostro del interlocutor.
Hoy, por el contrario, las webcams son el gran deseo de las conferencias internacionales y no basta la voz del otro para tenerlo aquí, más cerca, más real. La imagen ha ganado mucho terreno a la imaginación. Como, de la misma manera, la emoción ha robado prestigio a la reflexión. En ambos casos la instantaneidad ha vencido al proceso y el suceso puro a su explicación. De hecho, todos los medios son ya sensacionalistas en una u otra proporción.
Internet, las redes sociales, Twitter o Facebook han logrado tanto éxito porque han venido a brotar en un momento en que existía una fuerte demanda de comunicación. Pero no ya de una comunicación a la vieja usanza, en la que se comprometía mucho el yo, sino una comunicación efímera y fragmentaria, cambiante y removible a la manera en que la cultura de consumo ha enseñado a adquirir.
Una pareja para toda la vida fue un modelo consecuente con la idea de un sólido y firme proyecto de vida. Varias parejas en la vida y, por lo tanto, de más frágil y breve duración, se corresponde con el paradigma del comportamiento consumidor. Ni las cosas duran mucho ni tampoco la comunicación personal. Ni mantenemos mucho tiempo la interrelación con un objeto ni tampoco con los sujetos.
En mi libro Yo y tú, objetos de lujo empleé el término personismo para describir esta nueva relación característica de la Red. No nos comprometemos con una persona (o con una ideología, o con una profesión o con una marca) para toda la vida. No nos disponemos para mantener un matrimonio “hasta que la muerte nos separe” y, en consecuencia, para soportar rayos y truenos con el fin sagrado de llegar ser dos “en una misma carne y en la misma sangre”. Todo ello ha dejado de ser parte de la actualidad.
Lo que hacemos con las personas, a imagen y semejanza de lo que hacemos con los objetos, es consumir de cada una el sorbo que nos gusta y descartar casi todo lo demás. Y este es el gran principio que instaura la Red.
La Red comunica y abate el mortal hiperindividualismo de finales de los años noventa. La red nos enlaza. Nos enlaza pero no nos ata. Y menos para siempre. Degustamos de unos la misma afición al póker, de otros, su inclinación por el gore y de otros más, su sentido del humor. Con ninguno de ellos establecemos una vinculación integral sino anecdótica. No una vinculación universal sino parcelada. Y frágil y temporera.
Este es el mundo de hoy. El mundo que ha ido formando la cultura del consumo sustituyendo a la cultura del ahorro y la inversión cabal. ¿Bueno? ¿Malo? ¿Regular? La pregunta resulta impertinente porque aceptando que la sociedad es un organismo vivo y evoluciona mediante metamorfosis, ¿qué será mejor, el capullo o la mariposa, el gusano de seda o su crisálida primordial?
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