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Tribuna
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El bachillerato: comienza el debate

El autor da la bienvenida a la discusión sobre el modelo de educación secundaria abierta por el nuevo Gobierno, pero rechaza la idea de quitarle un curso a la ESO

Al parecer el alargamiento de la duración del Bachillerato va a ser un objetivo prioritario del nuevo Gobierno del Partido Popular.

Se puede considerar que es prematuro discutir un proyecto que no se ha concretado todavía. Pero, precisamente por eso, en aras de lograr el máximo consenso en un sistema estresado por las sucesivas reformas, conviene que los debates se realicen sobre las líneas maestras de las propuestas antes de enfrentar posiciones y encastillarse en ellas, donde cambiar de posición es ceder y no hacerlo es ganar.

Pienso que este tema (dos o tres años para el bachillerato) no es el prioritario, sin que deje de ser importante, pues es un nudo gordiano en toda política y reforma educativas. Me parece obvio que no se puede esperar que el alargando el bachillerato vaya a disminuir el fracaso escolar que afecta a casi un tercio del alumnado de la ESO. Tampoco cabe esperar de esa prolongación una mejora de los resultados en las pruebas de matemáticas o de comprensión lectora para ganar puestos en el ranking de PISA. Quienes ahora fracasan o bajan los promedios en esas pruebas no son los que cursan dos años de bachiller. Menos cabe esperar que el bachillerato prolongado a tres años aumente el esfuerzo para mitigar el fracaso en el sistema. Es decir, son otras las razones las que dan sentido a la facilitación del progreso a los mejores, de acuerdo con la clásica posición liberal para formar a los que serán futuros cuadros dirigentes, despegándolos de los demás, como si los menos brillantes fueran un lastre que estropeara los resultados de los excelentes.

No se puede esperar que el alargar el bachiller  vaya a disminuir el fracaso escolar

¿Un bachillerato de dos o de tres años? La opción es clara: tres mejor que dos. Pero ¿se quiere alargar la duración por arriba o por abajo, comiéndole un año a la ESO? Es decir, ¿se opta por la fórmula de “un año más”, o lo que se pretende es comenzar un “un año antes”, a partir de los 15 años?

A título de hipótesis, no desechemos la primera posibilidad. Si compararse con otros sirve para tomar posición acerca de lo que somos y de lo que queremos hacer, tienen razón quienes dicen que nuestro bachillerato es de los más cortos de Europa. En otros muchos países de la Unión Europea consta de tres y hasta de cuatro años. Solo que en la mayoría de estos casos se prolonga la escolaridad en la enseñanza secundaria superior (el bachillerato), no obligatoria, hasta los 19 años. Es decir, que no es tan descabellado considerar la hipótesis de elevar con un año por arriba, en vez de ganarlo por abajo. Retrasaría un año la entrada en la Universidad, pero no es prisa, precisamente, lo que necesitan nuestros jóvenes para entrar en el mercado laboral. No vendría mal algo más de madurez y de preparación de quienes llegan a la Universidad y podrían saber con más claridad qué quieren estudiar. En estos tiempos de restricciones presupuestarias parece una opción difícil.

Seguramente, lo que se quiere es bajar la edad de comienzo del bachillerato, convirtiendo el cuarto curso de la ESO en el primero de aquel, segregando a los que eligen esta vía del resto, que, por la razón que sea, no quieren, no pueden o no se les deja seguir por la vía más académica, la cual se supone se es más exigente.

En varios países de la UE la secundaria superior tiene tres cursos, pero se retrasa la llegada a la Universidad

Esta ha sido la bandera de quienes, aceptando la prolongación de la obligatoriedad hasta los 16años (lo que implica su financiación) han reclamado la segregación y la diversificación antes de terminar la ESO. Esta propuesta, de llevarse a cabo, provocaría muchos problemas de variada índole. Tratando de resolver por esta vía la duración de bachillerato se derivan graves consecuencias para quienes no vayan a esos estudios.

a) Es de suponer que nadie propondrá que el tope de la obligatoriedad descienda hasta los 15 años. Segregar antes de terminar el periodo abarcado por la obligatoriedad (de 6 a 16 ahora) supone crear una división de destinos entre los que vayan a bachillerato y quienes no vayan a él, derivando a estos a la formación para el trabajo, o bien dejándolos un año más en la ESO. Si esas vías no son opciones equivalentes, se atentaría contra el derecho a la educación en condiciones de igualdad de oportunidades. Solemos olvidar que la obligatoriedad no solo supone un deber para los alumnos, sino, sobre todo, la garantía para que los poderes públicos, los centros y el profesorado hagan posible la satisfacción de ese derecho, en vez de ser sus meros administradores.

b) Mantener la obligatoriedad hasta los 16 años, abarcando el primer curso de ambas vías, es un despropósito político, organizativo y pedagógico que solo se justificaría como una treta para reclamar luego la concertación de todo el bachillerato; algo que ya ocurre en algunas comunidades.

c) Una vez más, se devalúa la formación profesional, que queda como una segunda opción. Otra hipótesis: ¿por qué no extender la vía profesional generando una especie de “bachillerato laboral”. No vendría mal rememorar el éxito que en España tuvo esa experiencia, aunque las circunstancias en 1953, que es cuando se creó esta figura, eran muy distintas. El grado elemental comprendía de los 10 a los 15 años y el superior, de 15 a 17.

d) La calidad de la enseñanza —la de todos—  no mejora con estas medidas. Tampoco se aminora el fracaso ni se logra aumentar la población que cuente con este nivel educativo. Por otro lado, el alumnado del primer curso del bachillerato tendría el mismo profesorado que tiene ahora en la ESO, se supone que los alumnos permanecerían en los mismos centros… solo que se prescindirá de los alumnos rémora.

e) Desde el siglo XIX el debate acerca de qué cultura se debe dar en el bachillerato ha constituido un punto polémico que sigue sin resolverse y que es preciso debatir. ¿Contenidos propedéuticos para el nivel universitario o cultura con sentido en sí misma?, ¿contenidos más académicos o más relacionados con la vida y el mundo que nos circunda?, ¿currículo organizado en las disciplinas clásicas o en conglomerados más globalizados?, ¿conocimientos más teóricos o de carácter más aplicado?, ¿más ciencias o más humanidades? Este aspecto —la cultura escolar— sí que tiene mucho que ver con el éxito y con la calidad de la educación. Resulta curioso que nos alarmemos porque casi 30% del alumnado de la ESO fracase, mientras que se presta poca o nula atención al dato de que la tasa bruta de graduación en el bachillerato es solamente del 44,7% (según los últimos datos proporcionados por el Ministerio de Educación referidos al 2009). Cifra que no solo no mejora sino que sigue descendiendo (en  2003 era del 44,9%). La eficacia selectiva del bachillerato es bien efectiva. No es extraño que la Selectividad la supere la gran mayoría del alumnado.

Este sí que es un problema grave. Claro, siempre se podrá argumentar que la ESO es la culpable.

José Gimeno Sacristán es catedrático de Didáctica de la Universidad de Valencia. 

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