En su justa medida
El consumo de soja, dentro de una dieta asiática, ayuda a reducir el colesterol y a prevenir los cánceres de mama y de próstata. Pero en una alimentación occidental, estos beneficios aún no han sido demostrados
Recomendable, pero no imprescindible. Ni medicinal. Ni mucho menos la panacea. Podría ser el titular a dos vueltas que resumiera las opiniones de expertos consultados sobre la soja. Alimento vegetal proteínico, de la familia de las legumbres, que se diferencia de unas lentejas o unos garbanzos en que los primeros son ricos en hidratos de carbono mientras que ella "es una oleoleguminosa baja en carbohidratos y con alto contenido en fibra", dicta Susana Monereo, jefa de endocrinología del hospital de Getafe (Madrid).
Miguel Fiol, jefe de sección de la unidad coronaria del hospital universitario Son Espases (Palma de Mallorca), enumera sus "posibles beneficios sobre el organismo", aún sin confirmar clínicamente, según subraya: su lecitina contiene ácidos grasos monoinsaturados y poliinsaturados (oleico y linoleico), que bajan el colesterol malo y suben el bueno. Sus isoflavonas son fitoestrógenos a los que se relaciona con la prevención del cáncer de mama y de próstata, y de la osteoporosis y el colesterol en la menopausia. En general, con una reducción de la sintomatología del climaterio femenino, como los sofocos.
Esta legumbre impide la absorción de calcio por su contenido en fitato
"Ha habido una tendencia por parte de la industria alimentaria a magnificar sus virtudes, en muchos casos sin una suficiente base científica contrastada", remacha Fiol, que le pone al producto varios peros de los que no aparecen en las publicidades de las marcas. Por ejemplo, que "impide la absorción de calcio por su contenido en fitato", o que "es una causa frecuente de fenómenos alérgicos".
Además, recuerda recientes estudios "en los que no se observa una mejoría significativa del perfil lipídico en la menopausia tras un año de consumo de soja". Monereo ha detectado en su práctica diaria que "puede interferir con la absorción de la hormona tiroidea" en algunos pacientes. De cualquier modo, "el que un determinado alimento contenga nutrientes que se han relacionado con la salud no implica necesariamente que tenga un impacto clínico y deba recomendarse", incide el médico balear, miembro también del Centro de Investigación Biomédica en Red sobre Fisiopatología de la Obesidad y Nutrición (CIBERobn), que precisamente trata de aclarar de forma científica el efecto beneficioso real de los diversos tipos de nutrición.
"La soja tiene propiedades nutritivas especiales, un contenido proteico de alto valor biológico, con un patrón muy parecido al de las proteínas de origen animal, fundamental en una población como la asiática para prevenir deficiencias nutricionales, pero no tanto en el ambiente sociocultural español, donde realizamos una dieta muy hiperproteica", puntualiza Gabriel Olveira, especialista en endocrinología y nutrición del hospital Carlos Haya de Málaga. En su opinión, no hay alimentos buenos o malos, sino hábitos buenos o malos en el contexto de una dieta equilibrada (o no) y "culturalmente ambientada".
Por eso, sin desdeñar las indudables bondades de esta leguminosa, sí insiste en que sus efectos positivos sobre la salud cardiovascular y ósea, o su papel en la reducción del riesgo de sufrir ciertos tipos de cánceres, epidemiológicamente comprobados en Oriente, no han sido claramente demostrados en las sociedades occidentales.
Sus componentes bioactivos difieren "según la variedad, el suelo donde se ha cultivado e incluso la época del año en la que se recolecta... Son factores nada fáciles de controlar en la vida real", agrega. Por no hablar de la dosis o del momento de la exposición: desde la infancia, como en los países asiáticos, o solo durante escasos periodos en la edad adulta.
La Administración de Drogas y Alimentos de Estados Unidos (FDA) autorizó en 1999 la siguiente declaración en el etiquetado de algunos alimentos: la proteína de soja puede reducir el riesgo de enfermedad coronaria en el contexto de una dieta saludable, basándose en una ingesta diaria de 25 gramos.
Ni la mayoría de gente lo cumple ni muchos fabricantes se esfuerzan tampoco por reflejar estos importantes aspectos en los envases, según se lamenta el especialista. Consumir las cantidades mínimas para que sirva de algo puede acarrear, además, daños colaterales en según qué circunstancias, advierte la doctora Monereo: "Para conseguir efectos significativos y medibles desde el punto de vista científico habría que tomar 100 miligramos diarios de isoflavonas que, por su efecto estrogénico, podrían provocar sangrados a destiempo o problemas en el útero".
"Los beneficios vienen de la dosis y de los modos de ingesta", prosigue Olveira. "No es lo mismo seleccionar un componente beneficioso como las isoflavonas y tomarlas en pastilla, como una medicina, que en tofu u otro plato que forma parte de tu gastronomía", pone a modo de ejemplo. De hecho "no se ha demostrado que las isoflavonas en pastillas reduzcan el riesgo cardiovascular, y no se recomiendan para este motivo", asegura.
"Cuando alguien dice que toma un preparado a base de soja habría que preguntarle, ¿pero de qué tipo?, ¿de harina de soja?, ¿a partir de concentrados proteicos extraídos con alcohol?, ¿o es que toma semillas fermentadas al estilo japonés, como el natto o el miso? Nos creemos que todo es lo mismo, y no", advierte el doctor.
Entre la infinidad de oferta del mercado puede haberla que añada azúcares y vainillas para dulcificar su sabor (y de paso aumentar su contenido en glucosa). Y otra que en el proceso de extracción use alcohol, que reduce drásticamente el contenido de isoflavonas, alerta Olveira. Según Fiol, son las semillas las que contienen "más cantidad de nutrientes teóricamente beneficiosos".
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