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Diez años de 'Cajales'

Una encuesta sobre los investigadores del programa Ramon y Cajal muestra los obstáculos de la carrera científica

Cuando se van a cumplir diez años del programa Ramón y Cajal, y antes de ponernos a celebrar la cifra redonda, es conveniente hacer balance. Y qué mejor para ello que una encuesta entre aquellos que, según los sucesivos gobiernos, fueron seleccionados por comités internacionales independientes para liderar una nueva generación de científicos en España. ¿Quiénes fueron los científicos contratados con el programa? Según la encuesta realizada por la Asociación Nacional de Investigadores Ramón y Cajal (ANIRC), se trata de jóvenes científicos con una edad media de 38 años, unos 15 años de experiencia investigadora, trayectoria internacional y capacidad de liderar su propia línea de investigación. El 62% ha ido a parar a universidades, y el 26% al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). El resto, a otros organismos públicos de investigación. La mitad de los Cajales se concentran en Madrid y Barcelona (34% y 17% respectivamente).

¿Y qué ha sido de ellos? Los resultados del programa ofrecen muchas sombras y aristas, pero también alguna luz. Entre los positivo, sólo el 2% dejó la carrera científica. De los que se quedaron, el 96% pasó la evaluación al cuarto año, la antesala de la estabilización que se prometía con el contrato. Al quinto y último año, el 80% de los que fueron seleccionados antes de 2004 se habían estabilizado, aunque -y aquí empiezan los problemas- no siempre en las condiciones que esperaban: en muchos casos, para tan poco viaje no hacían falta tantas alforjas. A un porcentaje respetable les hubiera salido mejor no moverse del sitio para salir antes en la foto.

El caso de los Cajales en el CSIC resulta particularmente grave. Un 25% de los que se quedaron en él no consiguieron plaza. Las raquíticas ofertas de empleo público para científicos ha creado un problema muy serio en esta agencia estatal. Las causas son variadas y largas de explicar, pero el hecho clave es que la capacidad de absorción del CSIC depende directamente de los presupuestos general del Estado, y estos se están mostrando muy poco inteligentes en ciencia e innovación. En las universidades, los problemas para la estabilización son complejos, pero ligados también en cierta medida a la financiación de la ciencia.

Como escribíamos en la revista Science en febrero, es hora de que el Gobierno se crea de verdad que poner dinero en investigación científica es la mejor inversión posible para el conjunto de la economía. Urge tomar medidas concretas, como ha hecho Alemania, e invertir decididamente y sin complejos en investigación. Resulta que, sorpresa, es por ahí por donde se sale. Y como indicador del proceso, si sigue habiendo un cuarto de los considerados por la administración como élite investigadora que no puede desarrollar su trabajo, es que vamos muy mal.

Resulta ciertamente frustrante tener que repetir obviedades cada pocos meses, pero un país que no invierte lo necesario en ciencias básicas es un país condenado a la tercera fila intelectual. Si no invierte lo suficiente en ciencia aplicada, se condena al déficit en la balanza de pagos. Y si no invierte en ciencias sociales y humanidades, el país pierde proyección internacional y deja su política exterior y su prestigio a merced de otros. Y creo que no es ese el país que queremos.

Francisco J. Tapiador es profesor titular de la Universidad de Castilla-La Mancha y vocal de la Asociación Nacional de Investigadores Ramón y Cajal (ANIRC)

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