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Entrevista:

"No está en crisis la autoridad del profesor, sino la de la institución escolar"

A Mariano Fernández Enguita (Zaragoza, 1951), uno de los más reputados estudiosos españoles de las cosas de la enseñanza, le parece muy bien reforzar la autoridad del docente, pero está convencido de que ése no es el problema, sino que se trata de una pérdida a todos los niveles. "Lo que está en crisis no es la autoridad del profesor sobre el alumno, sino la autoridad de la institución. ¿Qué sentido tiene hablar de restablecer la autoridad del maestro y al mismo tiempo que haya un espeso silencio acerca de la autoridad del director sobre los profesores? O del inspector de educación. O incluso de la autoridad del Gobierno. ¿Cómo puede legislar el Gobierno que hay que enseñar Ciudadanía y una comunidad decir que se debe enseñar en inglés? Esos mismos, por cierto, son los que luego claman por la autoridad".

Fernández Enguita ejerce desde su condición de catedrático de Sociología de la Universidad de Salamanca y mira tanto la educación como el pacto con la distancia de un académico, pero con la preocupación de quién considera que es lo suficientemente importante como para que deba tratarse como "una cuestión de Estado". Pero vuelve a insistir en que hay que atreverse a tocar temas tabú, como la relación entre el Gobierno central y las autonomías: "No puede ser que el sistema se fragmente infinitamente ni que las comunidades del partido que no está en el Gobierno se dediquen a torpedear las leyes".

Pregunta. ¿Cuáles son los males de la educación?

Respuesta. Un 30% de fracaso escolar es producto de una disfunción. Ni los alumnos son tan torpes, ni han perdido tanto el interés, ni nuestra herencia social y cultural es tan pesada, ni los profesores ni el sistema son tan malos. A mí me parece que esas disfunciones son, por ejemplo, la elevada repetición [un 42% de los alumnos de 15 años han repetido al menos una vez], las fórmulas demasiado homogéneas, o no reconocer suficientemente el trabajo de los buenos centros, de los buenos profesores. Pero las estadísticas y el informe Pisa no deberían ocultarnos que, con los mismos mimbres, hay centros que lo hacen muy bien y otros muy mal.

P. ¿Y qué les diferencia?

R. Yo creo que es la organización del centro y el rendimiento individual del profesor. Un centro no es la suma de profesores. Y, en general, creo que las escuelas públicas están por debajo de la suma de sus profesores, porque uno sólo hace algo si quiere y los órganos colectivos se dedican sobre todo a que nada destaque; es un contexto completamente burocratizado. Y luego está el profesor. La mayor parte de los profesores, en principio, lo que quieren es hacerlo bien. Pero luego hay que ser muy fuerte para seguir haciéndolo, cuando pasan los años, cuando tú haces una cosa y el compañero te mira mal; a ver si luego le van a pedir a él que lo haga.

P. ¿Cree que las soluciones están en la propuesta para el pacto del Ministerio de Educación?

R. Cada vez creo menos en las grandes soluciones y más en las pequeñas. Debemos dejar de pensar que la reforma de un ministerio -me da igual que sea la del Gobierno de turno o el fruto de un acuerdo entre los partidos- es la gran solución. Porque cuando educábamos mucho a poca gente y poco a mucha, el sistema escolar podía ser homogéneo. No pasaba nada: el que no aguantaba estaba fuera y el que seguía era incondicional. Pero ahora que queremos educar mucho a mucha gente, en un mundo tan cambiante, los centros tienen que tener una enorme capacidad de responder a lo que pasa dentro de ellos y a su alrededor. Y eso es un proyecto de centro, una dirección ágil y con capacidad, y responsabilidad profesional individual. Las políticas públicas deben posibilitar su autonomía y al mismo tiempo exigirle.

P. Pero eso ya está planteado, al menos sobre el papel, desde hace tiempo.

R. Claro que se plantea, pero no se cumple. Por ejemplo, sabemos que el 80% de los proyectos de centro están copiados, por lo tanto, no hay. Y, ¿qué autonomía queremos? Con asambleas de 30 a 100 profesores que normalmente sirven para que no se haga nada hay que dar más poder a las direcciones. ¿Qué carrera docente se va a hacer? Porque para algunos es una carrera en la que cada tres años te dan un trienio y cada seis, firmando 10 o 15 horas de formación, un sexenio. Y eso no puede ser. El tiempo pagado de un profesor son 35 horas semanales y tienen entre 15 y 20 horas de clase. No se puede tratar igual al que hace un trabajo sistemático, creativo o simplemente esforzado y al que no hace absolutamente nada.

P. ¿Cree que es uno de los grandes problemas la convivencia entre la escuela pública y la concertada (privada subvencionada)?

R. Debería dejar de ser un problema. Yo abogaría por meter más mercado en la pública y más Estado en la privada. Hay que meter en la pública más incentivos que diferencien el buen trabajo del malo. Y hay que someter a la privada concertada a más controles contra frivolidades como la selección de alumnos o el cobro de cuotas. Pero en España este debate se mezcla con la dicotomía entre escuela laica y confesional, y no es lo mismo, ya que hay privada laica. Yo creo que toda la escuela debería ser laica, porque es un instrumento de la sociedad, no de los grupos, por muy importantes o santos que sean.

P. Se repite mucho que hay que ser pacientes porque los cambios en educación son muy lentos.

R. Muy lentos no deberían ser porque la gente tiene a sus hijos escolarizados ahora. Quizá los cambios no se terminen de ver hasta 20 años después, pero se pueden empezar a ver casi de inmediato. Entre otras cosas porque en algunos sitios están tan mal que no es muy difícil mejorarlo.

El catedrático de Sociología de la Universidad de Salamanca Mariano Fernández Enguita
El catedrático de Sociología de la Universidad de Salamanca Mariano Fernández EnguitaSANTI BURGOS

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