_
_
_
_
Reportaje:

Misioneros en la Puerta del Sol

El grupo Kilómetro 0 evangeliza a cualquiera que pase por la Puerta del Sol, intentando atraer a turistas y curiosos cerca de Jesús

El sol se oculta entre los edificios de la Puerta del Sol de Madrid. Un grupo de predicadores de la asociación Kilómetro 0 (KM 0) coloca una maleta roja en el lugar más amplio que las obras les permite. "No estamos aquí para pedirles dinero, les ofrecemos canciones e historias gratis", anuncia uno del grupo la buena nueva a los turistas y viandantes. Los trabajadores de la zona los ven con hastío. De lunes a sábado, todo el año, estos misioneros evangelizan a cualquiera que pase por la plaza, los quieran escuchar o no.

Maritza se sube con una guitarra al atril improvisado. Arranca acordes al instrumento y marca el ritmo pisando con fuerza la superficie roja que la eleva medio metro del suelo. Las venas del cuello se le marcan y canta con un fuerte chorro. "Hay un camino, Jesucristo", es su mensaje. Se baja. Otro se encarama a la maleta y habla al auditorio que la voz de Mariza ha atraído. Cuenta una historia sobre destrozar muros emocionales, la importancia de pedir perdón y aceptar a Jesús. Cuando acaba de contar la parábola, los evangelistas se acercan a los curiosos para charlar con ellos sobre la vida después de la muerte y repartir libritos con el Evangelio de San Lucas. Repetirán esta estructura hasta las diez de la noche.

El concepto KM 0 nació en 2002, cuando Jacob, su presidente y nacido en Chicago, comenzó a realizar este espectáculo con un amigo. "Al hacerlo las primeras veces", explica, con su perfecto castellano de 22 años residiendo en la Península, "vimos que la gente se paraba y andaba necesitada de orientación espiritual". Poco a poco el grupo fue creciendo y actualmente son más de 100 personas y tienen desde 2004 un local propio. Agrupan a 20 iglesias evangélicas de Madrid y hay grupos los imitan, identificados por una caja roja, en Berlín (Alemania) y Gotemburgo (Suecia). "Ha venido gente a aprender cómo hacemos esto de muchas partes de Europa", dice Mau, uno de los evangelistas.

Para ilustrar sus historias usan más de 60 objetos. Un día es un trozo de puerta que representa la de los cielos, cerrada a quien practique sexo prematrimonial; otro un jeroglífico con un camino de baldosas amarillas que lleva a un valle florido, en el que no entrará quien mienta; al siguiente una señal de stop como la que Dios pondrá en la cara el día de su muerte si el fallecido ha robado caramelos. Son traducidas al inglés simultáneamente por otro evangelista. Pero sus historias estrella, por la cantidad de público que atraen, son las del yugo y el maniquí, ambas realizadas por Jacob.

Un yugo es un aparato de madera formado por dos cabezales, donde se uncen por el cuello los animales de tiro, unidos entre sí por una pértiga. "El mío tiene 120 años y me lo regalaron en Sevilla", sonríe y rememora Jacob, "es una metáfora perfecta de cómo en la vida los problemas nos arrastran como un burro arrastra a otro y Jesús puede ayudarnos a romper ese vínculo". Cuando cuenta esta historia, Jacob levanta el yugo en alto y lo pone sobre dos compañeros suyos. Al decir la palabra Jesucristo alguien del público se va. Repite el nombre "por si alguien más quiere irse", grita a la plaza.

"En la del maniquí", continúa Jacob, "usamos uno de cuerpo entero". "Cuento cómo me acerco pensando que es la mujer perfecta, pero cuando llego donde ella, veo que esta vacía por dentro y hecha de plástico". "Como vosotros, le digo al público entonces", dice riéndose.

Las reacciones del público son variadas. Un hombre con un pendiente en la oreja derecha pasa resoplando. Dos ciclistas gritan "¡Frikis!" y pedalean hacia Jacinto Benavente. Un turista los señala y le dice a su novia "like in the USA [como en EE UU]". A una señora de 50 años le gusta la música y da palmas al compás. Alguien aprovecha el anonimato de la masa para anunciar la llegada del demonio esa misma noche. Una pareja de adolescentes se para a hablar con ellos. Él es de la República Democrática del Congo, se llama Hendry y ella es Elísabet, de Madrid. "Esto es importante, hablan de lo que hay tras la muerte", le comenta él. "Es pura fantasía", responde ella. Y se enzarzan en una discusión teológica mientras bajan hacia el metro de Puerta del Sol.

Un evangelista cuenta una historia personal de conversión usando una señal de stop como ejemplo
Un evangelista cuenta una historia personal de conversión usando una señal de stop como ejemploL. J. VARO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_