Bolonia: Arquitectura, utopía y oportunidad
Soy arquitecto y soy profesor. No entiendo una vocación sin la otra. La razón para ello estriba en que la disciplina de la Arquitectura que lleva 20 años siendo objeto de mis investigaciones y diseños es -precisamente- la universidad.
La educación es un hecho espacial. He reiterado esta convicción en numerosas ocasiones, insistiendo en que la calidad de la universidad está íntimamente ligada a la del espacio físico. Por tanto, la formación integral del ser humano (misión última de las instituciones de enseñanza superior) necesita inexorablemente un entorno edificado, de manera que los espacios habitables se erijan en anfitriones privilegiados.
Esta conexión umbilical entre universidad y Arquitectura puede constatarse desde su génesis institucional en la Edad Media hasta hoy: el claustro (germen de los espacios universitarios), la Civitas Dei alcalaína, los colegios universitarios, las estructuras compactas (como el Archiginnasio de Bolonia, la magistral obra barroca borrominiana de Sant?Ivo alla Sapienza o el Palacio de los Bo, entre otras Domus Sapientiae), los complejos pabellonarios decimonónicos, el campus norteamericano, la arquitectura de las vanguardias del siglo XX, el modelo en retícula ortogonal de la Universidad Libre de Berlín o las recientes tendencias que apuestan por el retorno al corazón urbano.
Al hilo de lo expuesto, ¿qué relación existe entre el Espacio Europeo de Educación Superior y la Arquitectura?
Una respuesta preliminar: si el EEES tiene entre sus objetivos la transformación innovadora de los modelos de aprendizaje, deberán simultáneamente revisarse los espacios arquitectónicos que los alberguen; es decir, la Arquitectura saldrá reforzada del proceso de Bolonia, arrastrada por su espíritu renovador. La cuestión puede enfocarse en sentido inverso, adquiriendo mayor contundencia: es precisamente la Arquitectura un factor desencadenador de la metamorfosis universitaria. Un espacio físico de calidad fomenta el contacto humano, propiciando el seguimiento personalizado del aprendizaje y activando lugares alternativos a la lección magistral. Defiendo el EEES porque implica reinventar la Arquitectura del Saber.
No todo lo que acarreará Bolonia me parece plausible. Si me limito a mi estricta condición de arquitecto, me preocupa el futuro de la docencia de esta fascinante disciplina artístico-técnica, en cuanto a planes de estudio y cuantificación crediticia de la carrera. Una empresa académica de la envergadura del EEES no puede estar exenta de inconvenientes para determinadas áreas de conocimiento o sectores de la sociedad.
Quisiera añadir en este punto un comentario circunstancial, pero oportuno. Escribo desde la ciudad de Ni¨ (Serbia), en cuya universidad acabo de impartir un seminario sobre Urbanismo y Arquitectura del Campus. El evento ha sido organizado por entidades locales (SITON), contando con el decisivo apoyo de LEDIB (Local Economic Development in the Balcans). Este organismo, vinculado al Gobierno de Dinamarca, está colaborando extraordinariamente en la recuperación económica y social de esta región, incluyendo el fomento de la integración internacional de los estudiantes. Durante las jornadas del seminario, constaté el entusiasmo de los alumnos hacia los ejemplos de excelencia de campus que pude exponerles, puesto que su universidad afronta una profunda transformación urbanística. Y me ha cautivado la ilusión de esos estudiantes por entrar en el EEES. Invito a una serena reflexión.
Retomando la consideración de las facetas provechosas del EEES, y sin abandonar mi condición de arquitecto, hay algo más que quisiera exponer, no tanto desde una aproximación científica (no me otorgo esa capacidad), sino intuitiva. Mi dedicación a la investigación y diseño de espacios universitarios data de 1989. En mi itinerario profesional he tenido la fortuna de visitar más de 400 campus, reflejando las impresiones que me causaron mediante varios libros y artículos, y volcando lo aprendido en diferentes proyectos y planes directores de universidades, que he gestionado con todo tipo de administraciones y organismos. Pues bien, debo reconocer que nunca he percibido tanto interés y sensibilidad para con la Arquitectura del Saber como ahora, en plena coyuntura de ingreso en el EEES. Y no creo que se deba a la casualidad.
Soy consciente de las dificultades intrínsecas a todo cambio; puedo comprender los inconvenientes del proceso de convergencia, aunque no dedico mi trabajo a los infinitos pormenores académicos de la trascendente empresa que comenzará en 2010. No necesito hacerlo, sin embargo, para valorar el EEES desde la constatación de sus principales virtudes: por un lado, forzará un replanteamiento de la Arquitectura hacia una escala cuantitativa y cualitativamente más humana; por otro, servirá como excelente pretexto para reformar las metodologías docentes y sus espacios asociados. Desde la primera vez que pude enunciarlo (en el diseño para el campus de Villamayor de la Universidad de Salamanca, 2005), he defendido y difundido firmemente el concepto de "campus didáctico" como fórmula para afrontar el necesario salto de calidad de las Universidades. Y he escrito también que el "campus didáctico" debe sopesarse como propuesta integral formativa, más allá del EEES. Sin embargo, estimo justo reconocer que el proceso de Bolonia constituye un excelente detonador para cristalizar dicha idea, reforzando su estrategia de implantación.
En España no abunda la cultura de la planificación, y menos la investigación en materia de renovación de fórmulas de aprendizaje que se acompañen de arquitecturas concebidas a tal fin. Ahora, parece resucitar una nueva versión (aunque aplicada a lo educativo) de las propuestas que los urbanistas utópicos nos dejaron durante la época de las grandes esperanzas de mediados del siglo XIX; unas propuestas discutidas que, sin embargo, tuvieron trascendencia internacional. El EEES no responde a esos credos, pero a algunos nos interesa aprovechar la oportunidad que nos brinda para defender que de una vez por todas se ponga a la Universidad en el centro del debate social, del que lleva demasiado tiempo ausente. Es tiempo de utopías de la educación, pero esas utopías tienen que revestirse de Arquitectura.
Pablo Campos Calvo-Sotelo es doctor en Arquitectura y profesor de la Universidad CEU San Pablo
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