Nuevos musulmanes
Los españoles conversos al islam piden voz. Son alrededor de 50.000. Muladíes de última generación que han vencido la afonía y ahora gritan contra la sordera
En su rutina ya no hay tablas de embutido ibérico ni ronda de cañas al salir de la oficina. Pronuncian oraciones mixtas, en una suerte de amalgama idiomática hispanoárabe. Llamémoslo ¿spanarabic? Al interlocutor lo saludan con un "Asalaamu alaykum"y se despiden de él invirtiendo la frase: "Alaykum asalaamu". Reciben las buenas noticias con un celebrado "Al-hamdu lillah!" (¡Alabado sea Dios!) y se espantan de las desgracias al tono de "Wa-llah!" (¡Por Dios!). Ellas se cubren la cabeza con un pañuelo como acostumbraban sus abuelas, no tanto tiempo atrás, y ellos hacen lo imposible para llegar puntuales al rezo colectivo de los viernes, aprovechando la pausa laboral del mediodía. Más de una vez los han confundido con extranjeros. Con "monjas de colores", algún escolar despistado y poco familiarizado con el crisol multicultural que prospera en España. Pero ni clérigos ni árabes. Españoles y civiles. De tradición católica y confesión musulmana, por alambicado que parezca.
Muladíes, conversos o adaptados. Musulmanes, en definitiva. Porque musulmanes nacemos todos, dice el Corán. Y al islam uno "regresa", no se convierte. Han encontrado el camino de vuelta plagadito de guijarros y, en el retorno, algunas piedras les saltaron al lomo. Pero al final, aunque sobrecargados por el peso, llegaron. Sigilosos y escamados de popularidad, han logrado ocupar un escaño reconocible en la bancada de la comunidad musulmana en España, con tribuna mayoritaria de inmigrantes de países islámicos.
En ese grupo, los españoles conversos representan alrededor del 2,5%. Unos 25.000 de entre algo más de un millón. Algunas organizaciones islámicas elevan la base hasta 50.000. Todo cálculo es inexacto pues en las estimaciones se presume antes el suma, resta y divide que el rigor matemático. A diferencia del catolicismo, en el mundo musulmán no hay registros. Incalculables, para más inri, buena parte profesa en la clandestinidad, abocados por la "sordera" de una sociedad que califican de "inmadura" y critican por "falta de conciencia". Por eso, temen terminar encerrados en tierra de nadie, entre el credo prestado y la cultura heredada.
Aún así y a pesar de la fatiga a la que les han sometido los medios de comunicación demandándoles su opinión sobre asuntos que les son "extraños" -como "el conflicto en Irak, la guerra santa o el terrorismo"-, han decidido salir a la palestra y actuar como interlocutores en esta historia de "buenos y malos", donde el papel secundario "lo interpretaban antes los comunistas y, ahora, nos lo colgaron a nosotros".
Entre la islamofóbia de su historia antigua y el pasado reciente, abonado por reivindicaciones violentas en nombre de Alá, la imagen de la comunidad musulmana en España ha recibido cachetes de más de parte de una opinión pública que no sabe "marcar diferencias y peca de ignorante". En contraste y tras el 11-S y el 11-M, este colectivo, al que las instituciones islámicas auguran un prolífico futuro, toma impulso y gana adeptos.
Historias de vida
Las de los musulmanes españoles de origen católico son historias de vida diversas. A partes iguales: abundan quienes abrazaron el islam animados por su pareja (Demelsa, Noor, Jalima) y quienes se convirtieron tras un periodo de búsqueda espiritual (Hashim, Audalla, Silvia, Roberto) o de estudio (Carmen, Arrayán, Omar). En ese variopinto abanico, pesan los relatos en femenino, inspirados por matrimonios mixtos, y chirrían pasados de avezado catolicismo: con alguna monja y unos cuantos seminaristas para dar la réplica.
En cocina, su discurso se saborea insistente, salpimentado de términos como "discriminación y clandestinidad", que achacan a una mala digestión social. Los muladíes españoles citados en este reportaje por la traducción de su nombre en árabe o a los que se les ha suprimido el apellido han solicitado discreción. Temen perder el puesto de trabajo, que los amigos les aparten o que al entorno familiar, en su mayoría informado, le apabulle la difusión mediática. La conversión de quienes, por el contrario, son mencionados con todas las letras de su carné de identidad ha discurrido de manera amable. Con menos guijarros que sortear. Por ende, no ponen pegas.
"Es rara la familia que lo acepta de primeras". Divorciada y con una hija que roza la treintena, Carmen brega cada mañana por arrancarle un beso de despedida. "Con el hiyab no hay manera". Lo viste de lunes a viernes, en horario de oficina. Los últimos dos desde primera hora de la mañana. Convertida hace seis años, esta historiadora de 51 años, especializada en religiones, ocupa un puesto de administrativo en el Centro Cultural Islámico de Madrid, donde imparte clases de iniciación al islam para conversos.
El entorno de Demelsa ni lo imagina. Hace cuatro meses que agrupa el salah (las cinco oraciones diarias) en un solo rezo, que practica a escondidas en su habitación, cuando todos duermen. En el plano de metro madrileño, las estaciones que separan el barrio de esta reciente muladí, de 22 años, del de Noor Llano, una veterana conversa de 51, superan la docena. Norte y sur de la ciudad. Fuera de la representación cartográfica, sus vivencias discurren próximas.
La habitación que ocupaba cuando niña en la casa familiar de León está presidida por un crucifijo peruano. Un souvenir que regaló a su madre a la vuelta de una estancia como misionera en Perú. De aquella época, conserva alguna correspondencia y ese Cristo en la cruz, que su madre retira del dormitorio cuando la visita con Hisham y los niños. Con 30 años, Noor dijo no al catolicismo. Una fe escrita en mayúsculas en su trayectoria como sierva del Sagrado Corazón. Y con 34 abrazó el islam, cuatro años más tarde de conocer a Hisham, un diplomático egipcio por cuya recomendación no viste hiyab. "Llevo el pañuelo en mi cerebro, mis ojos y mi corazón". Alá la excusa de no cumplir un precepto que le traería problemas en su entorno. De hecho, cree que ha sido relegada de un puesto de alta dirección por confesarse musulmana.
Shahada
Silvia Cerraja tiene un historial repleto de experiencias de discriminación laboral, del que rescata, a garganta henchida, ciertas excepciones. Pronunció la shahada en Londres, tierra, dice, de "multiculturalidad". A los 40 recién estrenados ha regresado a España y cuenta dificultades para conseguir un puesto donde permitan vestir hiyab. Superó con éxito las muchas pruebas de selección para un puesto de atención al viajero en Renfe. Al probarse el uniforme, contrato en mano, la empresa temporal que gestionaba el proceso le espetó que con pañuelo "no pasaba". Y no entró. "¿Por qué hay que dramatizar?", interpela. "El entendimiento tiene que ser natural".
Tanto como el islam para sus fieles. Una religión "racional, sin misterios, donde no existen las casualidades y todo se argumenta". Más que eso: "súper abierta", revela Arayán. "Me parece fascinante poder estar con el Corán en mi cama, practicar sexo y ofrecérselo a Dios", cuenta acelerada y entusiasta sorprendiéndose a sí misma por la revelación. "Yo que siempre he sido católica y, poco después, atea. Lo cual es de risa, porque ahora soy musulmana". A medias tintas. Arquitecta y estudiante de filosofía, a sus 34, pasa todo por el tamiz de la razón. No logra entender por qué taparse la cabeza "con 40 grados a la sombra" y le marean las múltiples interpretaciones de algún que otro precepto coránico. Pero tiene confianza: "Si Dios quiere, seré una buena musulmana".
Cada mes, el egipcio Mahmoud Monier asesora a decenas de conversos en su despacho de la Mezquita de la M-30. El imán del principal centro musulmán en España subraya que las cuestiones que más preocupan a los españoles en proceso de conversión son los polémicos asuntos del velo, la poligamia y el trato hacia las mujeres. Estos últimos tiempos, también la identificación con el terrorismo fundamentalista. "O con agentes del CNI, como sospecharon los hermanos árabes tras los atentados", agrega Silvia.
Moro nuevo
Más veterano que esta tímida escenógrafa formada en Inglaterra, "antiguo" prefiere, Hashim Cabrera, reconoce haber padecido esa misma "dualidad caótica" del que se oculta. Hace dos décadas que abrazó el islam, tras un largo periplo de escarceos con el budismo y otras filosofías. Todavía hoy siente la mirada del sospechoso. En círculos artísticos, de manera notable. Cabrera es pintor en Almodóvar del Río (Córdoba). Con 52 años, ha escrito, entre otros libros, Párrafos de moro nuevo, editado por la Junta Islámica en 2005. La organización, en la que es responsable de asuntos culturales, agrupa a conversos andaluces que beben del sufismo, la escuela (mahdab) más moderada del Islam. En el otro extremo, se sitúan la rama chií y el wahabismo o salafismo de los suníes saudís, más ortodoxos, y que tiene otros ejemplos en España.
En el Islam no hay ceremonias de conversión, pero los imanes han institucionalizado el trámite y muchas mezquitas las celebran. Acompañado de dos testigos, el futuro musulmán pronuncia "no hay más dios que Alá y Mahoma, su profeta". El imán, si gusta, agrega "e Isa [Jesús], su mensajero. Aleihi Salam". La diligencia dura menos de tres minutos. Breves y ligeros 160 segundos, pues todos nacemos musulmanes, reza el Corán, y solo tenemos que reencontrarnos. Feliz reconocimiento, entonces.
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