“Queríamos hacer una toalla que no se volara ni se llenara de arena”: la innovación tras la sábana de playa Ôbaba
El asturiano Mario Menéndez y el francés Philippe Duprez crearon en 2012 una marca que empezó a vender en Ibiza y durante la pandemia ha multiplicado sus ventas en Canarias y el sur de Francia. Fabrican su tejido, venden en comercios locales y transforman el material sobrante en coleteros y mochilas.
Las playas ibicencas fueron el banco de pruebas para Ôbaba. “Cogimos una hoja en blanco y dijimos ‘vamos a intentar describir cómo sería nuestra toalla de playa ideal’. Para mí lo más importante era que fuese lo más compacta y ligera posible, que no ocupase nada, porque en los viajes el espacio vale oro, y que a la vez fuese lo más grande posible”, explica por teléfono el gijonés Mario Menéndez, cofundador de la firma junto a Philippe Duprez, francés de Lille. Ninguno de los dos conocía el negocio textil: Mario, economista, era bróker especializado en mercados asiáticos para instituciones financieras, y Philippe trabajaba en el mayorista alimentario más importante de Francia. Pero a ambos les encantaba viajar, recorrer el mundo con una mochila como equipaje, y por eso en 2012 se lanzaron a crear una marca de sábanas de playa diferentes.
“Queríamos hacer una toalla que no se volara ni se llenara de arena”, resume Menéndez, “porque una toalla sirve para dos cosas, secarse y tumbarse encima, pero normalmente la primera función no la cumplen bien, al estar en el suelo se llenan de arena, se quedan húmedas durante horas… Y por eso nosotros quisimos apostar por hacer bien la segunda función, tener un espacio para tumbarte que sea higiénico, que esté limpio y que no tenga arena”. Aunque parece algo sencillo de lograr, la idea necesitó mucha investigación e innovación: tuvieron que encontrar el tejido adecuado, y acabaron creando su propia tela en una fábrica especializada del noreste de Francia. “Allí hacen las sábanas de los hoteles de lujo de París, y nosotros creamos nuestro propio tejido, en un ancho mayor y lo más fino posible pero muy resistente para que no se rompa con las piedras y las conchas, es algo muy específico que no existía”, subraya.
Que fuera muy fino supuso otro desafío, porque eso hacía volar la toalla con el viento. Y ahí nació otra innovación, la de crear unas piquetas que sujetan la toalla al suelo por sus cuatro esquinas con un sistema de botonera. “Lo probamos en el campeonato del mundo de Kite Surf en Leucate, en el sur de Francia, hacía un viento de 80 kilómetros por hora y ahí se quedaba la Ôbaba clavada en el suelo”, recuerda el fundador. Ahora, casi una década después de su lanzamiento, los fundadores se dedican por completo a la empresa y aseguran que durante la pandemia la marca no ha hecho más que crecer, sobre todo en Canarias y en el sur de Francia.
El año pasado varios medios internacionales destacaron que Le Big –su creación de mayor tamaño, de ocho metros cuadrados– era la toalla perfecta para delimitar un espacio con distancia social en las playas. “La idea cuando nació era la opuesta, que entren allí seis o siete personas tumbadas cómodamente, para ir a la playa con amigos, pero se vio como una forma de aislar un espacio sin tener a nadie cerca”, recuerda entre risas Menéndez. Él, que vive la mitad del año en Ibiza y la otra en París, se instaló en enero durante unos meses en Canarias y aprovechó para presentar su producto personalmente, siguiendo su idea de vender solo en comercios locales: “No hemos querido entrar nunca en grandes almacenes, que hemos tenido la oportunidad. Buscamos puntos de venta bonitos: en Ibiza estamos en Destino; en Madrid en Isolée y Just the Sea, una concept store especializada en el mar de Salesas; en Valencia en Poppyns; en Tarifa en Utopía… Tiendas que tengan un alma, ser coherentes en todo el proyecto”.
En esa coherencia la sostenibilidad es una de las apuestas. “A nivel tejido queríamos hacer algo que no fuese nocivo ni para el ser humano ni para la naturaleza, por eso el algodón tiene el certificado alemán Oeko Tex, y ahora vamos a lanzar una línea de algodón certificado Bio, porque te tumbas con tu piel desnuda, muchas veces mojada, encima de un tejido, y si tienes alergias o la piel sensible es importante que no haya químicos para que no irriten la piel”, destaca Menéndez. No desperdician el tejido que tanto les ha costado crear: un taller de costura hace bolsas, mochilas y coleteros con los restos, “para tener cero desperdicios y hacer lo que ahora se llama upcycling”, añade. También por ese motivo estas toallas son de colores lisos: “Los estampados funcionan por modas y eso hace que el consumidor tenga ganas de comprarse otro producto, nosotros queremos que el cliente la tenga durante años, eso también reduce el impacto en la naturaleza”.
Aunque sí han explorado colaboraciones con firmas y creadores que comparten la filosofía de su marca. Las últimas han sido con la centenaria marca bretona Saint James, conocida por sus camisetas de rayas, y el grafitero Darco, que ha trabajado con firmas como Hermès. “Él es una estrella en París, se había comprado una Ôbaba y le pareció interesante hacer una colección cápsula, y Saint James lleva 130 años haciendo los jerséis de los marineros bretones y normandos, es una marca mítica que han llevado Picasso, Andy Warhol, Audrey Hepburn, Kurt Cobain, y que sigue fabricando al lado del Mont Sant Michel, vamos a seguir trabajando con ellos y a desarrollar más cosas juntos”, avanza Menéndez.
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