Plumofobia: puedes ser gay o lesbiana, pero que no se note
La campaña Stop plumofobia coincide con las celebraciones del orgullo para denunciar este tipo de homofobia encubierta que encierra el desprecio a los hombres afeminados y a las mujeres con actitudes masculinas.
“Han conseguido ya sus derechos, pueden casarse y hasta adoptar niños. ¿Qué más quieren?, ¿por qué tienen que hacer de su sexualidad una bandera e ir dando el cante?”. “Otro año más tenemos que aguantar a esas locas en sus carrozas soltando purpurina. ¿Qué tendrá eso que ver con el hecho de que a uno le gusten los de su mismo sexo?” Son comentarios habituales en estas fechas próximas a la celebración del Día Internacional del Orgullo LGTB. O como me dijo un taxista en una ocasión, en Madrid, “Yo respeto a los gais. No tengo nada contra ellos pero, ¿por qué tienen que vestirse de mamarrachas?”.
La plumofobia, el desprecio hacia aquellas personas que se salen de sus roles de género. Es decir, hacia los hombres afeminados y las mujeres masculinas, es la prueba del algodón que confirma que no se respeta tanto a los homosexuales como se cree, puesto que encierra una regla nunca enunciada pero interiorizada por muchos: se puede ser gay o lesbiana, pero mejor que no se note. Una norma seguida no solo por miembros del mundo hetero sino también por algunos del colectivo homosexual, que todavía estigmatizan a sus camaradas menos discretos.
Las webs de contactos entre homosexuales, como Grindr, son la prueba palpable de que la aversión a la pluma está viva y coleando. Un artículo de la revista Vice, titulado Plumofobia, racismo y discriminación en las apps de ligue gay, recopila expresiones sacadas de estas aplicaciones como: “Busco tíos muy masculinos. Si alguna vez se te ha notado que eres gay no me vas a gustar”. “Si no asumes tu pluma vete a un psicólogo. Que no tiene nada de malo pero a mi no me toques los huevos por decirte lo que todo el mundo piensa”. “Solo tíos muy machos”, “abstenerse pasivas” o “paso de pasivazas”. El tiempo es oro y el objetivo de muchos de los que usan estas apps es echar un polvo, así que no hay mucho lugar para las sutilezas, hay que ser claro y preciso para encontrar lo que se busca en el menor tiempo posible.
El autor del artículo relata como le encargaron hacer un vídeo de una fiesta gay en Barcelona, para “tíos muy machos”. “Se trataba de un evento en el que el público gay veía un espectáculo erótico, en el que hombres medio desnudos se besaban y tocaban. Grabé el show y el ambiente de la sala. Cuando mandé el vídeo el organizador de la fiesta me dijo: “Me ha gustado mucho, pero has sacado a dos mariconas a las que mataría”.
Un estudio del que se ha hecho eco Gay Times revela que más de la mitad de los gais sin pluma (57%) creen que sus colegas afeminados dan una mala reputación al colectivo homosexual masculino. El informe, firmado por Cal Strode, entrevistó a 280 gais del Reino Unido y California y comparó las opiniones de aquellos que se denominaban a sí mismos como straight-acting (sin pluma) con el resto. Los datos revelaron importantes conclusiones entre el colectivo straight: éstos habían sufrido un 33% menos de episodios de homofobia en la escuela que sus compañeros con pluma y el 35% estaba de acuerdo con esta afirmación: “Me identifico más con la comunidad heterosexual que con la gay”.
Sin embargo, la plumofobia no solo la experimentan los homosexuales sino que puede afectar también a los heteros, a los bisexuales y a los transexuales, siempre y cuando no respondan a los mandatos de género. El informe Abrazar la diversidad, elaborado por el Instituto de la Mujer en 2015, registra como el 20% del alumnado español ha sido testigo de agresiones homófobas o tránsfobas en los colegios. Una violencia que no solo se da contra niños y niñas que han manifestado su orientación sexual, sino contra aquellos que únicamente presentan comportamientos propios del otro sexo.
A la homofobia siempre le precede la plumofobia
La campaña StopPlumofobia, con página en Facebook, pretende denunciar esta discriminación, especialmente dentro del colectivo homosexual, mediante gestos como pintarse una uña –la del dedo corazón- o hacer un corte de mangas a cámara, para publicarlo luego en las redes sociales usando el hashtag #StopPlumofobia. Según cuenta su nota de prensa, “nuestro objetivo es reconocer ‘la pluma’ como todo aquello que se sale de la norma y que aporta diversidad a nuestra sociedad. Hacer de ella un grito de guerra desde el colectivo para toda la sociedad, ser más tolerantes entre nosotros, aceptar la diversidad, la riqueza que aporta a nuestra realidad y no permitir que nadie tenga que ocultarse o reprimirse para poder encajar. Al fin y al cabo, la pluma fue una abanderada de las libertades post franquistas y un sello de la apertura de España al mundo en los ochenta y noventa”.
Aitor Sebastián, 25 años (Madrid), actor y dependiente de una tienda, fue violado a los 15 años por un hombre heterosexual. “La agresión que sufrí fue porque tenía pluma y se me notaba que era gay. Todavía ahora voy a veces por la calle y oigo cosas que la gente dice de mí, por mi forma de andar o mis gestos, incluso niños. Tengo un hermano gemelo que es heterosexual y cuando éramos pequeños yo siempre lo envidiaba porque era normal y nadie se metía con él. Con esto quiero decir que con la pluma se nace, no es algo fingido que estemos interpretando las 24 horas del día, como mucha gente cree. Se puede exagerar, sobre todo cuando estás con otros gais, pero es parte de tu personalidad. Además, sin las reivindicaciones que llevaron a cabo los maricones con pluma en los inicios de la lucha por los derechos del colectivo gay, hoy en día no estaríamos visibilizados. Fue gracias a ellos por lo que ahora se empieza a ver la homosexualidad como algo normal y cotidiano, y no gracias a los que la disimulaban o se comportaban como heterosexuales”, apunta Sebastián, quien reconoce, “todavía tengo amigos acomplejados por ser afeminados, que luchan porque no se les note”.
Juan Fran, 28 años (Córdoba), homosexual con pluma, residente en Madrid y empleado de una agencia de comunicación, sostiene que “la plumofobia, además de ser una homofobia interiorizada, esconde también un cierto grado de misoginia o machismo, ya que denuncia o ridiculiza todo lo que tenga que ver con el lado femenino”. Juan, asiduo al ambiente gay de Chueca, cree que este colectivo está virando hacia el conservadurismo. “La mayor parte de las fiestas que se celebran son para ‘hombres masculinos’, se intenta que el modelo del gay se distancie mucho de la ‘loca’ o ‘maricona’ y que sea un hombre blanco, activo, macho, de clase media-alta y con un trabajo estable”. De hecho, el propio presidente de COGAM dijo que este año el orgullo “quería llegar más allá de la imagen de la marica loca subida a una carroza”.
Según Marta Pascual, sexóloga, psicóloga y responsable de la asesoría sexual de COGAM (Colectivo de lesbianas, gais, transexuales y bisexuales), en Madrid, “etiquetamos desde fuera como personas con pluma a aquellas que no se comportan acordes con su sexo asignado, independientemente de su orientación sexual. Desde la sexología, sin embargo, entendemos que somos personas sexuadas que nos construimos en modo masculino y/o femenino. Existen estructuras y procesos que nos conforman con unos caracteres sexuales primarios, secundarios y terciarios (roles de género), que producen en cada persona una mezcla única en distintos niveles de sexuación: genético, neuronal, cognitivo, emocional, conductual, erótico. Esto supone que todos y todas nos vamos a desarrollar desde una intersexualidad, y que nadamos en ella. Lo que implica que yo puedo ser una mujer que cognitivamente funcione de una forma masculina (orientada a resultados) o femenina (orientada a procesos); con un repertorio emocional más sensible y empático (más propio de las hembras), o más determinante y resolutivo (más común en los machos), con una gama de comportamientos sociales y eróticos más inclinada a un sexo que otro; y un aspecto, gestualidad y expresión ligada más a lo femenino o masculino. Y en el caso de los hombres ocurre exactamente lo mismo. Luego parece que no hay lugar a la simulación o el fingimiento. Es solo una forma de vivir el ser sexuado”.
La plumofobia no es exclusiva de los homosexuales varones. También la sufren las lesbianas, aunque de forma diferente. Según Marta Pascual, “posiblemente entre los gais se vive con mayor sentimiento de traición y se castiga con una determinación más masculina, ya que hablamos de hombres. Entre las mujeres puede resultar más o menos molesta, pero considero que tiene menos presencia”.
Ana, 44 años (Madrid), ingeniero de telecomunicaciones, se define como “una mujer con un lado masculino muy marcado. En mi forma de vestir, en mis gestos y en mi comportamiento”. Aunque dista mucho de la imagen de “camionera”, Ana debe soportar esas sutiles expresiones de plumofobia disfrazadas de consejos bienintencionados por parte de familiares y amigos. “Mujer, si te arreglaras un poco más, estarías fantástica. Con lo guapa que eres”, “siempre con pantalones, chica tienes unas piernas preciosas ¡Enséñalas!”, “por qué no te pintas un poco”, “¿has probado alguna vez a dejarte el pelo largo?”. “En una ocasión fui a un taller de expresión corporal libre y la profesora me recriminaba todo el tiempo que no explotara más mi feminidad, en plan chica sexy y deseable”, comenta Ana. “Yo diría que entre lesbianas hay menos rechazo a la pluma que en el colectivo gay. Yo donde realmente me siento más cuestionada es entre mujeres heterosexuales; porque con los hombres, con los que me relaciono en mi trabajo, en el mundo del deporte o socialmente, nunca he tenido problemas. Aunque la filosofía “vale, eres lesbiana pero que no se note y preséntanos a tus novias como amigas”, todavía impera en muchos ámbitos. Por ejemplo, en la familia”.
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