¿Y si practicáramos el sexo todos los días durante un año?
Algunas parejas estables (y sobre todo valientes) se han atrevido y han sobrevivido para contarlo. Para muchas de ellas la experiencia ha sido positiva.
La prueba de fuego para saber si tu pareja todavía te desea, bien podría ser ésta: proponerle un año de sexo diario e ininterrumpido, sin excusas, y esperar a ver las diferentes expresiones que se suceden en su cara. Yo se lo planteé a la mía, aunque soy mucho menos ambiciosa y me limité tan solo a un mes. Lo primero que me dijo es que estos artículos semanales estaban empezando a afectarme a la corteza cerebral, el hipotálamo y a ambos sistemas nerviosos, el simpático y el parasimpático, con lo que es muy probable que estuviera perdiendo el raciocinio y el libre albedrío. Cuando le comenté que iba en serio, que no era solo por mi ocupación, y se lo planteé como una experiencia, un trabajo de campo o una cierta “meditación” sexual, sufrió un microataque de pánico que dominó con bastante sangre fría y algunas respiraciones profundas. Tras lo cual me dijo que no le veía la gracia a convertir una actividad placentera en una rutina, porque entonces se transformaba en un infierno. “¿Qué pasa si tienes que irte de viaje, o si alguien de los dos está enfermo?”. Formulaba esta pregunta tonta como si lo que más le preocupara eran los días en los que “no se podía” en vez de los que “había que hacerlo por narices”, pero en el fondo lo que intentaba era ganar tiempo en busca de un argumento contundente. “No estamos hablando solo de coito sino de las muchas expresiones y manifestaciones de la sexualidad, como el sexo oral, por ejemplo”, solté para intentar aliviar, en parte, su sufrimiento.
Las parejas sin sexo empiezan a extenderse cada vez más. Ya saben, esas que se adoran pero que no se sabe por qué extraña fuerza cósmica no mantienen ya relaciones sexuales, o lo hacen muy de tarde en tarde. Según la revista Newsweek, que llevaba a la portada el artículo No sex, please, we’re married, se considera sexless mariage a aquel que tiene menos de 10 encuentros sexuales al año y entre el 15 y el 20% de parejas en EEUU se engloban ya en este, cada vez menos selecto, grupo. La sexualidad es algo tan maravilloso, sano y relajante que lo dejamos solo para ocasiones especiales, como el juego de té de la abuela o los stilettos extremadamente sexys que un día nos compramos, pero que aún no hemos estrenado porque nos dejan los pies destrozados. En esta curiosa ideología lo malo es para diario, mientras lo bueno se reserva solo para fechas señaladas. El trabajo, la familia o los hijos son las excusas más utilizadas a la hora de preguntarse por qué tras un cierto tiempo de convivencia, el sexo empieza a estar en peligro de extinción.
Sarah Kavanagh, de 31 años, y su marido Colin, de 40, de Cheshire, Reino Unido, tuvieron mi misma idea y ella se lo planteó a su pareja, con la que habitualmente reservaba sus encuentros para el saturday night fever, mientras él se quejaba de que quería más. En un pequeño diario que publicó el rotativo británico Daily Mail, contaban sus experiencias. Un mes de sexo, algunas veces mecánico y a contrarreloj –para acabar antes de las doce y no entrar en el día siguiente– y también, en ocasiones, sorprendentemente pasional. Treinta días en los que Sarah perdió 21 libras de peso, mejoró su autoestima y su aspecto. Su madre, que no estaba al tanto del reto, al verla tan radiante le preguntó si había descubierto una nueva base de maquillaje; mientras una amiga, conocedora del asunto, le prohibió que le diera ideas a su marido. Una etapa en la que la pareja empezó a enviarse de nuevo mensajes eróticos, a flirtear y que descubrió que es prácticamente imposible discutir con alguien con quien acabas de hacer el amor hace apenas unas horas.
La pregunta del millón que nos formulamos todos es la siguiente. ¿Qué hacer cuando no se está a tono? Porque todos llevamos a cabo diariamente cosas que no nos apetecen, pero seguramente coincidimos en que para el sexo hace falta un cierto estado de ánimo, que no es especialmente indispensable para ir al supermercado y adquirir un saco de patatas. Les contesto con las palabras textuales de la blogger Brittany Gibbons, en un artículo publicado en el Huffington Post, en el que relataba su experiencia de un año de sexo diario, titulado Lo que pasó cuando hice el amor todos los días durante un año. Gibbons decía respecto a eso de las ganas: “Así es como conseguí superar mi miedo a comer ostras y a conducir en la nieve. Te obligas a hacerlo hasta que ya no te das cuenta de que saben a moco o de que no puedes controlar tu vehículo. Te obligas a hacerlo hasta que, de repente, te encanta”.
Un término medio entre el mes y el año de sexualidad sin parar fue el caso de Annie y su media naranja, que dio para un libro, Just do it, de Douglas Brown (Harmony), el marido, y donde el maratón sexual duró 101 días con sus noches incluidas. Los Brown se lo tomaron en serio y establecieron unas reglas nada flexibles. El sexo oral estaba permitido, pero solo como juego preliminar, ya que debía haber coito, pues era lo único que contaba como válido. Según relata un artículo de Fox News, “tenía que ser cada día, en la salud y en la enfermedad, para lo bueno y para lo malo y en la riqueza y en la pobreza”. Poniendo el listón tan alto no es de extrañar que la principal preocupación de la pareja fuera la del cansancio. “Me sentía como una estrella del porno o un medallista de oro olímpico”, comentaba Douglas, “trabajas, viajas, tienes hijos, tienes que limpiar, lavarte los dientes. Mientras todo esto ocurre ya se ha ido la mayor parte del día y solo estás dispuesto para caer rendido. Este fue el gran impedimento, superar la fatiga. Mi cuerpo no estaba preparado para que fuera miércoles, a las nueve y media de la noche y tener todavía que practicar el sexo”. Por si fuera poco, los Brown, de la vieja escuela, no se conformaban con algo rápido. A ellos les gusta ducharse primero, encender unas velas y cumplir con todos los rituales del slow sex.
Los beneficios de este esfuerzo, según cuenta Douglas en su libro, se hicieron patentes sobre todo en el ámbito de la comunicación. “Creo que desde entonces nos comunicamos más claramente y con más honestidad”, decía el autor, mientras Annie hacía un apunte que suscribo al 100%, “hay una especial manera de sentirse amada y deseada que solo puede venir del sexo”.
Los caminos del Señor son inescrutables y Charla Muller, una mujer cristiana y norteamericana que estaba leyendo la epístola a los Gálatas (5, 22-23) en su grupo de estudios bíblicos, decidió lo que iba a regalarle a su marido por su 40 cumpleaños: 365 días consecutivos de sexo. Charla desterró dos tópicos de un plumazo: el erotismo no está reñido con las religiones y el sexo no acaba en el matrimonio cuando el hombre deja de pedirlo. Esta cristiana practicante quería darle a su marido un regalo inolvidable que nadie más pudiera proporcionarle y avivar el fuego de la pasión, algo famélico en los últimos años. Del resultado nació otro libro 365 Nights. A memoir of Intimacy de Charla Muller (Berkley Trade), que pretendía, de paso, afrontar los 40 de una manera diferente a la habitual, en la que, según ella “el hombre se dedica a los affaires y los coches y ella al bótox y la liposucción”. De nuevo el problema del deseo, pero según cuenta Muller en su libro, y recoge este artículo publicado en El Mundo “la idea era que el deseo llegaría solo. El sexo regular nos proporcionaba una sensación de salud y bienestar que nos estimuló el deseo de tener todavía más sexo. El sexo también es un gran liberador de estrés. Un buen y relajante revolcón con Brad era una forma magnífica de distraerse de la sensación de que el mundo se vendría abajo si yo no estaba ahí luchando contra los dragones 24 horas al día, siete días a la semana. Podía relajarme, sentir cómo esas endorfinas tintineaban por todo mi cuerpo y olvidarme del mal día. Y, en lo que quizás era lo mejor de todo, nuestros momentos íntimos me hacían sentirme más joven”.
En el mismo artículo hay una declaración del libro de Charla que hace alusión a la reacción de los amigos, generalmente comprensivos, que miran a la pareja que se ha autoimpuesto esta titánica tarea con una mezcla de compasión y desagrado. “Una noche estábamos en un restaurante italiano, llenándonos de vino, pasta y pan. Una amiga me dijo: ‘Me da pena por ti. Ahora tendrás que irte y hacer el amor. Yo puedo ir a casa y ver Saturday Night Live en la cama’. Le dije que ese día ya habíamos tenido uno rapidito –contratamos a la cuidadora de los niños una hora antes. La noche, en realidad, empezó con un polvo–. Así que no, no fue un sacrificio; al menos, no lo fue durante la mayor parte del tiempo”. Aunque más adelante reconoce que “los últimos meses lo hacíamos mecánicamente, pero creo que aun así tenía un valor. Incluso cuando eran polvos rápidos y no una experiencia de luna de miel para alucinar en colores eran una buena manera de conectar. Me hacían mirarle a los ojos y a él mirarme a los míos, y comunicar física y emocionalmente”.
Esta devota cristiana concluye con un consejo para todas las parejas casadas: “Sea cual sea la frecuencia con la que lo estéis haciendo, duplicadla. Y, de aquí a seis meses, duplicadla otra vez. Es una prueba de que estáis aquí, vivos y estrechamente juntos”. La conclusión de Annie Brown es todavía más contundente: “El sexo es como una pizza, aunque sea malo, siempre es bueno”.
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