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¿Por qué leemos el horóscopo?

Hablamos con astrólogos y sociológos sobre las razones que nos llevan a leer las predicciones de nuestro signo.

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Corbis/ Getty

Nadie confiesa creer en ellos, nadie los lee, nadie presume de buena racha augurada por las estrellas y, sin embargo, mantienen intacto su éxito a juzgar por los miles de diarios de todo el mundo que los publican a diario o las cadenas de televisión que programan sus consultas cada noche. ¿Por qué tienen éxito los horóscopos?

En los años 80, una encuesta francesa revelaba que la mayor parte de los lectores de horóscopos tenían estudios medios o superiores. En 1999, otro estudio entre universitarios españoles señalaba que casi la mitad creía en las predicciones de los astros. Son numerosos los casos de personalidades célebres (y poderosas) que no ocultan sus consultas adivinatorias ante la toma de decisiones importantes. Hace unos meses, el entrenador de fútbol Diego Pablo Simeone, admitía que se fijaba en el signo zodiacal de los jugadores para conocer sus características personales, dando lugar a una catarata de burlas asombradas. Parece que no hay aprobación pública para esta suerte de pensamiento mágico cuya influencia podemos entender descubriendo sus trucos.

 ¿Representación certera o sesgo cognitivo?

Porque el caso es que tú lees sobre las personas de tu signo que  “son muy inteligentes, amantes de las buenas conversaciones, muy serenos y con muchas ganas de estar siempre haciendo algo que resulte nuevo para ellos. Sin embargo, pueden ser algo pesimistas en algunas ocasiones, lo que muchas veces requiere el apoyo de otras personas cerca de ellos más optimistas para estabilizar sus emociones” y, aunque suene ramplón, te reconoces. O, al menos, el mapa general que te atribuyen “los astros” no te parece un desatino. La anterior descripción está sacada al azar de una web de horóscopos y pertenece al signo Géminis. Y la explicación a que, probablemente alguien que no coincida con esta figura astrológica también se pueda haber visto reflejado, la estudió, a finales de los años cuarenta, el psicólogo Bertram Forer. Se conoce como “validación subjetiva” y se trata de un paradigma para explicar que las personas tendemos a aceptar descripciones generales como si fueran propias. Así, los universitarios con los que científico estadounidense llegó a sus conclusiones, quedaron conformes con una evaluación “personalizada” que Forer les entregó sin saber que era la misma para todos.

Desde la astrología, sin embargo, esta explicación no se valida. Esperanza Gracia, una de las astrólogas más populares de nuestro país, responde a este respecto que la razón es más sencilla “los lectores se identifican con su signo del zodiaco y quieren saber cómo les va a ir”.

Pablo Francescutti, es sociólogo, profesor de la Universidad Rey Juan Carlos y autor de La historia del futuro, trabajo dedicado al estudio de las técnicas para conocer el mañana. Preguntado acerca de qué opera en un individuo formado que es capaz de ser crítico ante las predicciones temporales pero defiende que “algo de cierto hay” al verse reconocido en las generalidades de cada signo, el sociólogo se queda con la explicación que remite a Max Weber y la conecta, directamente, con la inquietud existencial propia de la vida moderna. “Decía el gran sociólogo alemán que la modernización despojó a la realidad de todo su encanto, es decir, sus conexiones mágicas y místicas de la época pre-industrial: el mundo perdió su poesía y se tornó un mundo prosaico sin ángeles ni duendes, ni hadas, ni demonios ni dioses. Contemplar la realidad fría, racional y sin alma de la sociedad moderna resulta desmoralizador para muchos; de ahí el impulso a “re-encantar” la vida contemporánea inyectándole fantasía y sentido con la cienciología, el sexo tántrico, los extraterrestres, el aura, etc con la creencia de que nuestras vidas son manejadas por entidades superiores, sea para bien (astrología) o para mal (las teorías de la conspiración)”, reflexiona para S Moda.

 Sufrimos ergo creemos

Así que, simplificando, las predicciones zodiacales serían una manera más de convivir con la muy humana incomprensión de la vida que ha alterado a civilizaciones y pensadores de todos los tiempos. Pero, según Francescutti, la necesidad de conocer el futuro aumenta con el surgimiento de la agricultura, momento en el que los humanos dejamos de vivir al día y apostamos por planificar. Y momento tras el que florecieron multitud de métodos adivinatorios. “A lo largo del proceso civilizatorio los métodos para conocer el mañana no han hecho sino proliferar y variar, desde las profecías a las predicciones, pasando por los paneles Delphi o el tarot”, dice. Y en una época que, como la actual, está colonizada por la incertidumbre proliferan todo tipo de pronósticos: “también de predicciones que, como las económicas, saturan las portadas de los periódicos. Y que sepamos por experiencia lo poco fiable que resultan estas formas de conocer el porvenir no disminuye nuestra dependencia de ellas”, opina.

El profesor explica esta dependencia como una respuesta al estrés desencadenado por las forma de vida contemporáneas. Si admitimos que, a medida que crecemos advertimos la poca anchura de la movilidad social –salvo en biografías brillantes o historias de superación personal como las que nos enseñan el cine o la literatura– estaremos a un paso de comprender la necesidad que cobija nuestra credulidad. “La vida moderna se distingue por la inseguridad generada por la precariedad en aumento y la renovación económica y tecnológica permanente, factores que estresan a cualquiera, al margen de su nivel cultural o social. Para combatir el estrés la gente recurre a todo tipo de estratagemas; las personas religiosas se encomiendan a los santos y la Virgen, pero la mayoría profesa una religiosidad superficial y busca seguridad en otro lado. Los horóscopos constituyen una de esas fuentes de certezas u orientación más asequibles”.

¿Autoayuda para el determinismo vital?

Durante el siglo pasado, pensadores de la talla de Adorno o Barthes se afanaron en descifrar la capacidad de atracción de estas recetas diarias auspiciadas por especulaciones celestiales y descubrieron dos cosas contradictorias: la presencia mayoritaria de mensajes vinculados con lo que hoy llamamos “inteligencia emocional” y la extraña ausencia de, precisamente, apelaciones astrológicas.

Hay excepciones, porque la astróloga más influyente del mundo, la estadounidense Susan Miller (que realiza el horóscopo en S Moda), adereza todos sus detallados pronósticos con menciones a movimientos estelares, conjunciones planetarias y signos retrógrados o eclipses quizá de ahí, su enorme éxito y credibilidad. Pero, interpretar, con cierta perspectiva, el hecho de que los horóscopos no hablan de astrología sino de autoayuda, puede ayudarnos a retratar el desvanecimiento de un sistema que protege a los ciudadanos frente al triunfo de otro que los suelta a su suerte.

 Porque, como señalaba Adorno, ante problemas sociales los horóscopos prescriben pragmatismo individual y el malestar causado por el entorno tiene un retorno en el lector, que, por ejemplo, es responsable de su descontento al no saber gestionar sus emociones o su relaciones en el trabajo. Así, Barthes los definió como una “escuela de voluntad”, idea que Francescutti comparte: “Curiosamente, cabría esperar que un horóscopo nos advirtiese de las cosas buenas o malas que nos podrían ocurrir, pero la realidad es que solo entregan mensajes positivos; nos ayudan a encarar la jornada confiados en que podremos evitar los peligros y gestionar nuestro día de una manera provechosa. Y, en ese sentido, son una forma encubierta de autoayuda”.

Esperanza Gracia, sin embargo, niega esta visión “siempre positiva” de los oráculos: “Horóscopo es el reflejo de las tendencias y de los aspectos planetarios, y éstos pueden ser positivos o tensos y es trabajo del astrólogo interpretarlos”. A propósito de las teorías que aseguran que, en todo caso, los cálculos actuales sobre los que se basan predicciones estarían equivocados, añade que “nunca hemos dicho que la astrología sea una ciencia ni el astrólogo un científico. Nos basamos en los movimientos astrales dictados en las Efemérides. Si eso es erróneo… De todas formas, y eso quiero dejarlo claro, no es lo mismo un horóscopo general, que son tendencias, que una carta astral individualizada”.

Desde que en 1989 Televisión Española comenzara a emitir información zodiacal, Gracia ha atendido “a personas que pertenecen a muy distintos estratos sociales. Por mi consulta ha pasado desde lo más granado de la sociedad española hasta lo más humilde”. Así lo indica sus más de 170.000 seguidores en Twitter y una página web que visitan 30.000 personas a diario según la astróloga que afirma “no compartir en absoluto que los horóscopos sean para personas con poca formación”.

Está en lo cierto. No hay sesgo cultural que nos libre de la angustia existencial. Se trata de una inquietud universal, que todos conocemos y que a todos afecta en algún momento de nuestra vida y para el que no hay más respuestas que las que da la ciencia, cosa en la que muchos no desean creer, sobre todo si existe una alternativa que habla de un devenir a nuestro alcance que está escrito en las estrellas.

Así que está claro que la formación no siempre previene contra lo que el sociólogo llama empoderamiento “ficticio” de los horóscopos. Preguntado por la alternativa “real”, Francesutti habla de desarrollar nuestra conciencia crítica. “Supone acostumbrarse a vivir en un mundo desencantado y a someter toda idea y creencia a un examen racional. No es fácil, porque las duras condiciones del entorno hacen que a menudo tengamos ganas de cerrar los ojos y abandonarnos a un mundo de ilusiones reconfortantes”.

Y tanto. En muchas ocasiones, solo confiar en la magia tranquiliza, como la propia Gracia señala “si realmente los horóscopos hacen soñar a las personas, benditos sea en los tiempos que corren…”. ¿Amén?

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