Pilar G. de Gregorio: «Los pantalones no me sientan bien; parezco un paraguas»
La hija de la «duquesa roja» busca la elegancia de las mujeres de Hitchcock cuando sale de compras, nunca se pone más de dos joyas a la vez y se confiesa fiel a El Corte Inglés.
Hay que remontarse más de seis siglos para llegar al origen de su aristocrática familia. Hija de la guerrera duquesa de Medina Sidonia, Pilar González de Gregorio es presidenta de Christie’s España y ha sido pieza clave en la venta del famoso cuadro de John Constable de la colección Thyssen. Reconoce que le encanta la ropa, que lo guarda todo y que su reciente nombramiento como patrona de la Fundación Jesús del Pozo ha sido para ella una gran alegría.
Permita que vaya al grano: ¿qué se puso para asistir a la subasta de La esclusa?
Una chaqueta blanca de Schlesser y una falda negra de Max Mara. Estaba en un acto de servicio y la casa Christie’s es muy estricta con la sobriedad en la indumentaria de sus trabajadores.
Precise un poco eso de la sobriedad.
Los británicos sienten que la ropa para trabajar debe ser seria. Siempre vamos de colores oscuros. Y, hasta hace poco, no se permitía a las empleadas usar pantalones en la oficina.
No creo que eso sea un problema para usted, casi siempre lleva faldas.
No suelo vestir con pantalones porque no me sientan bien. Tengo las caderas muy estrechas y parezco un paraguas cerrado.
¿Armario o vestidor?
Armarios. Muchos. Me encantan los vestidores, pero nunca he tenido ninguno.
¿Qué hace con lo que no se pone?
Cuando dejo de usar una prenda durante más de un año, la subo a un trastero. Con el tiempo, la reciclo. Todo vuelve.
¿Ha regalado su ropa alguna vez?
Sí, claro. He hecho algunas cesiones al Museo del Traje. Les di un maravilloso vestido de Madame Grès y también alguna pieza de Elio Berhanyer, que es un hombre estupendo y lleno de talento.
Es patrona de la Fundación Jesús del Pozo. ¿Tiene muchas piezas suyas?
Varias, y las sigo usando. Me gustaba mucho y le tenía un enorme cariño.
¿Y posee ropa heredada?
Algunas cosas. Mantillas antiguas, guantes de piel de una tía y un vestido de Balenciaga que heredé de una tía abuela. Lo más curioso es un chal de mi abuela hecho de pequeñas escamas de plata que casi nunca me pongo porque pesa muchísimo. Pero es una preciosidad.
¿Recuerda usted cuándo se sintió más favorecida?
Una vez, a los 25 años, en una fiesta en Buenos Aires. Llevaba un vestido de Nina Ricci color rosa oscuro de volantes con tafetas. Claro que a esa edad todo te queda bien, pero aquella noche me sentía estupenda.
Nunca se pondría…
Algo de color naranja butano. No me gusta ese tono ni me favorece.
Lo más bonito que hay en su armario.
Un bolso de Tiffany de mimbre finísimo y con asas de oro. Me lo regalaron hace 30 años y lo sigo usando.
¿Por qué siente debilidad?
Por los zapatos.
¿De alguna firma en especial?
Cuando vivía en París me compraba muchos de Mancini. Me gustan los Jimmy Choo, los Mascaró, las sandalias de Bally, los Vuitton. Los de Manolo Blahnik no: a mí me hacen daño, lo cual es una suerte.
Una regla que no se salta nunca.
Si me pongo joyas, elijo una sola pieza. Procuro no recargarme nunca, creo que no va con mi estilo.
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