La erótica de los aviones
El sex appeal de los viajes aéreos aumenta gracias a nuevas aplicaciones para móviles que permiten desde flirtear a bordo, hasta acabar en los lavabos. El límite es el cielo.
“Los viajes, como el poder, son afrodisíacos. Si las crónicas de navegantes y los cuadernos de bitácora dijeran toda la verdad, y no solo la verdad, serían textos ejemplares de literatura prohibida”, escribió en una ocasión Gabriel García Márquez. Entre los medios de transporte que desprenden más sex appeal, el avión es el que se lleva la palma. Alejarse de la tierra, y por tanto de los problemas, permanecer en un microcosmos diferente, junto a extraños, en ocasiones con las luces apagadas, y disponer de una manta bajo la que esconderse son elementos que pueden dar mucho juego. De hecho, la fantasía de mantener relaciones en el lavabo de un boeing 747 con alguien que nunca has visto y que jamás volverás a encontrarte es una de las más comunes. Sueño que el cine se ha encargado de avivar con películas como Emmanuelle (1974), en la que Sylvia Kristel se lo montaba en plena cabina y sin colchas de ningún tipo –aunque con un espacio entre los asientos envidiable– con un pasajero, para después rematar con otro que, directamente y sin mediar palabra, la cogía en brazos y la llevaba a los baños. Up in the air (2009) era otra cinta que fantaseaba con las múltiples posibilidades que pueden ofrecer, en el terreno erótico, los aeropuertos. Aunque me temo que conocer a pibones como Vera Farmiga solo le puede ocurrir, en la gran pantalla, a George Clooney. Lo más probable es coincidir con excursiones de adolescentes gritones, equipos de baloncesto locales o ejecutivos, más preocupados en buscar un enchufe donde recargar su portátil que en ligar con la chica que tienen delante.
Afortunadamente, algunas de las últimas aplicaciones que han salido al mercado parecen empeñadas en que la realidad se parezca más a la ficción, y que los viajes por aire rememoren su época dorada, antes de que el turismo de masas democratizase el arte de viajar. Cuando pilotos, azafatas y pasajeros formaban un universo de sofisticación a 35.000 pies de altura. Momento en que sin duda se forjó la erótica de los aviones y que Ryanair y otras líneas aéreas de bajo coste se han encargado de, nunca mejor dicho, volatilizar.
El último invento para emular a Emmanuelle se llama Wingmen y es una aplicación para móviles en la que te registras como pasajero de un vuelo y creas tu perfil con imagen, nombre, edad y ocupación; al mismo tiempo que tienes acceso al de tus compañeros de cabina que se hayan descargado este jueguecito, orientado a buscar a un partenaire al que llevarse a los reducidos lavabos o con el que retozar bajo las mantas. Puedes también indicar en tu perfil la hora que más te apetece para el encuentro. Wingmen rastrea si hay pasajeros con tus mismos intereses y si es así te llega un aviso.
Me hubiera gustado disponer de esta aplicación hace tres años, cuando volé a Dubai en primera clase con Fly Emirates. Hubiera rentabilizado mejor mi cabina privada con asiento totalmente abatible, minibar, caviar y champán en el menú. Adoro los viajes por aire, cuanto más largos mejor, que me provocan la sensación de tener que desempeñar una importante misión y creo firmemente que el avión es el mejor invento de los últimos tiempos. Una máquina sofisticada que, en cuestión de horas, te traslada de escenario y, por consiguiente, de perspectiva, estado de ánimo y ritmo vital. Una está en Madrid y horas más tarde se mezcla con los oficinistas que vuelven a casa en el metro de Londres, o es testigo del final del día en una blanquísima playa de las Seychelles. El jet lag es el término asignado para el reajuste biológico que nuestro organismo hace para asimilar la nueva realidad, pero debería inventarse alguna palabra para designar el descoloque mental.
La erótica de los aviones empieza a ser rentabilizada en numerosos frentes. Imagina que has cumplido la fantasía universal de tener sexo en el aire y no puedes olvidar a aquel belga con el que practicaste el francés en los lavabos de un avión que cubría la ruta Barcelona-Bruselas. No tienes más que recurrir a la aplicación post coital We Met On A Plane y ella, con los datos del vuelo, se encargará de rastrear al deseado pasajero.
Para los que quieran ir adelantando trabajo, Meet At The Airport es otra plataforma a tener en cuenta. A medio camino entre una página de citas y una red social, permite conocer a gente que se encuentra en tu mismo aeropuerto y, con un poco de suerte, hasta espera tu mismo avión.
La compañía Virgin America lanzó el pasado año el sistema Seat-to-Seat, que permite ligar en el aire –algo que se conoce ya como flyrteo-. Desde la pantalla de televisión de que dispone cada pasajero, se pueden pedir bebidas o aperitivos para la del asiento 25C, que está como un queso, y enviarle mensajes. El propio dueño de la compañía, Richard Branson, publicitaba este servicio en con música de película de Doris Day. Según confesó el empresario hace años a la revista GQ, él se estrenó en un avión a la temprana edad de 19 años, en un vuelo que cubría el trayecto Londres-Los Ángeles, con una mujer casada. Lo que le dió pleno derecho a engrosar el Mile High Club, al que pertenecen los que han tenido relaciones sexuales en el aire, a más de una milla de altura (5.280 pies). Según contaba Isidoro Merino en un post titulado Sexo en los aviones, de su blog ‘El viajero astuto’ (El País), refiriéndose a esta sociedad, “se cuenta que su primer miembro (nunca mejor dicho) fue el estadounidense Lawrence Sperry (1892-1923), pionero de la aviación y consumado seductor, además de inventor del piloto automático. Una cosa conduce a la otra, ya se sabe. Por ella nos enteramos de que Sperry inauguró el club en noviembre de 1916, mientras daba clases de vuelo a Mrs.Waldo Polk, una dama de la alta sociedad neoyorquina con ganas de emprender el vuelo. Por causas desconocidas (¡JA!), el avión se precipitó al mar cerca de Long Island, Nueva York; ambos fueron rescatados sanos y salvos, aunque mojados y sin ropa, por dos cazadores de patos. La prensa local se hizo eco del incidente con titulares como Aerial Petting Leads To Wetting, algo así como Una aventura en el aire acaba en chapuzón. Sperry se acabó estrellando mortalmente en aguas del canal de la Mancha, presumiblemente acompañado y feliz, cuando pilotaba su hidroavión Curtiss C-2 con piloto automático”.
Azafata de Southwest.
Ya circula por Internet una guía para tener sexo en los aviones, similar a la que encontramos en nuestros asientos y que explica las normas de seguridad y cómo actuar en caso de accidente. La compañía Flamingo Air proporciona lo que ellos llaman Romantic Flights, es decir vuelos con fines sexuales, de una hora de duración, con cabina privada, champán, bombones y un piloto muy discreto –así lo anuncian en su web–. No hay que olvidar que la compañía Singapour Airlines tuvo que prohibir el sexo a bordo, ya que los clientes de las 12 suites de lujo de su Airbus A-380, hacían demasiado ruido y éstas no estaban aisladas acústicamente. En Francia, conscientes de la enorme relación entre aviones y lujuria, han convertido un Breguet 763 de dos pisos, un histórico modelo de avión francés aparcado en un aeródromo cerca de París, en un club liberal con un nombre muy apropiado a la ocasión, El Séptimo Cielo.
Pero no nos olvidemos de las azafatas. Ellas también contribuyeron a generar esta atmósfera libidinosa en el aire, especialmente en los años 60 y 70, ya que este oficio definió a una nueva mujer de la época: económica y sexualmente independiente. En un mundo donde la clientela era mayoritariamente masculina –hombres de negocios–, había una máxima incuestionable: el sexo vende. Las empleadas de las aerolíneas se elegían no pocas veces a la manera de las coristas, de cintura para abajo, pero además debían alcanzar una altura determinada, no ser mayores de 30 años y estar solteras. Como repasa el libro Airline (Laurence King Publishing), de Keith Lovegrove, un prestigioso diseñador gráfico que ha trabajado con Philippe Starck, entre otros grandes del diseño, Southwest Airlines, una línea aérea tejana, vendía plazas en 1973 gracias a una cuidada y nada feminista estrategia. Las azafatas vestían minishorts y botas altas blancas, mientras los asientos fueron colocados a una altura que hacía coincidir, en horizontal, a los pechos de las chicas con los ojos de los caballeros. Claro que entre esto y los uniformes monjiles e insípidos de algunas líneas aéreas de hoy en día hay un amplio, elegante y estético margen.
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