Charo López, Verónica Forqué, Victoria Abril y Ángela Molina: sobre las ventajas de la edad y la revolución de las mujeres
Verónica Forqué, Charo López, Victoria Abril y Ángela Molina no habían coincidido nunca en un rodaje. Hasta ahora. En ʻDías de Navidad’, una miniserie de tres capítulos dirigida por Pau Freixas que se estrena en Netflix el 6 de diciembre, interpretan a cuatro hermanas que comparten secretos de familia.
Aunque se conocen de toda la vida nunca habían rodado las cuatro juntas. Ahora por fin lo hacen en Días de Navidad, miniserie dirigida por Pau Freixas (Polseres Vermelles) que se estrena en Netflix el 6 de diciembre. Charo López, Ángela Molina, Victoria Abril y Verónica Forqué –en la pantalla Esther, Valentina, María y Adela– son las protagonistas del tercer y último capítulo de esta historia de secretos de familia contada en tres momentos distintos –infancia, juventud y madurez– de la vida de las cuatro hermanas protagonistas. La acción siempre tiene lugar un 25 de diciembre, día de reunión en la casona familiar, una localización bucólica entre montañas nevadas digna de Mujercitas. Como las hermanas March, ellas muestran similitudes y diferencias sobre las que prevalece su unión. Repasamos sus carreras, que han marcado la historia del cine español, hablamos de su trabajo juntas, los cambios en la industria desde sus inicios y de cómo pasa una vida ante la cámara.
A partir de los 40 empieza la crisis famosa en la que las feministas hablan de la invisibilidad.
«Siempre que te encuentras con actrices que conoces es gratificante», afirma Charo López (Salamanca, 1943). Recuerda que coincidió con Verónica Forqué y Victoria Abril en Kika (1993), de Pedro Almodóvar: «Tuve un papel pequeño, pero guardo un buen recuerdo, pude enseñarle a Peter Coyote a hacer diálogos en castellano». Porque las palabras son muy importantes para ella. Antes de actuar estudió Filología Románica, dio clases particulares de Bachillerato y enseñó español a extranjeros. Pero eligió la interpretación por encima de las letras. Se inició en el teatro universitario y en 1969 debutó en la gran pantalla con Ditirambo, de Gonzalo Suárez. Desde entonces no ha dejado de trabajar en teatro, cine y televisión (ya baraja algún montaje teatral para el año que viene, y también en 2020 estrenará la película Baby, dirigida por Juanma Bajo Ulloa). «A la hora de elegir un papel me fijo en el texto y el director», explica con su voz firme mientras repasa los proyectos que la han marcado: «Tengamos el sexo en paz y Una jornada particular, en teatro; y Secretos del corazón, de Montxo Armendáriz, y Epílogo, de Gonzalo Suárez, en cine».
Charo López es directa, sólida. Pau Freixas tenía claro que quería esa fuerza en Esther, la hermana decidida y seductora a la que Elena Anaya da vida en su juventud, en el segundo capítulo de Días de Navidad. «Ahora hay más papeles femeninos, de una forma minoritaria los ha habido toda la vida. Aunque cumplida determinada edad existen menos personajes para mujeres que para hombres. A partir de los 40 empieza la crisis famosa en la que las feministas hablan de la invisibilidad, porque ya no tienes 20 ni 30, y tienes menos atractivo para los directores, para los productores, para los hombres», subraya la salmantina a la que apodaron la Ava Gardner española. No oculta la complejidad de cumplir años delante de la cámara: «El físico en el cine es determinante. Sobre todo cuando eres joven. Luego las cosas van cambiando poquito a poco. El salto a hacer una mujer mayor ya lo di hace mucho. Es difícil, cuesta, porque las actrices de estupendas pasan a ser abuelas. Es un trago, y continuamente te lo hacen ver».
Pasados los 50 ella ganó el Goya a Mejor Actriz de Reparto por Secretos del corazón. Aunque la gran popularidad, reconoce, le llegó antes, precisamente a través de la televisión, con series como Los gozos y las sombras o Fortunata y Jacinta, en las que participó en los ochenta en Televisión Española: «Ahí vi cristalizar todo el trabajo que había hecho durante años. Porque puedes desarrollar una carrera muy importante, muy inquietante y muy selectiva, pero si el trabajo no trasciende a nivel popular no es lo mismo para una actriz». Ahora este medio vive una nueva edad dorada, admite, pero cree que habrá que esperar para comprobar si de las series pueden surgir grandes nombres de la interpretación: «Son actrices y actores tan jóvenes que no sé si se convertirán en intérpretes de esos con los que el público se maravilla».
A veces nos da pudor llamar a la vejez por su nombre.
En 1977, encarnó Ese oscuro objeto de deseo para Luis Buñuel, y en Días de Navidad es la misteriosa Valentina, que llega a la familia salida del bosque un 25 de diciembre. «Es un personaje de una valentía poco común, una planta que han sacado de raíz de su tierra y tiene que echar raíces en otro lugar», explica Ángela Molina (Madrid, 1955) mientras gesticula con sus manos, como si acariciara a esa Valentina de ficción (a la que en el segundo capítulo da vida Nerea Barros). Cuando Freixas le presentó el proyecto, ella no dudó: «Le dije ‘Voy contigo hasta el final y el principio de todos los tiempos, que es siempre volver a empezar’. Me enamoró su visión sobre lo que quería contarnos, es una especie de terapia familiar en continuidad en la que al final todo el mundo termina por ver la verdad». Porque esa búsqueda de la honestidad, sostiene, es una de las bases de su carrera: «Un proyecto tiene que tener alma, ser honesto, que te haga decir: ‘Qué complicado es, pero quiero verlo vivo, porque ya me pertenece’. Que cuando lea un personaje sepa que yo puedo ser esa persona».
Así, de forma intuitiva, ha ido construyendo una trayectoria que comenzó pronto –cuando con 18 años rodó No matarás con César F. Ardavín–y la ha llevado a trabajar con Pedro Almodóvar, Ridley Scott o Giuseppe Tornatore y a ganar premios como la Concha de Plata, el David de Donatello o el Nacional de Cinematografía en 2016. En televisión debutó con Josefina Molina, en Cuentos y leyendas, hace 44 años. «Es un medio que para mí no ha cambiado. Recuerdo dónde me hizo llegar Josefina Molina en mi personaje, cómo lo disfruté, y siento que sigue ocurriendo lo mismo en un set de televisión. Quizá ahora a veces haya una urgencia que se debería revisar, porque no ayuda. Pero no en general. Lo que veo que falta hoy son clásicos: yo de niña me formaba con ellos, veíamos muchísimo teatro clásico en televisión… Esos talismanes ya no existen, y creo que no deberían olvidarse», defiende.
Habla de forma poética, con una voz llena de emoción, quebradiza y reflexiva. «Para mí el mejor momento es el presente, siempre tiene el fruto del pasado y el fruto del futuro», explica. Pero no se anda con rodeos ni eufemismos: «A veces nos da pudor llamar a la vejez por su nombre, y merece lo mismo que la juventud o la niñez. Es hermosa la vejez, la veo en mí, la veo en mi madre y la respeto al infinito. Aprendo en continuidad». Ángela Molina muestra con orgullo canas y arrugas, le gusta observar su evolución a través de los personajes que va interpretando, porque «es muy tierno verte envejecer a través de otros siendo tú misma».
Se crio en una saga de artistas y es madre de familia numerosa, dice que conciliar maternidad e interpretación «no ha sido difícil aunque a veces ha resultado doloroso, porque tienes que estar fuera por trabajo, pero todo es cuestión de organizarse bien». Eso ha implicado decir no a papeles, algo de lo que no se arrepiente. «Cuando Bigas Luna me propuso hacer Las edades de Lulú estaba amamantando a mi segundo hijo, no era el momento. Tengo cinco hijos y muchas veces no he podido hacer una película porque para mí el primer lugar lo tiene lo que es prioritario en mi vida, que en este caso es la maternidad», explica y cuenta con orgullo que en 2020 estrenará la serie La valla (Antena 3) junto a su hija Olivia, «la ilusión más grande a la que una madre puede aspirar».
Entre foto y foto canta con Victoria Abril, le presta uno de sus pendientes para el retrato, destilan complicidad. «Nos hicimos amigas en Nicaragua rodando una película sobre Sandino. Ha sido muy interesante, hermoso y divertido coincidir de nuevo», explica Molina. Aunque a lo largo de sus carreras ambas han competido en más de una ocasión por el mismo papel asegura que la amistad siempre prevalece, en la vida y en el cine: «Yo nunca he concebido el enfrentamiento entre mujeres, ni lo he vivido. Pienso que somos unas espejos de las otras, hay un respeto solidario imposible de romper. Una conciencia que se da por naturaleza».
Ahora la tele toca temas sociales y el cine solo comedia.
«Hacía 20 años que no me llegaba un personaje así en España», asegura Victoria Abril (Madrid, 1959) que hace cuatro décadas se fue a vivir a París porque sentía que en Francia había un mayor respeto por los actores. «A mí me gusta trabajar con directores-autores, Vicente Aranda, Almodóvar, Díaz Yanes, Jugnot…», enumera. Pau Freixas engrosa ahora esa lista. «Él vino a proponerme la historia, a la antigua. Escribió los personajes pensando en nosotras, tenía clarísimo lo que quería, nos iba a reunir a las cuatro, que somos compañeras desde los setenta pero nunca habíamos coincidido», dice hablando entre risas. Comparte esa efervescencia con María, la hermana pequeña de Días de Navidad (que antes interpreta Verónica Echegui), a la que también ha prestado su armario: «Ella soy yo, la ropa es mía, el gorro es mío. La materia orgánica es mía, esculpida por Pau».
En el mundo de las series ha encontrado nueva energía los últimos tiempos, tras el éxito en Francia de Clem, cuyo primer capítulo sumó más de 10 millones de espectadores y en la que ha hablado de temas como la eutanasia. En Días de Navidad también se abordan asuntos presentes en el debate diario, como los malos tratos, la enfermedad o el suicidio. «Llevo 10 o 15 años encontrando que la televisión toca los temas sociales y de actualidad que antes abordaba el cine y, sin embargo, el cine solo hace lo que antes hacía la tele, comedias para todos los públicos, divertimento», reflexiona. Ella no elige sus proyectos por el formato, sino por su fondo: «Necesito una buena historia y un director, y me da igual que el papel sea grande, pequeño o mediano, que sea para Netflix o para cine, lo que quiero es contar historias».
Empezó a hacerlo siendo niña, con 14 años. Dice que Vicente Aranda fue su maestro, quien la forjó como actriz, luego fue chica Almodóvar en tres ocasiones (¡Átame!, Tacones lejanos y Kika), participó en series como Los jinetes del alba o Los pazos de Ulloa… Y con 40 años se volcó en la música, «el mejor amante», según ella. «Para la mujer, en cine o en televisión, los 40 son muy mala edad, no hay papeles para ti. Estás muy vieja para hacer la joven y muy joven para hacer la vieja. Te quedan las malas o las agriadas. Y los 50 son la edad de oro de verdad. Ya tienes edad para hacer todas, menos la joven. Puedes ser la hija, la madre, la abuela y hasta la tonta que las cobija», argumenta. El riesgo nunca le ha asustado, debutó como protagonista interpretando a un adolescente transexual en Cambio de sexo (1977), y asegura que siempre le costó más decir «Te quiero» que salir desnuda en una película. «Soy mucho más púdica con el verbo que con el cuerpo. Son solo músculos, es un utensilio de trabajo; la sensualidad no está ahí, sino en la mirada, es sobre todo verbal», recalca.
Cree que en los setenta y los ochenta había un atrevimiento que se ha perdido: «Se trataban unos temas y se hacían unas películas que hoy en día no podríamos hacer, son políticamente incorrectas. Se te echaría todo Internet encima…». Las redes sociales, para ella, son una fuente de problemas de la que es mejor permanecer alejada: «Puedes decir una tontería sin pensar y se monta un gran follón cuando tú no querías para nada crear ese escándalo».
Victoria Abril no ha sido ajena a las polémicas a lo largo de su carrera, como cuando no fue a recoger el Goya (suma nueve nominaciones y solo un cabezón) que ganó en 1995 por Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto. «Una se cansa de ser nominada… Le dije a Díaz Yanes [director de la película] ‘Te voy a castigar a que cojas todos tus premios y el mío’. De hecho, se lo quedó él. Nunca se lo pedí». O cuando se rompió su relación profesional con Pedro Almodóvar. «A mí me gustaría volver a rodar con él, pero esa puerta está cerrada. Se me ha pasado el arroz. Bueno, hicimos tres niños maravillosos… Cuando la gente se separa lo normal no es que vuelvan 30 años más tarde», concluye sin perder la sonrisa.
La revolución de la mujer es imparable. Ya era hora.
«El cine, el teatro, la pintura, la literatura, el arte en general, son un reflejo de nuestra realidad. Y la realidad es que en la vida las mujeres no han intervenido mucho porque estaban sometidas», explica con rotundidad Verónica Forqué (Madrid, 1955). «Pero la revolución de la mujer es imparable. Ya era hora», apostilla. Adela, su personaje en Días de Navidad (Anna Moliner en la segunda parte) es la madre y abuela perfecta que un día decide tomar las riendas de su vida. «Me gusta porque dice ‘Ya no puedo más’, y yo he vivido algo parecido en mi vida, sin que me pasen cosas tan tremendas, pero sé que para las mujeres lo primero siempre es el otro, el marido, los niños, los papás ya mayores… Lo primero son siempre los cuidados y eso es agotador», explica. Encuentra en su personaje similitudes con las mujeres a las que de vez en cuando da talleres de interpretación: «Hay muchas señoras de 50 o 60 años que ya tienen a los hijos viviendo su vida y en ese momento ven que pueden hacer al fin cosas que a ellas les dan gusto, placer y alegría. Vienen al curso y me dicen: ‘Toda mi vida he querido ser actriz, como tú».
La hija del director José María Forqué y la escritora Carmen Vázquez Vigo se crio rodeada de cultura, debutó en el cine en 1972 con Mi querida señorita, de Jaime de Armiñán; trabajó en varias películas con su padre; ha rodado con directores como Carlos Saura, Luis García Berlanga, Mario Camus; suma cuatro premios Goya, se convirtió en un rostro popular de la televisión con series como Pepa y Pepe o Eva y Adán, agencia matrimonial… Para ella, la interpretación en todos sus formatos es algo natural, y en el camino y los rodajes se ha encontrado con sus hermanas en la serie, Victoria Abril (inolvidables en Kika, de Pedro Almodóvar) y Charo López (en Tiempos de azúcar, de Juan Luis Iborra). «Con Ángela [Molina] no había coincidido, pero soy superfán. Me lo he pasado muy bien con ellas», asegura .
Cumplidos los 64, además de seguir volcada en la interpretación –el 13 de diciembre estrena Salir del ropero, ópera prima de Ángeles Reiné–, Forqué ha retomado su faceta como directora de teatro, con la obra Españolas, Franco ha muerto, que del 26 de febrero al 15 de marzo de 2020 podrá verse en el Teatro Español. «Desde hace años he tenido vocación y ganas de dirigir, en 2001 y 2009 lo hice con una obra de Woody Allen y con La tentación vive arriba, dos comedias. Y ahora el productor Miguel Cuerdo, con quien trabajé en La respiración, de Alfredo Sanzol, me presentó este texto que escribieron Ruth Sánchez y Jessica Belda para dirigirlo, y me parece muy necesario, porque hay cosas que siguen pasando y hay que hablar de ellas, siguen muriendo mujeres asesinadas por sus parejas todas las semanas», asevera.
Opina que abordar temas de interés social es importante, que series, películas y teatro deben tomar hoy en día el pulso de la sociedad, aunque también pueden ser una forma de evasión. «Afortunadamente cada vez hay más producción con la llegada de las plataformas y cuantos más proyectos hay más guiones y oportunidades se dan para contar historias diferentes. Se habla más de la realidad, pero también hay más entretenimiento y comedia, se pueden tocar todos los temas», analiza. La creciente presencia de mujeres guionistas y directoras aporta otros puntos de vista, explica con humor: «La mayoría de los guiones suelen estar escritos por hombres. Ellos hablan de las historias que les interesan y las mujeres que les gustan, que son las de 30, no las de 60». Pero los estereotipos se están derribando, y hay que luchar para lograrlo, afirma Forqué, muy combativa tras su aspecto dulce y risueño: «Las mujeres hoy estamos más presentes en el mundo, en la vida, no solo en la casa. Pero queda mucho camino. Hasta que no compartamos totalmente las labores con nuestras parejas la igualdad no va a ser posible. Es un trabajo de dos».
*Diseño de set: Eduardo Boillos. Estilismo: Francesca Rinciari. Maquillaje y peluquería de Charo López y Verónica Forqué: Fer Martínez (Esther Almansa). Maquillaje y peluquería Ángela Molina: Vicky Marcos (Ten Agency) para Charlotte Tilbury y GHD. Maquillaje y peluquería Victoria Abril: Manolo García. Agradecimientos: las flores son de Floreale y los muebles de Tiempos pasados, Carnero 12, Madrid. Tel: 679 53 67 07, y La Cuarenta, Ribera de Curtidores 19, Madrid. Tel. 696 40 12 59.
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