Catalina D’Anglade: cómo convertirse en mecenas
Diseñadora de joyas y ahora mecenas, Catalina D’Anglade nos habla de sus comienzos, sus fuentes de inspiración y qué le diría a un joven que empieza a coleccionar. En un futuro le gustaría crear un foro de debate entre artistas, escritores…y amigos.
A una edad despreocupada en la que el dinero se escapa de las manos, Catalina D’Anglade (Madrid, 50 años) daba sus primeros pasos en el mundo del arte. “Desde muy joven, intentaba siempre que podía comprar un dibujo, una litografía…”. Y así, en plan autodidacta, leyendo y desarrollando el instinto, acudiendo a subastas y viajando por medio mundo, ha contribuido a crear, a lo largo de 20 años, una colección dictada por su gusto y la coherencia. Recorre desde el informalismo español de la segunda mitad del XX, con Tàpies y Manuel Millares, hasta algunos discípulos, Asier Mendizábal o June Crespo. “Queríamos empezar por clásicos españoles, además de porque nos gustan, porque conectan con nuestra cultura y nuestras raíces, y ponerlos en relación con los jóvenes”. Con la vista puesta en “otro mundo”, el arte americano enriquece la colección con el provocador Paul McCarthy o Richard Prince. Al cruzar el umbral de su casa a las afueras de Madrid, en medio de un confortable silencio, a uno le sorprende una extraña satisfacción de haberse escapado del mundo aunque solo sea por una mañana.
D’Anglade, que toma el apellido de una abuela muy querida, recibe a las visitantes envuelta en lo más cómodo que ha encontrado en su armario posiblemente, como si hubiera quedado con amigos. Sentada en un sofá con vistas a un jardín de olivos y arces, diseñado con una contención que marca también el interior, habla de sus orígenes: “Nací en una casa en la que se respiraba arte y nos lo inculcaban. Mis padres viajaban mucho, nos llevaban a museos, de vez en cuando nos regalaban algún objeto y solían estar rodeados de artistas. Mi padre es médico y mi madre montó en los años setenta Mi querida señorita, una tienda única de ropa especial antigua y a medida, inspirada en el título de la película de Jaime de Armiñán, de quien eran amigos”.
No se encaminó por ahí a la hora de elegir su formación. Estudio el bachiller en el Liceo Francés, luego Derecho en la Universidad Complutense y ejerció en uno de los más prestigiosos bufetes de Madrid. También en una empresa de cazatalentos, que le dio muchas alegrías: “Conoces a gente de todo el mundo muy interesante”. Con los años, y siguiendo con el coleccionismo junto a su marido (por cierto, un prolífico pintor desde el anonimato), fue imponiéndose su faceta como diseñadora de joyas. D’Anglade, amante de las piezas vintage, concibe las suyas como pequeñas esculturas. “Mis colecciones están inspiradas en mis vivencias. Una se llama Bauhaus, en homenaje a la gran escuela de diseño, otra Art déco, porque me inspira este movimiento, como también Nueva York, una de mis ciudades preferidas”. Diseña en su estudio, situado en una nave industrial cercana a su casa. Unas veces dibuja la pieza a mano y otras en ordenador. “Siempre son ediciones limitadas, diseños exclusivos que realizo con joyeros”, precisa. “Cuando empecé seguía un poco el ritmo de la moda con colección de verano, invierno… y no me convencía. Ahora mi trabajo es mucho más libre y orientado cada vez más al mundo de arte, hasta el punto de que me ronda por la cabeza la escultura”.
Sharon Stone, durante una estancia en Madrid, se probó una de las piezas y acabó en su joyero. Se trata de un anillo de la serie Nueva York, una gran bola transparente que deja ver en su interior edificios en miniatura de la ciudad de los rascacielos. “Me gusta experimentar con materiales nuevos, desde resina y metacrilato hasta esponjas que pinto de un color”. Vende en museos como el Guggenheim, el Thyssen o el Reina Sofía (de cuya fundación forma parte) y también en su web, con la ayuda inestimable de Instagram y sus más de 10.000 seguidores, a pesar de que se declara poco fan de las redes.
A todo esto se añade el Premio Catalina D’Anglade ARCOmadrid, que descubre su veta de mecenas. Lo creó en 2017 para “animar a los artistas”, y consta de dos fases: “En la primera se entrega el premio y adquirimos la pieza, y una segunda en la que el artista desarrolla un proyecto inédito”. En el vestíbulo de su vivienda, unas lámparas iluminan la estancia con colores vibrantes. El autor, Secundino Hernández, ganó la segunda edición del premio D’Anglade con el lienzo Sin título. Sin embargo, este pintor muy querido en ARCO se decantó por la escultura para el proyecto posterior. “Se trata de que el artista abandone por un momento su ámbito habitual de trabajo y se adentre en otros terrenos desconocidos. Y el resultado siempre es muy estimulante para todos”.
Que se lo pregunten a Luis Gordillo. Si alguien tomó otros derroteros completamente ajenos (aunque no tanto, como veremos) fue este pintor sevillano de 88 años, referente de la abstracción. Después de ganar la tercera edición (en 2019) con Paisajes por placas se decantó para el proyecto inédito por unos azulejos. ¿Unos azulejos? “A los ganadores les damos la posibilidad de que elijan la disciplina con la que quieren desarrollar esa obra. En realidad, él ya estaba familiarizado con la cerámica desde niño, gracias a sus abuelos maternos, que eran ceramistas de Triana”. Ocho décadas después, Gordillo se iniciaba en este oficio con el trabajo Under my skin: una caja firmada y numerada de 12 azulejos con dibujos del artista y fabricados por unos maestros ceramistas de Talavera de la Reina. Daniel Steegmann, Fernanda Fragateiro y June Crespo (inmersa ahora en el proyecto inédito) han sido los otros ganadores del premio D’Anglade, que se entrega cada febrero en la feria de arte contemporáneo madrileña.
Mientras Lala, una elegante lebrel italiana, corretea sin perder de vista a su dueña surge el nombre de Rafa Macarrón, el primero a quien llamó para colaborar. Este pintor madrileño, de 42 años, era entonces un joven artista. Ella pone un tono de orgullo al hablar de su dedicación como mecenas. “Nos gusta mucho acompañar a artistas jóvenes y crear un vínculo con ellos. Cuando compramos es siempre porque nos agradan y queremos conocerlos y apoyarles en sus carreras”. Esto incluye a jóvenes y menos jóvenes. Como Néstor Sanmiguel, que a los 73 años expuso en el Palacio del Retiro del Museo Reina Sofía, el pasado año. “Apreciamos especialmente este perfil autodidacta, mayor, desconocido para la mayoría… y encantador”, sonríe D’Anglade. “Nunca pensé que el Reina Sofía se fijara en mí”, se sorprendió el artista zaragozano. Otro caso, Ignasi Aballí (Barcelona, 64 años), cuyo proyecto Corrección fue elegido para la Bienal de Venecia de 2022, la más prestigiosa del mundo.
Una imponente chimenea de acero corten divide al salón que da cabida también a la escultura. Chillida está presente con Forma (1948), un torso femenino de los comienzos del artista, y con Besarkada [abrazo en euskera], que simboliza el reencuentro con Jorge Oteiza tras décadas de enfrentamiento entre ambos. Rompe esa sobriedad la madrileña Teresa Solar con dos llamativas piezas de colores flúor. Esta creadora (de 36 años) y June Crespo (de 40) han sido las dos únicas contemporáneas presentes en la pasada Bienal de Venecia. Una gran mesa, sobre la que cae una soberbia lámpara de araña, reúne otras tantas querencias de la anfitriona. Junto a sus joyas, las antigüedades: una jarra de cristal y plata; espejos con formas diversas y las sillas a medio tapizar, únicamente con la tela de arpillera que forra la estructura.
D’Anglade —que para las fotos elige una falda de Rick Owens— se define como una coleccionista “impulsiva, pero con una base sólida”. “Soy muy fi el a lo que amo”, concede, mientras abraza Forma de Chillida. Sobre qué consejos daría a un joven para iniciarse en el coleccionismo, dispara: “Que viaje, lea libros, se empape y compre siempre lo que le guste, no lo que le digan”. La razón es poderosa: “Si acabas con algo que no te convence es un infierno, tienes que convivir con ello día y noche, y si no lo ves, no lo ves. Adquirir algo es visceral”. Se muestra dubitativa si se le pide mencionar alguna obra que quizá ahora no elegiría: “Alguna… pero pocas, tengo mucho cariño a mis artistas y no me suele pasar, sobre todo porque no compro por modas”. ¿Se le resiste alguno? “Bacon, de momento”.
Entre las mujeres que le inspiran, en primera fila Louise Bourgeois, de quien tiene una acuarela, “por cómo supo plasmar su truculenta vida y tratar la soledad o la ansiedad”; la escultora Lygia Clark, “por su manera de relacionar el arte con nuestras vidas”; María Callas, “la mejor, y me encanta en Madame Butterfly”, y Simone de Beauvoir, “por cómo luchó por los derechos de las mujeres”. El futuro más o menos inmediato se lo imagina así: “Me gustaría tener un gran espacio donde poder organizar un diálogo entre artistas, escritores, diseñadores, amigos; un foro de debate y punto de encuentro. Y poder mostrar las piezas de la colección, pero eso poco a poco. Por ahora, nuestra casa es un punto de encuentro familiar y de paz. Ya llegará el momento en el que otros disfruten de nuestras obras”.
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