Mi primera vez en Cibeles
Cómo intentar entenderlo todo cuando no tienes ni idea.
Me encontraba yo, como cada año, ignorando la celebración de la Mercedes-Benz Fashion Week Madrid -pasarela anteriormente conocida como Cibeles-, cuando recibí una llamada de la Master of Puppets de esta revista: quería me pasara por el evento y escribiera una crónica desde el punto de vista de alguien externo al mundo de la moda y que no hubiera asistido nunca a la feria.
Desde luego, en estos tiempos que corren, y más en este país, está claro que la ignorancia es un valor en alza, y yo, como mercenaria que soy, no tengo problema en vender la mía. Pero le dije: “Vosotras lo que queréis es que me odien las bloggers de moda”, a lo que contestó “Pero si ya te odia mucha gente”. Y yo pensé: “Pues también es verdad”.
Decía Elvira Lindo que, en ciertos círculos, generaba sorpresa su interés por la moda. Como si por ser escritora, debiera sentirse por completo ajena a una actividad que se tiene por frívola y reñida con lo intelectual. Yo a menudo me pregunto por qué la moda, que no es más frívola ni dañina que otras industrias, genera una reacción tan extrema desde un frente y otro. Y al analizarlo creo que es algo que tiene que ver sobre todo con la inseguridad. Porque después de todo, nadie se ve forzado a tener conocimientos sobre arte contemporáneo, si el tema no le interesa, pero la naturaleza nos obliga a vestirnos, y en la elección más básica de vestuario ya estamos participando de algo tan social e inevitable como la moda.
La moda forma parte de la imagen que proyectamos ante los demás. Y que existan expertos en ella que puedan juzgarnos a partir de esa participación, aún cuando sea involuntaria, genera un rechazo automático; pone en funcionamiento ese mecanismo de defensa contra la inseguridad que tan obtusos nos vuelve a veces.
Como hace tiempo que pretendo librarme de mis propias trampas mentales, acepté el encargo y dije que sí: libre de prejuicios, iría a la Mercedes Benz Fashion Week Madrid, me aprendería sus siglas imposibles, intentaría disfrutar de la experiencia, y como una observadora imparcial, haría una crónica sobre lo que más me llamara la atención:
El previo al desfile
A un lado de la pasarela se sientan los miembros de la prensa y en el lado opuesto los invitados. Mi sitio estaba entre la prensa, en una muy decente tercera fila, porque con un vistazo rápido a los folios que indican los lugares reservados a cada publicación, queda muy claro que existe una jerarquía.
En cualquier caso, más vale llegar con tiempo porque el baile de asientos es una coreografía complicada y no hablemos ya de la rapidez con la que desaparecen los regalos de bienvenida.
La atención se centra en seguida en zona opuesta, cuya front row es ocupada por las celebrities invitadas al desfile. Según van llegando, entre la prensa da comienzo un frenético y poco discreto “quién es quién”, que deja en evidencia la incompatibilidad entre la larga jornada en una redacción y el prime time televisivo: “¿Ése no es el actor aquel de la serie esa… cómo se llamaba?” Todos quieren saber los nombres para informar de ello en el acto, pero no es tan fácil descifrar algunas identidades. Hay que decir que, según he observado, en la MBFWM abundan los casifamosos de popularidad fugaz o difusa, de esos que, de primeras, crees que te suenan porque compartiste con ellos alguna optativa de la carrera.
Un momento de backstage.
Cordon Press
El desfile
En cuanto se ilumina la pasarela y comienza a sonar la música, entiendes de qué va todo el asunto. Así de simple. La revelación llega de repente, todo cobra sentido y te parece que juzgar la moda sin haber asistido nunca a un desfile es como hablar de teatro sin haber sido público de una representación. No valen las fotos ni los vídeos. Los diseños se ponen en movimiento bajo los focos, y si la textura de los tejidos, los colores y las formas consiguen maravillarte, sorprenderte o defraudarte lo harán en directo, ante tus ojos. Hasta la demonizada delgadez de las modelos y esa expresión de profunda indiferencia que fuera de contexto resulta ridícula, cobra sentido en la pasarela y sus cuerpos extraños, deshumanizados, encajan y ocupan su lugar en la representación como los de los bailarines en un espectáculo de ballet. Si fueran mujeres reales, mujeres de la calle, las que vistieran los diseños, su presencia se impondría a la de las prendas, y no parecería que éstas se deslizaran mágicamente sobre la pasarela, como una abstracción. Es un espectáculo que puede gustarte o no, pero juzgarlo fuera de contexto es sencillamente absurdo.
En el primer desfile al que he asistido he comprendido cuánta gente que observa el mundo de la moda desde fuera no lo entiende. Pero sobre todo, me he dado cuenta de cuánta gente tampoco lo entiende desde dentro.
Lo que se cuenta
La condena de la inmediatez obliga al periodista de moda a resumir su impresión sobre un desfile en 140 caracteres. Diseños evocadores, sobre los que se habrá trabajado meses, y que podrían inspirar varios párrafos, quedan reducidos a un (y cito textualmente lo que he atisbado en el móvil de al lado): “vestidos vaporosos de largo asimétrico en dos tonos”. Las descripciones son a veces genéricas, apresuradas, intercambiables y sobre todo incompletas, porque mientras se escribe en el móvil o se hace una foto, no se aprecia cómo el tejido del siguiente diseño ondea en el aire.
Se tiene que obrar así, porque hay quien sigue a distancia el evento en tiempo real, y de esta forma el relato de la MBFWM se adapta a lo que el público espera de la MBFWM. Se crea una abismo insalvable entre lo que se cuenta y lo que se vive. Lo peor de todo es que hay quien, víctima crónica de este mal, aún estando allí, confunde lo segundo con lo primero.
El backstage
Guiada por unas compañeras de la revista, he explorado la parte de atrás de la pasarela; las bambalinas del espectáculo. Quedaba un rato para el siguiente desfile y no había demasiado ambiente. Los vestuarios vacíos estaban revueltos y desangelados. Los retratos fotocopiados de las modelos, en cada cubículo lleno de perchas, parecían anuncios de adolescentes desaparecidas. Hemos metido la cabeza en la sala de peluquería y maquillaje. Entre unas cuantas modelos de aspecto aburrido, que estaban siendo peinadas, se extendían infinitos metros cuadrados de espacio vacío, como para que fuera imposible que nuestra presencia allí entorpeciera la labor de alguien, pero aún así hemos sido expulsadas en el acto, y nos han cerrado la puerta en las narices. El pase de prensa que llevábamos y que significaba que estábamos allí por trabajo, no por placer, ha tenido tanto peso como una foto de Justin Bieber. Quién sabe, puede que entre peinado y peinado estuvieran llevando a cabo una importante operación de cirugía a corazón abierto.
De camino a la salida, nos hemos cruzado con el trote de una manada libre de modelos eslavas, que en un plano literalmente más elevado de la existencia, conversaban entre sí, con el aire fascinante de los unicornios.
Los asistentes
Como en cualquier evento social, si uno es observador, se puede identificar en un sólo vistazo a quién se pasea allí por placer, a los que asisten por obligación y, sobre todo, a los que son víctimas del evento. Desde luego un sitio lleno de gente interesada por la ropa es el lugar ideal para lucirse y muchos lo hacen, con tanta elegancia que es un placer observar. Sin embargo, algunos de los asistentes a esta feria de la moda son la prueba evidente de que la inseguridad, de la que hablaba antes, actúa en ambos sentidos. No sólo hay quien desprecia y ridiculiza la moda para afirmarse, sino quien evidentemente le atribuye demasiada importancia y se pone en ridículo por lo mismo.
Hay quien se pasea, se agrupa y hace cola, allí en pleno IFEMA, con un atuendo tan dolorosamente inadecuado que dan ganas de saber primeros auxilios o bien tener a mano un lanzallamas. Tan pretencioso, tan excesivo y tan fuera de lugar que su equivalente ortográfico sería aquel que pone las tildes donde no toca. La moda en muchos casos es ilógica, incómoda y exigente, a cambio de ser vistosa. Pero si lo primero se observa desde fuera, la ilusión no funciona. Y una criatura que se entrega de forma visible y voluntaria a ser esclava de su propia ropa, es una criatura evolutivamente prescindible.
La conclusión
Reconozco que he salido de IFEMA con la necesidad imperiosa de arrojarme a un vagón de metro, como quien aspira fuertemente de una bolsa de papel. Rodearme de personas de gesto ausente, ropa gastada y actitud en suspenso ha supuesto un alivio, un bálsamo de normalidad para un postureo creciente, que ya empezaba a causarme sarpullido. No puedo tampoco quejarme de mi paso por MBFWM porque he sido bendecida por la rara suerte de toparme sólo con conocidos a los que de verdad me alegraba de ver y en general he pasado muy buen rato. Algunos descubrimientos han supuesto una grata sorpresa, he confirmado la validez de algunos prejuicios, y sobre otros aspectos sigo manteniendo sentimientos encontrados.
Pensaba en todo ello, cuando me he cruzado con una mujer que se ha quedado mirando con disgusto mis zapatos. Son unos de esos tipo Oxford, blancos y negros, que o bien te encantan o te parecen ridículos. Los ojos de la mujer han saltado de ellos a la bolsa delatora de la MBFWM que yo sostenía en la mano. He observado como mentalmente ataba cabos, todo le encajaba y sonreía con suficiencia.
“Qué imbécil”, hemos pensado las dos.
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