¿Nos estamos volviendo demasiado cursis?
Moda y decoración han abandonado el minimalismo para abrazar una tendencia más barroca. ¿Somos más ‘moñas’ que antes?
Si alguien hubiera predicho, diez años atrás, que llevaríamos abrigos color rosa, empapelaríamos las paredes con estampados de flores, pondríamos tapetes de croché en nuestras mesitas de noche, volveríamos a las labores de calceta o bordado y coronaríamos nuestras cabezas con tocados de encajes y redecillas, le habríamos tomado por loco o, peor aún, por alguien con intención de insultarnos. Sin embargo, la estética ha cambiado y tras décadas de minimalismo, colores neutros y formas simples, vuelve el barroco, las curvas, los tonos pastel o los interiores recargados, para gusto de casi todos.
Muchos confiesan ahora, abiertamente y sin sentimiento de culpa, que ven factible el hecho de tener en su salón un sofá de peluche rosa, diseñado por los hermanos Campana, y, al mismo tiempo, mantener a salvo su reputación. O ser una fashion victim e imitar, como icono de estilo, a la reina de Inglaterra que ya un año antes de que ganara puntos en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, simulando lanzarse en paracaídas junto a James Bond (Daniel Craig), había inspirado a diseñadores de moda y colecciones. Dolce & Gabbana creó una línea copiando su armario, Agyness Deyn y Alexa Chung confesaban su admiración por sus estilismos y Dior reinterpretó su look campestre en su colección otoño/invierno 2011-2012, compuesto por chaqueta Barbour, pañuelo a la cabeza, falda de tweed y botas Hunter, las preferidas de Kate Moss para acudir a festivales de música al aire libre.
Trajes con colores pastel y sombreros a juego. La reina Isabel II mantiene el mismo estilo desde hace décadas.
Cordon Press
La moda ha sido la primera en apuntarse a la estética cupcake, el estilo lady o los colores que antes solo llevaba Paris Hilton. El desfile de primavera/verano 2014 de Miu Miu, en la pasada Semana de la Moda de París, es la prueba más patente de que todo lo que la mayoría consideraba rancio, demodé, trasnochado y cursi está de vuelta y en grandes dosis: abrigos en estampados de tela de cortina, o de peluche, en colores suaves; medias de crochet, que las más mayores sufrieron cuando eran niñas; zapatos en los colores más insospechados, botas altas de cordones hasta arriba en tonos pastel o drapeados imposibles. Claro que no todos consideran que estas prendas sean cursis. The Daily Beast, calificaba la colección de “cozy and cute” (confortable y mona), y si se abriera un debate sobre la definición de cursilería, es seguro que tendría principio pero nunca fin.
Baste con decir que el vocablo no tiene traducción a otras lenguas y, como decía Vicente Molina Foix en un artículo titulado ‘Nostalgia de lo cursi’ y publicado en El País, en 2011, “lo cursi se lleva en el alma o se detecta a flor de piel; nadie aprende a ser cursi, y por eso tampoco nadie posee el vocablo único para explicarlo”.
Miu Miu quiere que el próximo otoño saquemos nuestro lado más cursi.
Cordon Press
Para el diseñador de moda Jorge Vázquez, una explicación a este cambio de estética reside en que “la gente quiere ilusión, color, lujo. El estilo lady, las líneas más femeninas o la tendencia barroca son propuestas que yo siempre he incluido en mis colecciones. ¿Por qué un abrigo tiene que ser siempre en color camel o gris?”, se pregunta.
La tímida y lenta introducción de la población española en el mundo de los sombreros y tocados es el ejemplo más palpable de cómo hemos ido cambiando nuestras reglas estéticas. Ana Mª Chico de Guzmán, el alma de Mimoki, una firma de tocados que abrió hace seis años en Madrid, comenta cómo su clientela ha ido variando, “cuando empezamos teníamos solo dos tipos de clientas: la clásica, que cumplía la norma de que hay que llevar algo sobre la cabeza para asistir a una boda y la estridente, que lo que quería era llamar la atención, pero que se decantaba siempre por formas geométricas. Ahora, muy poco a poco, tenemos mujeres que vienen a probar como les sentaría un tocado para ir a una fiesta. Yo creo que le debemos mucho a nombres como Olivia Palermo o Pippa y Catherine Middleton, porque han modernizado mucho la idea de llevar tocado, y a series como Mad Men o El tiempo entre costuras, que han sugerido otras referencias estéticas, y así a su público se le va ‘haciendo el ojo’ a otras imágenes ”.
Chico de Guzmán admite una natural tendencia a los detalles, vestiditos de flores, accesorios… “¿Es eso ser cursi?”, se pregunta, “tal vez. Yo de pequeña era la prima cursi, la que siempre estaba con detallitos, no me importa admitirlo. Aunque creo que todo depende de cómo te lo pongas y si tiene cierta armonía. Lo que siempre he evitado es ir sobrecargada como un árbol de navidad. Pero es verdad que ahora la gente admite un poco más de perifollo. Nuestra colección de verano lleva tonos pastel, velos, encajes, coronitas… Cosas que hace años eran imposibles de vender”.
El personaje de Shoshanna (Zosia Memet) en ‘Girls’ lidera la tendencia de lo cursi
Nymag
Pocas personas se han atrevido a calificar qué es la cursilería pero, como recuerda Vicente Molina Foix en su artículo, Ramón Gómez de la Serna fue uno de esos valientes al decir :“es cursi la Virgen de Lourdes saliendo con túnica celeste claro de una gruta rococó, en su ensayo Lo Cursi (1934) o al apuntar, en sus greguerías, la diferencia entre términos que pueden resultar equívocos. Es snob el que pide en un restaurante gallinejas y cursi el que pide caviar en una taberna”. Molina Foix reflexiona en su escrito sobre si el afán por evitar este calificativo no nos ha llevado a cosas peores, cuando apunta: “mi recelo es que la decadencia de la cursilería ha producido el auge de afecciones y pretensiones infinitamente peores, unas más indignas que otras, pero todas igualmente irritantes”. Para Ana Domínguez Siemens, periodista experta en diseño y comisaria de exposiciones, este término no tiene por qué estar siempre ligado a lo barroco o sobrecargado. “Generalmente se piensa que lo minimalista nunca puede pecar de cursi y no es así. Para mi lo cursi también tiene que ver con algo que está muy forzado o fuera de lugar. Por ejemplo, ir al cuarto de baño de un hotel y que cuando te vayas a lavar las manos te caiga un chorro de agua fría en la cabeza, o que necesites un libro de instrucciones para apagar las luces. Eso no es diseño, es mal diseño y una cursilería. El minimalismo también ha tenido sus aberraciones”.
Domínguez Siemens, achaca el fin de la austeridad en interiorismo a tres factores: “por un lado, cuando se pone el péndulo en algo y se suelta va al extremo opuesto y es normal que, tras el gusto por lo simple, venga ahora la tendencia más recargada. Últimamente, una mayor presencia de mujeres en el diseño industrial, como Patricia Urquiola o Hella Jongerious, ha dado también una visión más femenina de las formas. Con esto no quiero decir que las chicas diseñan en rosa y los chicos en azul, sino que ellas ponen menos reparos a la hora de incorporar elementos, digamos, más frívolos. Urquiola, por ejemplo, no duda en añadir el nido de abeja, de los vestiditos de su infancia, a una butaca de cuero. Los hombres se atreven menos con este tipo de cosas, aunque hay excepciones como Marcel Wanders. Por último, la incorporación de un público joven, como consumidor de diseño, supone que éste ha crecido con otros estereotipos. Lo que para una generación era algo rancio, espantoso y se relacionaba con la casa de la abuela -como el tapetito de ganchillo encima de la tele-; para otra, que no tiene esa imagen, puede ser algo divertido, irónico o fresco”, comenta esta periodista.
Junto a los cupcakes, se impone la moda de los amigurumis -fabricar cualquier tipo de objeto con crochet.
Etsy
Otros buscan en la crisis y el desencanto una explicación de por qué nos refugiamos en los encajes, flores y líneas redondeadas. Según Miguel Salmerón, profesor de estética de la UAM, “Había un historiador del arte llamado Worringer para quien a las épocas de abstracción (sobriedad, geometría ortogonal) le seguían las de empatía (formas orgánicas, color, helicoidales). Creo que esa distinción aporta una magnífica explicación para comprender que los seres humanos necesitamos estímulos sensoriales en cantidad, pero también en variedad”. Si el término cursi es una palabra sin equivalencia exacta en otras lenguas -Ana Domínguez sugiere naff para el inglés y corny para el norteamericano y Salmerón kitsch-, ¿no será esto que los españoles tenemos un exagerado sentido del ridículo, que nos ha hecho inventar el dichoso calificativo?
El diseñador Jorge Vázquez reconoce que “tenemos mucho la mentalidad de que dirán y eso hace que la gente quiera parecer lo que no es”. Algo en lo que coincide nuestro profesor de estética, “aparentar lo que no se es, es algo tristemente muy español, de eso trata nuestra novela más importante, El Quijote. En cuanto al sentido del ridículo, es sin duda otro mal nacional. Una rigidez que nos pone muchos más límites de los que, objetivamente, debieran existir para sentirnos a gusto. Yo lo explicaría así: la historia de España se ha caracterizado por asimilaciones culturales y religiosas, en las que los oprimidos tenían que disimular su procedencia (judíos, moriscos, etc,), lo que ha conducido a un hábito de la discreción mal entendida. En otros países de Europa, más que asimilaciones, han tenido lugar guerras de religión, por las que los bandos intentaban demostrar que se sentían orgullosos de sus ‘colores’. Creo que eso y también cierta voluntad de atemperar la grisura de sus cielos es lo que hace que, por ejemplo, los ingleses sean más capaces de desinhibirse”, apunta Miguel Salmerón.
¿Acabará siendo Paris Hilton nuestro referente de estilo?
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