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Vino peleón y mentiras: la complicadísima relación de Twiggy con su novio (y mánager)

La modelo más icónica de la historia de la moda cumple mañana setenta años. Su ex sigue diciendo que él «la creó», pero ella no está de acuerdo.

Twiggy y Justin de Villeneuve de vacaciones en Grecia en 1968.
Twiggy y Justin de Villeneuve de vacaciones en Grecia en 1968.Getty
Raquel Peláez

Hay dos lugares comunes que se repiten una y otra vez cuando se revisa la trayectoria vital de la primera supermodelo de la historia, la británica Twiggy, que mañana cumple setenta años: 1. Que fue “un icono de moda” de los años sesenta. 2. Que el artífice de su imagen y el creador de su fenómeno fue su novio, el peluquero Justin de Villeneuve. La primera afirmación se queda corta. La segunda simplemente es mentira. Ella misma ha negado el dato que aparece en muchas de sus biografías no oficiales: “No le guardo rencor pero quiero quede claro: yo no fui su pigmalión”.

Twiggy fue, efectivamente, un icono, pero el impacto de su imagen trascendió con mucho el ámbito de la moda. Su físico andrógino y su aspecto aniñado la convirtieron en el maniquí perfecto para los estilos que empezaban a emerger a mediados de los años sesenta: los vestidos de línea A con cuellos redondos y las minifaldas (de Mary Quant), los trajes de corte militar (de Yves Saint Laurent) y sobre todo los diseños minimalistas que se presentaban bajo la etiqueta de ‘unisex’ (de Pierre Cardin o André Courrèges).

Pero la historiadora cultural feminista Linda Benn Delibero explica en This Year Girl. Una historia persona y crítica de Twiggy que la aparición de la modelo fue una conmoción transformadora en los años centrales del Swinging London y del movimiento mod, cuyo eco había llegado a Estados Unidos, donde en 1967 la recibieron como una auténtica heroína: “Los anuncios en los que ella aparecía, los productos mi idea de que Londres era el centro del universo, y que un trozo de esa ciudad podía ser mía por el precio de una de las prendas que ella llevaba […] Para todas las chicas que conozco, adaptar aquella ropas fue un paso hacia una relación diferente con nuestros cuerpos, con nuestras ideas sobre lo que podíamos esperar del mundo. La imagen de Twiggy le daba la vuelta a las rígidas jerarquías de estilo, feminidad, belleza, clase y estilo”.

Twiggy en un evento de Goop con Gwyneth Paltrow y Penélope Cruz.
Twiggy en un evento de Goop con Gwyneth Paltrow y Penélope Cruz.Getty

Se llamaba Lesley Hornby cuando nació en 1949 en Neasden, un suburbio del noroeste de Londres. Su sobrenombre viene del apelativo cariñoso con el que la conocía en casa cuando era niña: “Twigs”, o sea, flaca. Era hija de una operaria de imprenta y de un carpintero. Su madre la enseñó a coser en su más tierna infancia y por eso ella fue capaz de hacerse su propia ropa desde muy joven. También por eso desarrolló un interés por la moda. Siendo una adolescente, soñaba con parecerse a Jean Shripmton, su heroína. Para conseguir su objetivo se dejó el pelo largo y empezó a ponerse los vestidos que después se convertirían en su propia seña de identidad. Con solo quince años ya solía moverse en círculos mods y con algunos de los personajes más peculiares de la escena underground londinense. Uno de ellos era su novio, un buscavidas que le había presentado su propio hermano. El personaje se llamaba Nigel Davies y se dedicaba a hacer negocios ocasionales como conseguirle al peluquero estrella del momento, Vidal Sasoon, el vino de su boda. “Era auténtico aguarrás, pero yo conseguí hacer un buen negocio pegándole unas etiquetas elegantes”, ha contado Davies después.

Para las chicas de aquel tiempo y aquel círculo social, entrar a trabajar en una peluquería de Mayfair, aunque fuese a tiempo parcial, era un sueño hecho realidad. Y eso era lo que hacía Twiggy: ir los sábados como asistente al salón de Leonard, el otro estilista capilar de moda en la ciudad.

Uno de aquellos sábados, Leonard decidió experimentar con la cabeza de Twiggy justo cuando pasaba por allí el fotógrafo Barry Latega, quien inmortalizó por primera vez aquel corte pixie rubio y aquel cuello de cisne que después se convertirían en el símbolo de un tiempo. Una periodista del Daily Telegraph se fijó en las imágenes y quiso enterarse de quién era la muchacha que las protagonizaba. Un mes después de aparecer en el periódico la llamaron de Vogue. Un año más tarde, las revistas de todo el mundo llamaban a su puerta: querían en sus página a aquella muchacha ultradelgada, de 1.67 con tres capas de pestañas.

Para entonces, el mismo hombre que le había vendido vino peleón a Vidal Sasoon en el día de su boda se había cambiado de nombre, para ponerse uno mucho más sofisticado. Bajo el sobrenombre de Justin de Villeneuve empezó a gestionar su carrera. Se quedaba con el cincuenta por ciento de lo que ella ganaba: desde sus honorarios como modelo hasta los ingresos por la línea de ropa que creó y las franquicias de accesorios, maquillaje y muñecos que aprovechaban su imagen. De Villeneuve empezó a llevar una vida más que extravagante: cada seis semanas se compraba un coche italiano nuevo y adquiría de diez en diez trajes en las sastrerías más caras de la ciudad. “No sabía ni lo que hacía, pero te puedo garantizar que tenía muy buen gusto. Formábamos parte de la alineación de los más grandes. Estaban Mick, Keith, John y Paul. Y luego nosotros. Teníamos criados, cinco de ellos: un cocinero, un mayordomo, un chófer. Era ridículo. Pero no me arrepiento de un solo segundo”, contó él a The Telegraph en 2006.

Cuando Twiggy empezó a darse cuenta de la cantidad de dinero que era capaz de generar, sin la ayuda de nada más que su propia imagen, De Villeneuve empezó a tener que demostrar lo importante que era su papel en la carrera de su novia: con fama de hueso y un temperamento difícil, muchos de los grandes fotógrafos de la época (y esto incluye a Richard Avedon o a David Bailey) se negaban a fotografiar a la modelo si él formaba parte de la ecuación. Y así fue como el mánager se convirtió también en fotógrafo profesional: para poder controlar esa parte de la carrera de su “representada”. Cuando Twiggy empezó a dar sus primeros pasos en el cine, el mánager comenzó a ejercer otras formas de control: por ejemplo imponer unas condiciones imposiblemente caprichosas a las productoras.

Fue precisamente la carrera cinematográfica de la modelo lo que acabaría con aquella relación personal y profesional: participando en la película de Ken Russell’s The Boyfriend, que le valió en un Globo de Oro, ella se enamoró de un actor llamado Michael Whitney. Sin interés alguno en volver a posar para revistas de moda y sin necesidad de un fotógrafo, Twiggy ya no necesitaba a Justin para nada. De Villeneuve nunca volvió a brillar en solitario después de Twiggy.

Llevan más de cuarenta años sin hablar. Él ha escrito unas memorias en las que cuenta su versión de los hechos (por supuesto, se pinta como su “descubridor”). Ella solo habló de él en una ocasión hace diez años: “¿Dónde está ahora? No tengo la más remota idea. Pero esa es la cuestión. Lo que me pasó, me pasó por la prensa y las circunstancias. Pero él no “me hizo”.

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Sobre la firma

Raquel Peláez
Licenciada en periodismo por la USC y Master en marketing por el London College of Communication, está especializada en temas de consumo, cultura de masas y antropología urbana. Subdirectora de S Moda, ha sido redactora jefa de la web de Vanity Fair. Comenzó en cabeceras regionales como Diario de León o La Voz de Galicia.

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