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Gabriel Held, coleccionista y estilista de moda ‘vintage’: “En mi Instagram documento una época en la que no había Internet”

Posee el mayor archivo de los noventa. Una oda al estilo sarcástico e hiperbólico que atrae a clientas como Lourdes Leon o Lena Dunham.

Imagínense ir a Caritas, Humana o demás lugares de ropa usada y encontrar un Dior de la era Galliano a 30 euros. O entrar en alguno de estos lugares de compra-venta y toparse con alguna celebridad en busca de un modelito para una entrega de premios. Si solo nos ceñimos a los desfiles y a la procedencia de las firmas de lujo actuales, Nueva York está lejos de ser la capital de la moda. Si, sin embargo, entendemos moda como un fenómeno social y como una forma de expresión individual, Nueva York es su epicentro.

«Empecé a coleccionar prendas vintage en la adolescencia. Iba a todas las tiendas de caridad, a Goodwill o al Ejército de Salvación y luego las revendía entre mis compañeras de colegio. Algunas me las quedaba yo, por supuesto». Al habla Gabriel Held, coleccionista de moda de los noventa, estilista y celebridad de Instagram gracias a su ingente archivo de prendas de la época y a su peculiar forma de entender el estilo. Casos como el suyo, aunque a menor escala, son comunes en la Gran Manzana. Allí el vintage no es un lujo inaccesible, sino una categoría más en cualquier armario y, sobre todo, una forma de jugar con la historia pasada en el atuendo del presente. La busca y captura de iconos indumentarios a precios de solo dos cifras es una profesión más dentro del sector.

Camiseta de Dior, bustier de Trashy Lingerie y botas de cordones de Timberland. Todo de Gabriel Held Vintage.
Camiseta de Dior, bustier de Trashy Lingerie y botas de cordones de Timberland. Todo de Gabriel Held Vintage.Jake Chessum

Lo demuestran lugares únicos como la Albright Fashion Library (una suerte de biblioteca del traje a la que acuden, por ejemplo, los estilistas de las series) o tiendas de coleccionistas como Brian Procell (donde encontrar todo lo relacionado con el rap de los ochenta) o Stella Dallas (un ingente archivo de tejidos de todas las épocas). Eso en Europa no pasa. «Es verdad, no sé por qué, pero allí sería mucho más difícil coleccionar si no tienes mucho dinero», admite Held, que creció en una familia de artistas con problemas para llegar a fin de mes y se convirtió en ‘revendedor de logos’ para sacarse una paga extra.

Pero además de experto cazatesoros, Held es comisario de sus propias adquisiciones. Y su criterio dista mucho del de la mayoría de los coleccionistas vintage, que suelen buscar etiquetas mundialmente famosas y estilos muy conocidos. «Me interesa la moda que comunica, la que es irónica o se creó con una intención más allá de la mera belleza», cuenta al teléfono. Su época son los noventa; sus referentes, las excesivas cantantes de hip-hop de aquella década y su diseñador favorito, Todd Oldham.

El hip-hop es una de sus principales fuentes de inspiración. También el vestuario de la colonia latina con la que creció en Brooklyn.
El hip-hop es una de sus principales fuentes de inspiración. También el vestuario de la colonia latina con la que creció en Brooklyn.Jake Chessum

«Para mí no es un creador de moda, es un artista que utilizaba la ropa como medio. Y lo hacía sin ninguna pretensión. Había un componente de humor. Experimentaba por diversión», dice Held, quien contactó con Oldham hace un par de años para que este le prestara su archivo. Con él vistió a su amiga y musa, Lena Dunham, durante el tour de promoción de la última temporada de Girls. El estilo de este creador, irreverente, maximalista e irónico, define muy bien el criterio del propio Held y, a la vez, remite a una época, los noventa en Nueva York, que ahora muchos comienzan a reivindicar. «Hoy parece que la meta es seguir las tendencias. A mí me interesan las personas (y las prendas) que las crean, no las que las siguen», comenta el coleccionista.

Gabriel Held creció adorando una moda que ya no existe. En aquel momento, creadores como McQueen o Galliano aterrizaban en casa históricas como Givenchy o Dior cambiando la sofisticación por el exceso y el recato por la originalidad sin cortapisas. Italia exportaba al mundo el maximalismo de Versace y desafiaba a los guardianes del buen gusto con nombres como Dolce & Gabbana o Roberto Cavalli. Held, fiel a su instinto, cree que estamos a las puertas de la recuperación de aquella moda. «Igual que ahora los Gucci de Tom Ford se han revalorizado, en poco tiempo veremos cómo la logomanía que creó Galliano en Dior se convertirá en un tesoro», dice.

Por lo pronto, él ya los vende en una sección propia en VFiles, la plataforma neoyorquina que apela a la nostalgia para dictar lo que es moderno. Porque, como bien apuntaba el filósofo Walter Benjamin, «la moda es el salto del tigre hacia el pasado» y los noventa, ahora que han pasado más de dos décadas –tiempo suficiente para olvidarlos–, son el nuevo criterio estético de los trendsetters de hoy. Sin embargo, aquella década no solo es la de McQueen, Galliano o Versace. Es la de Lil’ Kim, el grunge y los chándales de terciopelo de Juicy Couture. «Un periodo donde no hubo cortapisas y convivían muchos estilos y gustos». Y donde la moda norteamericana creó su propio imaginario y se desligó por fin del canon europeo.

Si Nueva York es ese lugar donde la gente vende su ropa cuando deja de usarla y renueva su armario con ropa usada, sin importar si ese armario está repleto de Helmut Lang o de Forever 21, es compresible que esa misma gente no suela tener prejuicios a la hora de vestirse. Una metrópolis que ejemplifica el capitalismo en su sentido más puro es una ciudad donde cada uno se viste teniendo en cuenta quién quiere ser. Solo en Nueva York podría haber prosperado una figura como Dapper Dan, el sastre que en los ochenta plagiaba logos y los reconvertía en uniforme para raperos –y que hoy, otra vez por obra de la nostalgia, es colaborador habitual de Gucci–. Y solo allí, también, la estética camp podría tener un lugar propio más allá de pasarelas y editoriales de moda.

Chaqueta de Christopher Kane, camiseta de Dior, shorts de Dolce & Gabbana. Todo de Gabriel Held Vintage.
Chaqueta de Christopher Kane, camiseta de Dior, shorts de Dolce & Gabbana. Todo de Gabriel Held Vintage.Jake Chessum

La colección de Gabriel Held –noventera, excesiva, repleta de prendas que llevaron raperas y actrices, de marcas deportivas al mismo nivel que de casas de alta costura– es altamente nostálgica. Paradojas de la moda, a dicho concepto estético dedica el Met su próxima exposición, mientras Europa se devana los sesos intentando definirlo. «Supongo que el camp es una parte importante de mí», valora Held sobre su colección. Se trata, como escribe Susan Sontag en el ensayo Notes on Camp, de «adorar cierto estilo porque lo vemos entre comillas», es decir, de disfrutar de lo hortera y lo exagerado en tanto que encierran una parte de ironía y diversión. Bette Midler, Dolly Parton, Liberace, Cher y hoy RuPaul o incluso la ubicua Cardi B son adoradas por los que cultivan el camp. Existe un entramado cultural que hace que cierto sector de la homosexualidad neoyorquina se apropie de códigos de vestimenta desde esta vertiente hiperbólica y sarcástica.

Held creció en Brooklyn a finales de los ochenta. Ahora su barrio, donde sigue viviendo, está repleto de cafeterías hipster y supermercados orgánicos, pero hace 20 años era una colonia latina. Antes de llegar a la adolescencia, ya sabía que era gay, y sus días transcurrían entre el colegio de pago al que asistía y el rap que escuchaban sus vecinos. En la televisión veía House of Style, el programa de la MTV que convertía la moda de pasarela en un elemento de consumo pop, y en la calle se topaba con mujeres repletas de joyas doradas y luciendo prendas de colores brillantes. Así, si las generaciones anteriores a la suya adoraban a Barbra Streisand, Cher o Judy Garland; él comenzó a hacer lo propio con Lil’ Kim, Da Brat o Missy Elliot.

En su archivo, abundan los tejidos brillantes, las joyas doradas y los estampadas con logo.
En su archivo, abundan los tejidos brillantes, las joyas doradas y los estampadas con logo.Jake Chessum

«Admiro a esas mujeres fuertes que se apropiaron de su sexualidad y de su vida y que demostraron su situación a través de la ropa», dice. Held considera que dichas prendas, tan originales y excesivas, son «pedazos de la cultura de una determinada época». No le falta razón: nadie recuerda quién fue la mejor vestida en los Oscar de hace 20 años, pero todos saben que Cher acudió con un traje transparente y un penacho de plumas firmado por Bob Mackie. O que Lil’ Kim se plantó en los premios MTV del 99 con un traje que mostraba su pecho derecho.

En un periodo en el que las tendencias parecen eclipsarlo todo, el traje como reivindicación de la sexualidad, el estrato social, la posición política o simplemente la identidad parece haber pasado a un segundo plano. Pero no es así. «Se están haciendo cosas interesantes. Es cierto que yo me fijo más en los desfiles del pasado que en los del presente, pero si analizas la calle y ciertas marcas parece que poco a poco volvemos a ver la moda de otra forma». Ahí está la reivindicación de Britney Spears como icono pop o Cardi B llevando un Mugler de archivo a la alfombra de los Grammy. En un mundo donde las redes nos proyectan una perfección vacía, los nuevos trendsetters parecen buscar la expresión por encima de la elegancia.

Por eso ahora, que el camp merece entrar en un museo y que la cultura de lo hortera vuelve a estar en la palestra (pasada, eso sí, por el filtro de la ironía), Gabriel Held viste con su colección a clientas como la reggaetonera Maluca Mala o la cantante de R&B Kehlani. Puede que su criterio estético y su estilo de vida fueran minoritarios hace algunos años, pero ahora es su momento. Su Instagram, cuajado de imágenes de sus iconos de estilo, ha sobrepasado los 100.000 seguidores. «Muchos de mis clientes me contactan por ahí», asegura. Bajo el hashtag #unsungherooffashion (algo así como heroínas de la moda sin reconocimiento), por su perfil desfilan actrices olvidadas como Kylie Bax, Elise Neal o Jennifer Tilly, la cantante Thalía o La Toya Jackson.

«Empecé a coleccionar revistas antes de empezar con las prendas. Siempre he recortado las imágenes que me inspiraban y las he guardado en cajas», recuerda. «Supongo que a la gente le gusta mi Instagram porque documenta una época en la que no había Internet. Muchos no recuerdan esos momentos porque no tenían referentes visuales a mano. Y ahora que vivimos una época de recuperación de todo aquello, mi perfil es una especie de moodboard para algunos».

Entre sus seguidores, además de su amiga Lena Dunham o la estilista de Lil’ Kim, Misa Hylton, se encuentran nombres de la primera división de la moda actual: de Pieter Muller a la fotógrafa Petra Collins, pasando por Ian Isiah (integrante de la firma Hood By Air) o Mel Ottenberg, el celebrado estilista de Rihanna. Cuando a Held se le pregunta por un icono de estilo actual que cumpla con sus expectativas, cita de inmediato a la estrella de Barbados. «Creo que todo lo que se pone tiene una intención más allá de ir más o menos guapa. Da la impresión de que, a pesar de su fama y de saber que todo el mundo la está juzgando, ella elige sus looks sin tener en cuenta al resto y por otros motivos», explica. Rihanna todavía no ha requerido sus servicios (al menos, que se sepa), pero sí lo ha hecho Lourdes Leon. La hija de Madonna, obsesionada con la privacidad y el perfil bajo, acudió a su almacén a probarse prendas y, como suele hacer con la mayoría de sus clientas, Held detalló el proceso con una sesión de fotos casera.

Quién le iba a decir a este joven de Brooklyn que sus gustos excéntricos y aquellas prendas compradas en el Ejército de Salvación iban a convertirlo en una celebridad local. Que tendría una lista de espera de clientas deseosas de que él sea su estilista o que terminaría haciendo un mercadillo cool, como hizo la pasada Navidad, junto a la mismísima Chloë Sevigny. Aunque, de algún modo, Held intuía que su momento iba a llegar. No habla de aburrimiento, opina que «la moda es cíclica. No creo que las condiciones que se dieron en los noventa se vuelvan a repetir, pero después de un periodo de corrección viene uno de libertad».

Fular de Louis Vuitton, vestido y botas de Dolce & Gabbana. En la página anterior, Gabriel Held de Versace. Todo de Gabriel Held Vintage.
Fular de Louis Vuitton, vestido y botas de Dolce & Gabbana. En la página anterior, Gabriel Held de Versace. Todo de Gabriel Held Vintage.Jake Chessum

Puede que Nueva York esté de capa caída en lo que respecta a las pasarelas internacionales, pero nombres como Telfar, Gipsy Sport o Vaquera (firmas jóvenes que practican la irreverencia y el mal gusto deliberado) o estrellas como las cantantes Kelela, Venus X o la rapera Cardi B, que tiran de archivo noventero en sus apariciones, demuestran que la moda tiene más que ver con la identidad que con los desfiles. Y que no hace falta tener una cuenta abultada o un estilo de vida determinado para practicarla. Solo criterio, cultura visual, tiempo para rebuscar en mercadillos y espacio para almacenar tesoros.

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