Meter la pata, masturbarse y volver a empezar: por qué ‘Fleabag’ es la serie del año
La segunda temporada del show de Phoebe Waller-Bridge es tan corrosiva como la primera. Difícil será que alguien le arrebate el título.
Ella no quería. Phoebe Waller-Bridge se había negado a una segunda temporada de Fleabag, la adaptación de su espectáculo teatral estrenada en 2016, convertida en un hito no solo de la televisión escrita y protagonizada por mujeres, sino de la televisión en general. El humor de la serie iba más allá de lo ácido: era atómico, nuclear, demoledor en su exposición de las miserias cotidianas (sección femenina) y familiares. Desde entonces, la reputación de su creadora y protagonista ha aumentado exponencialmente: a Fleabag le siguió la escritura de una de las mejores series de 2018, el thriller de espías Killing Eve, y entrar en la archimillonaria franquicia de Star Wars poniéndole voz al droide L3-37 en Solo. Pero también se llevó la obra de teatro a Broadway. Y allí probó nuevos chistes, nacidos de esas situaciones incómodas que nos pasan cada día. El resultado es una segunda temporada ambientada, según nos dicen los intertítulos, 371 días, 19 horas y 26 minutos después de que la primera acabara como el rosario de la aurora. Igual de buena que la primera y más autoconsciente de su potencial. Una serie de catastróficas desdichas escritas por Phoebe Waller-Bridge. Seguramente la mejor guionista del mundo.
Pequeñas miserias
Fleabag (también es el nombre de la protagonista) sigue en plena crisis de los 30 y hace esas inconfesables tonterías que todos hemos hecho alguna vez: sustraerle un top a tu hermana o un pisapapeles a tu madrastra. Bueno, a veces sus chiquillerías nos superan, como cuando roba papel higiénico en casa ajena. Ese es el tuétano de su personalidad: ser un peligro público para el sexo masculino… pero también para el femenino.
Con la iglesia hemos topado
Al amplio catálogo sexual de Fleabag le faltaba solo un tipo de hombre: un cura, y que fuera católico, por supuesto, que esos párrocos anglicanos son menos morbosos por eso de no estar atados por el celibato. Normal que Waller-Bridge haya subtitulado la temporada como “Fleabag contra Dios”. Una pasión imposible para la eterna desencantada con el sexo masculino. Ojo porque las primeras palabras que pronuncia Phoebe en esta ocasión son: “Esto es una historia de amor”. El alzacuellos lo luce Andrew Scott, conocido por su participación en Sherlock encarnando a Moriarty… ¿Será su media naranja? Desde luego, su vida personal y familiar es casi tan desastrosa como la de Fleabag.
Ladies, ladies
Si la primera temporada empezaba con una inusual escena de sexo anal, esta segunda no se queda atrás: lo primero que vemos es a Phoebe limpiándose el rostro ensangrentado después de una cena familiar, casi como si se hubiera escapado de las asesinas de Killing Eve. Pero lo mejor viene después: Olivia Colman, recién estrenado su Oscar por La favorita, sigue interpretando a la odiosa madrastra de Fleabag, una artistaza del arte abstracto y de la tortura a la familia política. Y a ella se añade otra grande: Kristin Scott-Thomas como Belinda, una súper ejecutiva menopáusica que obliga a Fleabag a plantearse el papel de las mujeres en el mundo. “Me suplicó estar en la serie. Literalmente”. Si la gran dama se humilló de esa manera, por algo sería.
El gusto es suyo
Como en la anterior entrega, Phoebe habla de masturbarse constantemente. Con la libido por las nubes, cualquier hombre le resulta excitante: ya sea un cliente de su café, un tipo anónimo en el autobús o incluso Barack Obama dando un discurso por internet. Conversa sobre ello con todos y con todas, como si nunca hubiera existido algo parecido al tabú de la masturbación femenina en la historia de la ficción.
Cuerpos femeninos
Una de las cuestiones más relevantes de Fleabag es su capacidad para hablar sin tapujos de la intimidad femenina, cubriendo de los aspectos más banales a aquellos más delicados: de ventosidades, del síndrome premenstrual, de las masectomías, de los abortos, de las fotos de vaginas enviadas a los ligues, del tamaño de los pechos, de la menopausia…
Tiempo para el duelo
Probablemente la gran virtud de la serie sea que no todo es cachondeo. En Fleabag también hay mucho dolor. Un dolor que apenas aciertan a esconder las risas. Dolor por la madre muerta por el cáncer. Dolor por la amiga atropellada por la enésima torpeza de la protagonista. Dolor por los celos fraternales. Tristeza por la infelicidad propia, pero también por la ajena, la de esos seres queridos que pierden el tiempo con alguien que no se merecen. “El destino de las mujeres es sufrir”, reflexiona el personaje de Belinda en uno de los momentos estelares de la segunda temporada. Las amarguras, eso sí, se sobrellevan mejor a carcajadas. Y en eso Fleabag es imbatible.
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