Cuernos de animales, pieles reales y sonrisas terroríficas: el misterioso origen de los carnavales ancestrales del Norte de España
Un extraño vínculo une a los carnavales que se celebran desde Galicia a los Pirineos.
El carnaval es una de las fiestas más interesantes y quizá la más enigmática de todas las que se celebran en nuestro país. Una celebración que hunde sus raíces en lo más profundo y remoto de la cultura de los países cristianos y cuyo origen continúa siendo objeto de debate.
Algunos expertos afirman que podría tener orígenes paganos, relacionados con las celebraciones romanas en honor al dios Baco, las Saturnales o las Lupercales, fiestas que celebraban la renovación de la naturaleza tras el frío invierno. Otros encuentran similitudes entre el carnaval y las fiestas que se celebraban en honor al dios Apis en el antiguo Egipto e incluso en las de algunas culturas andinas prehispánicas y africanas.
Para Xosé Ramón Mariño, escritor experto en el tema, antiguo profesor titular de antropología cultural de la Universidad de Santiago de Compostela y autor del libro O entroido ou os praceres da carne (El entroido o los placeres de la carne), sobre el carnaval en Galicia, estas comparaciones no son correctas. “El carnaval no puede entenderse sin la Cuaresma y la Cuaresma comenzó en el siglo IV. La fiesta no deriva de una fiesta pagana, sino que se parece más bien al tópico sobre el paganismo que los primeros padres de la Iglesia absorvieron de las religiones de los griegos y los romanos: ritos llenos de orgías, de bebida, de sexo… Pero eso poco tenía que ver con la realidad, ya que la religión griega y romana era, de hecho, bastante puritana”.
Los primeros testimonios de la celebración de los carnavales en nuestro país aparecen en algunos libros escritos en la Edad Media y quizá uno de los más conocidos es el Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita, publicado en 1330, y que muchos conocemos de nuestra etapa preuniversitaria.
El Arcipreste le dedica una buena cantidad de páginas en su obra, fundacional de las letras españolas, a la monumental batalla entre Don Carnal y Doña Cuaresma, una gran metáfora de las celebraciones carnavalescas. Al final, como cada año, triunfa la Cuaresma, para extender su reinado de ayuno, abstinencia y oración que culmina en la Semana Santa.
Quizá lo que más llama la atención de este origen de la fiesta del carnaval es que parece ser profundamente cristiano. Resulta curioso que en épocas tan remotas y tan dominadas por la fe católica se permitieran este tipo de celebraciones caracterizadas por la locura momentánea, la sátira, la subversión de las dinámicas del poder y los excesos de comida, bebida y sexo. Quizá la jerarquía cristiana pensaba, con no poca dosis de sabiduría, que para que la represión constante funcione y perdure, necesita pequeños momentos de liberación.
“En el siglo XII la sociedad cristiana se hizo un poco más puritana y surgieron voces que pedían suprimir el carnaval”, nos explica Mariño. “Entonces, un teólogo de la Universidad de París se opuso poniendo el siguiente ejemplo: Imagina un barril en el que está fermentando el vino. La sociedad es como este barril y el carnaval es como el corcho que lo tapa y que quitas durante unos días para que salga el exceso de gas y el barril no explote. O sea que el carnaval sirve para desfogarse unos días y que las normas se mantengan si problemas durante el resto del año”.
Hoy en día, el carnaval, ya despojado de su pátina religiosa, se ha convertido en una fiesta multitudinaria. Auténticas masas acuden a la elección de la Reina del Carnaval de Tenerife o presencian las Chirigotas de Cádiz o los impresionantes desfiles del carnaval de Águilas, en Murcia, fiestas todas ellas declaradas de Interés Artístico Internacional.
Sin embargo, otro tipo de carnaval más oscuro, más crudo y de apariencia más ancestral se celebra en muchas partes del norte de España. Una fiesta más ruda y chocante, que se extiende desde los valles gallegos hasta los de los Pirineos en pueblos como Verín, Laza o Xinzo en Ourense, Ituren, Zubieta y Lanz en Navarra, o Bielsa en Aragón, entre muchos otros.
“El carnaval del norte de España se parece bastante al de otros países europeos”, nos explica el profesor Mariño. “El tipo de máscaras que hay en Galicia o en otras zonas del norte de España se ven en Francia, en Alemania o en Austria. Sin embargo, hay otro elemento que ha influido mucho en que en estas zonas se mantuvieran las tradiciones antiguas de una manera más pura. Todas ellas son zonas eminentemente rurales y de pequeños pueblitos. Por eso mismo, ahí nunca llegó a haber un control tan férreo de los poderes políticos y de la Guardia Civil como había en las ciudades. Durante los tiempos de Franco el carnaval se veía como algo negativo, demasiadas bromas y juegos eróticos y se hizo todo lo posible por desterrarlo. Pero en los pueblos hacer eso era muy difícil. A los valles de Ourense, Asturias, Euskadi, Navarra o Aragón, por ejemplo, la modernidad llegó muy tarde y eso ayudó a que se conservara mejor el carnaval, que también existía en otras zonas, pero que fue desapareciendo o transformándose con la modernidad y con la presión de las autoridades”.
Dentro de estos días de liberación, los disfraces o trajes, siempre han resultado fundamentales: permitían realizar todo tipo de excesos sin ser reconocido y posibilitaban al pobre mezclarse con el rico y el poderoso de una forma impensable durante el resto del año y con limitadas consecuencias. Pero también están cargados de simbología.
Para el profesor Mariño, los trajes y los personajes que los portan, ya sean los Peliqueiros, Pantallas o Cigarróns de pueblos de Laza, Xinzo o Verín en Ourense, los Joaldunak de Ituren y Zubieta o el Miel-Otxin de Lanz en Navarra o los Trangas de Bielsa en el Pirineo aragonés, son representaciones de la animalidad. “Son la parte carnal del hombre, la parte animal del ser humano y por eso se los celebra en el carnaval, que es el tiempo de desfogarnos como si fuésemos animales. Y en esto coinciden todos los carnavales no solo del norte de España, sino también de muchos lugares de Europa. Luego cada pueblo tiene su pequeña variante”, continúa el experto, “pero siempre está presente la animalidad. Por eso estos personajes no suelen hablar, no andan normal, sino que saltan, son agresivos. La mayoría se derivan directamente de los autos sacramentales, de las representaciones de la lucha entre el cuerpo y el alma personificados. En estos autos, el alma estaba representada por un ángel y el cuerpo por un hombre cubierto con pieles de animal, cencerros, etc.”.
Más allá de la tradición ancestral y de su origen remoto, hoy en día las celebraciones del carnaval representan una parte importantísima de la identidad local de algunos pueblos del norte de España. Entre los habitantes de pueblos como Verín, en Ourense, el sentido religioso de la fiesta es secundario, pero es, quizá, el momento más importante del año. “Para un Cigarrón el momento de vestir el traje representa algo más que una tradición”, nos cuenta Chon Lorenzo, Técnica de Turismo de Verín. “Se preparan, física y mentalmente, para darlo todo durante los días de Entroido. El Domingo de Carnaval es especial, cientos de Cigarrones de todas las edades se reúnen para desfilar juntos. El sonar de las chocas (cencerros), durante el desfile, estremece y provoca un espectáculo sonoro y visual único al que, por ejemplo los niños del pueblo, se acercan entre aterrados y atraídos, asegurando la continuidad de la fiesta para los próximos años”.
El triángulo mágico de Ourense
Así se llama al área formada por los pueblos de Xinzo, Laza y Verín, en los que se celebra el “entroido”, una celebración del carnaval absolutamente única y que suele durar mucho más que en otros lugares, entre quince días y un mes.
Estas fiestas ourensanas se caracterizan por los personajes que desfilan por sus calles que tienen un nombre diferente según el pueblo: Peliqueiros en Laza, Pantallas en Xinzo o Cigarróns en Verín. Encarnados por mozos del pueblo ataviados con máscaras inquietantemente sonrientes, normalmente con un animal dibujado en su sombrero y con trajes de vivos colores, estos personajes representan al poder y recorren el pueblo saltando, bailando y azotando con un látigo a los que se encuentran a su paso.
Durante otros días señalados de la fiesta, en Laza se practica el lanzamiento de trapos llenos de barro o de hormigas vivas con agua y harina.
Carnavales de Ituren y Zubieta
Ituren y Zubieta son dos pequeñas localidades navarras, situadas en la comarca del Alto Bidasoa, muy cerca de la frontera con Guipúzcoa y Francia donde se conserva un carnaval antiquísimo en el que los protagonistas son los Joaldunak (los que portan cencerros), que recorren las plazas tocando un ritmo hipnótico con un cuerno y que van vestidos con un traje compuesto por un gorro cónico o ttuntturo, pañuelo, camisa, chaleco de piel de oveja, faja, enagua, abarcas, látigo y cencerros.
A los Joaldunak los suelen acompañar otros personajes como el Hartza (Oso) que suelen manchar a los espectadores con harina, barro o serrín.
Carnavales de Lanz
El carnaval que se celebra en el pueblo navarro de Lanz, es especial por la variedad de personajes que presenta, sus vestimentas y también porque lo más significativo de la fiesta consiste en la escenificación del ajusticiamiento y quema de Miel-Otxin, un malvado bandido que representa a los malos espíritus.
El personaje está representado por un muñeco de unos tres metros con los brazos en cruz, lleno de paja y vestido con un pantalón azul, una camisa de flores y un sombrero cónico multicolor. En sus desfiles lo acompañan una serie de personajes extraños como Ziripot, un personaje gordinflón vestido de sacos rellenos de hierba; Zaldiko, alegre y saltarín, medio hombre medio caballo; los Arotzak, herreros con martillos y tenazas que quienes ponen herraduras a los Zaldiko; y los Txatxos, que representan a la población de Lanz, enfundados en pieles de animales y ropas viejas y coloridas, con escobas de paja y con la cara tapada, chillan, hostigan y arremeten a todos los asistentes a la representación.
Carnavales de Bielsa
Ni la Guerra Civil ni la dictadura pudieron con el carnaval de Bielsa, Huesca, una de las tradiciones más arraigadas en la zona. Su fiesta, una de las más famosas de todo el Pirineo aragonés, tiene como principal protagonista a las Trangas, personaje del que se disfrazan los jóvenes del valle y que lleva cuernos y piel de choto, camisa de cuadros y una saya (falda), calcetines de lana y abarcas. Lleva la cara pintada con follín (hollín y aceite) y en la boca se colocan una trunfa (patata) con dientes tallados a navaja. A la espalda le cuelgan las esquillas (cencerros) y porta una gran berra o tranga (tronco de árbol joven).
Junto a la Tranga encontramos a las Madamas, jóvenes solteras que se visten con un traje basado en un cuerpo de piqué blanco sin mangas, al que se le añaden unas mangas cortas almidonadas de organdí y adornadas con una puntilla y cintas de raso de colores prendidas con alfileres. El traje consta también de una colorida falda de rasete adornada con puntillas y cintas, joyas, guantes y zapatos blancos de tacón.
Otros personajes son L’Onso (el oso), L’Amontato (el que va montado), El Caballet (el caballito) o las Yedras.
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