Bibiana Fernández: «Siempre he pensado que comprar ropa no es gastar, sino invertir»
Bibiana Fernández habla de ropa con una mezcla de entusiasmo y nostalgia. Su armario guarda tesoros con los que sin mucho esfuerzo podría contarse buena parte de la historia de la moda de las tres últimas décadas. Lo luce todo como nadie, aunque dice que ha renunciado a los vestidos cortos: «A mi edad ya solo se pueden llevar con leotardos, que me horrorizan».
¿Siempre le gustaron los trapitos?
Sí. Y soy una gran consumidora de moda desde hace 30 años, cuando llegué a Madrid. Un amigo, Antonio Nieto, que cosía para la alta sociedad de entonces, empezó a hacerme ropa, y me aficioné a las cosas buenas.
¿Cómo se viste en un día normal?
¡Para mí todos los días son normales! Intento ir cómoda. Vaquero, camiseta o camisa y zapato plano. Llevo 40 años subida a los tacones y empiezo a cansarme.
Hablemos de su armario.
Pues hay de que hablar, porque está lleno. He gastado muchísimo.
¿Y ya no?
Es que la crisis ha llegado con fuerza y ya no puedo hacer locuras. Pero las he hecho. Bueno, locuras no, porque yo siempre he pensado que comprar ropa no es gastar, sino invertir. Y ahí están mis inversiones. Creo que buena parte de mi patrimonio es mi vestuario. Veo mi armario como quien mira los guerreros de terracota que tienen mucha historia detrás.
Pues no sé por dónde empezar. A ver, recuerde una prenda así, de repente.
Una falda plisada de cuero de Manuel Piña. O una capa de ante verde de Montesinos. O uno de los primeros saris que hizo Sybilla en los años 80.
¿Compró siempre en España?
Lo he hecho en todas partes. Una vez me desplacé a París, para ver desfilar a Rossy de Palma. Fui a la tienda de Azzedine Alaïa, y estaba cerrada porque era domingo, pero nos indicaron que su hermana tenía un outlet de la firma. Me llevé un montón de vestidos que, por cierto, sobrevivieron muy bien.
Dice que considera la ropa como una inversión. ¿Recuerda la primera pieza importante que adquirió?
No sé si fue la primera, pero recuerdo un abrigo fantástico de Romeo Gigli.
Supongo que no puedo preguntarle por un diseñador favorito.
Pues no, porque me gustan muchos: Montana, Thierry Mugler, Gianfranco Ferré, John Galliano. Y Tom Ford cuando trabajó para Gucci. Ford es el Halston americano. Españoles: Juanjo Oliva, David Delfín…
Sé que le encantan los bolsos.
Sí. Tengo algunos maravillosos: un Gucci de cocodrilo y otro de serpiente. De Loewe, de Dior… Mi favorito es un Gucci de flecos de metal. Lo compré hace 15 años y me costó una fortuna. ¡Qué tiempos aquellos en que podía hacer esas cosas!
¿De verdad ha renunciado a ir de ‘shopping’?
Totalmente. Yo ahora digo que es como comer pasteles: no me lo puedo permitir. Me he impuesto no fijarme en los editoriales de moda, que era como empezaba a organizar las compras.
Cuénteme eso.
Tenía una agenda en la que guardaba los recortes de lo que veía en las revistas y me gustaba. Luego salía de tiendas. Viví mucho tiempo en Serrano, que era como el eje del mal, y compré cosas que ni estrené.
¿Recuerda algo en concreto que no llegara a usar?
Un Moschino negro con el cuello blanco, de inspiración cervantina. Insisto, todo eso se acabó. Solo me hago con algunos básicos y juego con los complementos. Además, no he cambiado mucho de talla.
Y en esta nueva etapa de austeridad, ¿a qué colección le ha dado más pena renunciar?
A la de Saint Laurent. Es una colección maravillosa.
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