Belén Segarra o cómo dotar de poder la feminidad
Nos sumergimos, de la mano de Swatch, en el universo naturalista y ácido de la artista valenciana
“La feminidad no es frágil”. Lo asegura Belen Segarra con la misma certeza que lo retrata. Porque si el color rosa ha adquirido tintes de revolución, esta ilustradora valenciana lleva años esbozando la fuerza femenina y la naturaleza más salvaje con trazos delicados y pigmentos ácidos. Un universo surrealista e ingenuo (tan solo en apariencia) en el que los animales conviven en armonía, los elementos esotéricos lo inundan todo y sus mujeres nos miran fijamente mientras se toman el derecho a ausentarse. Otra forma de apropiarse de lo femenino para dotarlo de nuevos significados. O, en palabras de la artista: “Creo que es bueno reflejar que aunque tengan una apariencia más delicada no significa que no sean mujeres luchadoras o fuertes. Me gusta mucho jugar con la pureza y la sensibilidad de las cosas para sacar su lado más macarra y punki”.
Segarra no sabría determinar el momento en el que decidió ser artista, pero supo que debía dedicarse a ello cuando empezó a mostrar más interés por la ejecución de la obra que por la pieza en sí. “Todos dibujamos cuando somos pequeños, solo que en algún momento dejamos de hacerlo y no sabemos por qué: porque nos dicen que no está bien, no es productivo o que no es suficiente. Yo nunca dejé de hacerlo”. La profesionalización llegaría de forma natural e Instagram, en donde atesora más de 12.000 seguidores, sería su mejor escaparate. Una galería naturalista que ha llamado la atención de grandes firmas como la firma de relojes Swatch, que reafirma sus apuesta por los nuevos talentos y la libertad creativa con cada colección.
De hecho, la colección personalizable SwatchXYou nos permite diseñar nuestro propio reloj, partiendo de diseños geométricos muy pop, estampados de inspiración urbana y coloristas motivos florales. Una temática muy presente en la obra de Segarra. «Siempre me ha interesado mucho la naturaleza, es algo muy puro que siempre introduzco en mis dibujos», comenta la artista, que menciona a El Bosco entre sus grandes referentes. «También me inspiran mucho los manuscritos antiguos de Astronomía, Botánica o Anatomía. Parecen ilustraciones muy simples pero son muy potentes; con unas lineas muy delicadas y sencillas, contienen mucha información. Me baso mucho en ellos como referencia».
Su imaginario se rige por el misticismo y evade las normas de la lógica: los límites entre lo humano y lo animal se fusionan, las ramas brotan en lugares inesperados, los elementos se retuercen entre sí e incluso las figuras que evocan la muerte cobran vida a todo color. «Creo que soy un poco freak. Me atrae mucho la alquimia a nivel simbólico y también el mundo alien; me encanta pensar que hay vida más allá. Al final, cuando creas algo acabas sacando todas tus inquietudes». Y el resultado son piezas tan hipnóticas y atractivas que incluso le han robado una de sus favoritas -dos tigres enrollados-, de una exposición. «El dueño de la galería estaba un poco apurado, pero a mí me pareció muy guay. ¡Me sentí como Rembrant!», bromea la ilustradora, que ha preferido sustituir el claroscuro barroco por los colores ácidos y los detalles florales. Aunque si hay un detalle característico es la actitud desperezada y evasiva de sus protagonistas. «Tengo a muchas chicas así porque están hartas, es la manera de decir que ya no podemos más».
Precisamente su pieza más viral se ha convertido en un símbolo del hartazgo y la misoginia. El pasado mes de abril alguien intervenía en el mural que tiene en Na Jornada, detrás del museo de Arte Contemporáneo de Valencia. Una obra de un tigre rosado que representa la supervivencia femenina y que esa mañana apareció con una pintada machista. «En el momento que lo compartí, sentí que tenía que justificarme. Hasta que después me di cuenta: no tengo que justificarlo, tengo que mostrar que esto es una injusticia», recuerda la artista. El insulto pronto se tradujo en sororidad y otras compañeras de profesión le mostraron su apoyo en redes.»Fue súper bonito, porque me di cuenta de que esa igualdad por la que estamos luchando es real». Y esa es la verdadera lucha a la que se enfrenta Segarra con su obra. «Ser mujer en el arte significa no estar del todo. Es muy triste, y aunque estamos haciendo muchos avances, es una lucha que tienes que hacer cada día porque en cualquier momento vuelves a desaparecer».
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