La supermodelo española Rolf: “Yo he sido anticapitalista y al principio me sentía culpable de contribuir al consumismo desaforado”
A veces la mejor fórmula para triunfar es no desearlo demasiado: con la naturalidad de quien no se consideraba llamada a formar parte de un círculo que sigue sin comprender del todo, Rolf es la modelo española que ha conquistado las pasarelas internacionales


Cuando Marina Rolf Schrader (Barcelona, 26 años) dejó que el que hoy en día es su representante la convenciese por fin para meterse en el mundo de la moda ella no quería contarle a sus amigos que algo nuevo estaba sucediendo en su vida. “Es un sector que tiene muchos prejuicios asociados y, entre otras cosas, me daba miedo que al decir que había aceptado pensaran que era una creída”, explica altísima, espigada, risueña, enérgica y desinhibida, sentada frente a la cerveza con gas que le pedía el cuerpo después de una sesión de fotos de más de seis horas, la primera modelo española que ha conseguido desfilar tres temporadas seguidas para Prada. No cuesta imaginársela con su pandilla habitual, la que ella misma describe, compuesta por jóvenes totalmente ajenos al mundo de la moda y a veces incluso implicados en causas sociales. Ella misma ha formado parte de la Xarxa d’habitatge, porque le ha preocupado, y mucho, la crisis habitacional de su ciudad, Barcelona, aunque gracias al dinero que le ha dado su carrera como modelo ya haya conseguido ser propietaria. “Es, de hecho, uno de los factores que me acabó de convencer: se gana bien y al fin y al cabo una tiene que abrirse camino en la vida”, dice esta mujer de rasgos andróginos, padre alemán y madre catalana (pero de ascendencia andaluza) que decidió darle la vuelta a su segundo nombre Flor (Rolf) precisamente para poder ejercer sin que hubiese una identificación plena entre su persona y su personaje.

Todo empezó hace 11 años: salía del metro en Plaza de Cataluña y un ojeador profesional de modelos la paró. “Si lo piensas bien es algo que tiene un punto siniestro. Hay gente que se dedica profesionalmente a mirar a chicas de mi edad fijamente por la calle, a comprobar cómo se mueven, cómo caminan”, dice entre enormes carcajadas, absolutamente consciente de que hay una parte en el asunto del modelaje que no acaba de sintonizar del todo con los valores del feminismo moderno. “Pero la verdad, mi representante es una persona encantadora, además de uno de los seres más cabezones que conozco”. Esa cabezonería le llevó a esperarla varias veces. La primera cuando le dio calabazas en aquel primer encuentro en el centro de Barcelona: “Estaba a punto de marcharme a estudiar alemán a Zúrich, la ciudad donde vive mi padre”. Allí no se sumó a un colegio de élite, sino a una escuela especial para la integración de ciudadanos no suizos donde convivió con refugiados de toda África, migrantes del todo el planeta (“todos mis amigos eran de América Latina”) y en la que formó una burbuja que paradójicamente le abrió los ojos al mundo.

No volvió hasta los 17 años, cuando empezó a estudiar Imagen y Sonido, pero su agente la había estado esperando para ofrecerle sus primeras campañas publicitarias. “Lo que yo no quería hacer bajo ningún concepto eran pasarelas. Se me da fatal caminar sobre tacones, me moría de vergüenza y de miedo”. Pero, de nuevo, la tozudez del agente hizo su magia: a día de hoy ya ha desfilado para firmas como Valentino, Dior, Chanel, Hermès, Fendi, Loewe, Carolina Herrera, Isabel Marant, Altuzarra, Stella McCartney, Saint Laurent y la ya mencionada Prada. “La primera vez que desfilé para ella en Milán tuve que documentarme sobre quién era. De verdad, jamás me ha interesado la moda”, dice pícara. Y sigue sin interesarle, más allá de hacer bien su trabajo: “Yo siempre he sido anticapitalista y la verdad es que al principio me sentía muy culpable de contribuir al consumismo desaforado. De hecho, la primera vez que me alojé en un hotel de primer nivel sentía ganas de llorar constantemente. ¿Qué había hecho yo para merecer eso cuando hay tanta gente viviendo en la calle? Recuerdo que le dije a mi madre que me sentía sucia”, dice con perplejidad.

La vena consciente y solidaria le viene de casta: sus padres son trabajadores en organizaciones no gubernamentales, y se conocieron en proyectos de cooperación en Barcelona, lo que les llevó a mudarse unos años a Nicaragua. Con su madre ha vivido hasta hace dos años y a pesar de que se ha independizado y siempre ha viajado sola, sigue consultando con ella muchas de sus decisiones, pues su opinión y visión del mundo es muy importante para ella, feminista militante, que siempre observa la realidad desde una óptica crítica: “Por supuesto que las presiones físicas que hay en esta profesión me influyen. Para hacer desfiles te exigen unas medidas concretas y con 17 años es más fácil tenerlas que cuando cumples 20 y tu cuerpo empieza a cambiar, no porque engordes, sino porque son las medidas de un humano. Y si tienes un poco más de caderas, pues empiezan a perseguirte con eso, a presionarte. Mi genética me ayuda, pero se puede llegar a manipular con eso a mucha gente que lo ha pasado y lo está pasando muy mal porque muchas veces un cambio en tu cuerpo supone quedarte sin curro”.

No es su caso, desde luego. Esta primavera es la estrella central de las campañas de Ulla Johnson y Marc Jacobs. Y cuando vuelva a empezar las semanas de la moda sabe que seguirá teniendo cerca a quienes han sido su principal apoyo en la profesión desde que empezó: su representante (que es quien le obliga a ir de compras de vez en cuando) y sus otras amigas modelos. “Siempre nos reímos mucho porque al final siempre acabamos yéndonos de las fiestas del mundillo para pasarlo bien. La moda, en el fondo, es muy aburrida”.





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