Falta de productos y envidia sana: cuatro mujeres nos cuentan su experiencia con su pelo afro
El pelo crespo sale del armario. Se multiplican los referentes, los productos específicos y los cuidados
«A los 13 años, le pedí a mi madre que me llevase a una peluquería para alisarme el pelo; estaba frustrada con mi melena enredada». La experiencia de la actriz Vicenta Ndongo (Aquí no hay quien viva, Quién te cantará), de 51 años y ascendencia ecuatoguineana, se ha repetido durante décadas, sobre todo en los países de predominancia blanca, entre las mujeres negras y mestizas cuyo cabello tiende de forma natural al bucle, la onda y el embrollo. El pelo liso como paradigma de la belleza y la falta de referentes han impedido a muchas chicas de pelo rizado saber cómo estilizar, cuidar y domar sus cabezas. Ante el desafío, era habitual buscar la solución extrema: repetir los peinados de sus compañeras de clase, trabajo o piso, recurrir a la plancha y el químico para obligar a sus tirabuzones a dejar de dar vueltas y seguir la rectitud. «Vives huérfana de patrones estéticos. Mi madre es blanca y no sabía peinarme, mi padre me lo llevaba hacia su estilo, parecido a los Jackson 5», cuenta la periodista Lucía Asué Mbomio, de 38 años y también con raíces en Guinea Ecuatorial.
En su novela Americanah (Random House, 2014), Chimamanda Ngozi Adichie, la escritora nigeriana que se ha convertido en líder afrofeminista a seguir en Estados Unidos, hace ver que el gran ejemplo de la negritud contemporánea es Beyoncé. Y pese a todo lo positivo que pueda haber supuesto su reinado pop, la autora aprecia un problema que tiene que ver con su pelo: lo alisa y lo tiñe. Lo mismo sucedía con Michelle Obama. Chimamanda llegó a asegurar que si la ex primera dama hubiese lucido sus rizos durante la campaña electoral, Barack Obama nunca se habría convertido en presidente. Tal poder otorga una melena afro. Las ocasiones en las que Michelle ha liberado sus rizos confirman su relevancia. Lo hizo por primera vez en 2017, lejos ya de la política. La imagen, en la que retiraba el pelo rizado de su cara con un pañuelo, revolucionó las redes. Se interpretó como un guiño a sus raíces, como una reivindicación de la cultura afroamericana, como una liberación de la opresión blanca. En un país con un 16% de población negra –donde la industria dedicada a sus necesidades capilares específicas movió 2.300 millones de euros solo en 2016–, ya era hora de que los modelos a seguir fueran megaestrellas mundiales.
En España, donde la población africana o afrodescendiente no llega al 3%, la cosa cambia. Lucía Asué Mbomio tuvo que pasar un año de Erasmus en Portugal (donde los negros y mestizos doblan el porcentaje español) para reconciliarse con su pelo. «El 30% de mis compañeros eran de África o descendientes». Ndongo, que abrazó sus rizos nada más verse en el espejo tras el tratamiento de alisado adolescente porque no se reconoció, quiere pensar que ese conflicto ha terminado. «Las chicas jóvenes ya no tienen ese problema». La experiencia de la cantante Deva Joseph, de 19 años, le da la razón: «Pese a ser diferente al resto, siempre he estado cómoda con mi pelo. Algunas compañeras hasta me decían que querían tenerlo como yo», cuenta la artista, que pasó su infancia en un pueblo cántabro. A su alrededor no tenía una referencia. Tanto su padre como su abuela, de Antigua y Barbuda, le insistieron en su diferencia desde un punto de vista positivo, pero nunca desde el estético. «El cuidado de mi cabello lo he tenido que aprender por otros canales», recalca. Mbomio señala a Internet como responsable de estos consejos. «Menos mal que existen YouTube, Facebook e Instagram».
En la moda, la situación resulta parecida. La modelo Chiara Bimbatti, que se enamoró de su pelo gracias a una sesión en la que el peluquero le dio un gran volumen por primera vez, recalca la necesidad de profesionales que sepan controlar el pelo afro. «Nunca me ha peinado una persona de color o con un cabello como el mío», afirma. Pese a la falta de representación, el pelo no ha supuesto un obstáculo a Ndongo y Mbomio, actriz y periodista, respectivamente, para trabajar todo este tiempo. «Eso no sucede en otras latitudes», cree Mbomio. Aunque esta diversidad puede deberse a sus actividades liberales más que a una integración real. «La interpretación es más permeable a otros tipos de belleza», opina Ndongo. En EE UU, por ejemplo, muchos otros oficios fuerzan a sus empleados a lucir peinados más discretos, y las personas negras se ven obligadas a castigar sus volúmenes bajo litros de alisador, horas de plancha o cortes extremos. Contra este ataque, el estado de California y la ciudad de Nueva York ya han tomado cartas en el asunto y han aprobado este verano leyes para proteger a sus ciudadanos contra la discriminación al pelo natural y a los peinados asociados a determinadas razas en el lugar de trabajo.
Cabellos sin cuidados
Las tres artistas descubrieron cómo tratar su cabello en el mismo lugar: Londres. El último censo de población de la capital inglesa cifra en un 12,5% los habitantes de raza negra. En 1956 se abrió la que se considera la primera peluquería regentada por y para mujeres negras de la ciudad, The Winifred Atwell Salon, propiedad de la artista que le dio el nombre al centro. Lo fundó cuando detectó el desconocimiento sobre este tipo de pelo que había en la isla.
Muchos otros salones han levantado la persiana desde entonces, además de muchas tiendas con productos específicos. «Viví un año en Londres y lo entendí todo: que el volumen es normal, cómo se puede favorecer…», desgrana Joseph. Del mismo modo se expresa Mbomio, que hace seis años viajó a la ciudad británica y entendió cómo funcionaba su cabello. «No deja de ser sorprendente que aprendiera a mimar mi melena con 32 años». Ndongo solía atravesar el Canal de la Mancha y acercarse a las peluquerías para negras y, antes de que aterrizase en España, encargaba provisiones de los productos de Sebastian a quienes viajaban a Estados Unidos. Bimbatti se queja de que no encuentra fácilmente en Europa los productos que le van bien. Ndongo tiene clara la situación. «La economía que levanta el país gira alrededor de las personas blancas: productos de belleza para blancos, anuncios cosméticos para blancos… El mercado para las negras es minoritario». Mbomio coincide: «Al final compras el mismo champú que utiliza el resto de la población, y no funciona». Lo mismo le ocurre a la modelo cuando le estilizan su cabello: «Usan productos para curvas menos pronunciadas que no sirven».
Los ensayos prueba y error, los consejos de profesionales como el estilista Kley Kafe y los tutoriales de YouTube les han dado la maestría para dominar sus cabellos, que en este editorial cubren pelucas con distintos volúmenes y texturas. Joseph lo nutre con aceite de coco. «Lo define muchísimo». Para los acondicionadores, apuesta por gamas sin químicos como Bio de Garnier. Comparte el único consejo cosmético que le ha dado su abuela: «Siempre ha dicho que lo natural mantiene una buena melena». Mbomio, que admite no ser la persona más coqueta del mundo, también se inclina por aceites como el de coco o el de almendra. «Buena parte de lo que utilizo tengo que comprarlo en tiendas especializadas, por lo que una mascarilla me sale por unos 30 euros». Por suerte, al tenerlo seco no se lo lava tan a menudo y gasta menos. Su truco especial: «Me pongo un gorro de ducha para que haga efecto invernadero con el producto y penetre más durante la noche». La manteca de karité de la firma Cantu es el secreto de Bimbatti. «Apenas uso champú, solo mucho acondicionador y aceite de ricino jamaicano». Ndongo, que también prescinde de siliconas y sulfatos, ha pasado de usar decenas de productos diferentes a centrarse en dos, un champú específico para rizos y una mascarilla. «Eso sí, el champú es para todo tipo de rizos, no para los pelos de personas negras», puntualiza la actriz. En España, en 2019, todavía les cuesta más encontrar un producto para su pelo afro que uno para alisarlo. Y ya no quieren estirarlo.
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