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Los otros Balenciaga: los modistos españoles que triunfaron en París en el siglo XX

«El prestigio queda, la fama es efímera». Se trata de una de las frases más célebres que se atribuyen a Cristóbal Balenciaga y que bien podría aplicarse a cada uno de estos cuatro modistos españoles.

Los otros Balenciaga

En la primavera de 1937 Cristóbal Balenciaga dibujaba incansable en una habitación del hotel Elysées de París los bocetos de su primera colección en la capital francesa. Tras 20 años de arduo trabajo, la Guerra Civil le obligaba a dejar atrás la empresa que tanto esfuerzo le había costado levantar y una fiel clientela que había constituido el pilar de su consolidación como modisto. Balenciaga asumía así el reto por antonomasia de un profesional exigente: establecerse en París, incontestable meca de la moda internacional. El éxito de su apuesta fue tan rotundo como merecido y hoy contamos su historia de superación personal y excelencia profesional con respeto y admiración. Sin embargo, no estuvo solo, ni fue el único. Hubo otros grandes creadores que, como él, triunfaron más allá de los Pirineos. Son las suyas historias fascinantes de profesionales audaces que con determinación y grandes dosis de talento se hicieron un hueco entre los grandes de la moda. Sin duda, historias que merece la pena rescatar y recordar.

RAPHAËL

En 1924 el joven Rafael López Cebrián, hijo de un reputado sastre madrileño que tenía por clienta a la reina Victoria Eugenia, decidía instalarse temporalmente en París con el fin de mejorar su conocimiento de la lengua francesa. Según relataba el propio Rafael en su madurez, entusiasmado ante las innumerables oportunidades que la gran ciudad le ofrecía, se decidió a enviar un arrojado telegrama a su padre con el siguiente mensaje: «Abro mi casa de alta costura; envíame fondos». En pocos años el joven sastre afrancesó su nombre, contrajo matrimonio con Isabelle, compañera y socia de su ambicioso proyecto, y se estableció bajo el nombre de Raphaël Couture en el número 26 de la Rue du Faubourg Saint-Honoré. A lo largo de la década de los treinta el éxito de la empresa llevó a la pareja a expandir el negocio, y en abril de 1939 Raphaël se instalaba de forma definitiva en el número 3 de la elegante Avenue George V, a escasos metros de Cristóbal Balenciaga. Raphaël gozaría de un destacado prestigio durante los años cuarenta y cincuenta, abonado por su dominio de la técnica y el corte impecable de sus trajes sastre. En agosto de 1957, el rotativo francés La Presse aseguraba en un artículo titulado «L’Espagne à Paris»: «Desde todos los rincones de París y del mundo comenzó la afluencia de clientas ansiosas de poseer uno de aquellos tailleurs que hacían el talle tan fino y los hombros tan bellos y armoniosos.» El periódico ahondaba, además, en las virtudes del modisto afirmando que «Raphaël lo hace todo por sí mismo, o poco menos: hay veces que efectúa 24 pruebas al día. Y prende el tejido con alfileres de tan exacta manera que bien pudiera creérsele un autómata distribuidor de agujas». La tenacidad, exactitud y capacidad de trabajo de Raphäel caracterizaron la personalidad de este infatigable modisto cuya carrera comenzó con un telegrama.

Ana de Pombo vestida de Chanel (1933).

George Hoyningen-Huene / Condé Nast Archive

ANA DE POMBO

También en la década de los veinte llegaba a París procedente de la alta sociedad santanderina una mujer arrolladora: Ana Caller de Donesteve, rebautizada en su periplo parisino como Ana de Pombo tras adoptar el nombre del primero de sus maridos. Ella misma plasmó su vida en el libro autobiográfico Mi última condena, escrito a finales de los sesenta desde su refugio marbellí y publicado en 1971 con prólogo de la duquesa de Alba. Sus memorias nos sumergen en un relato tan fascinante que parece más bien la versión novelada de una vida en todo caso extraordinaria. Sin embargo, los archivos confirman la veracidad de algunas de sus más asombrosas afirmaciones.

Instalada en París junto a su familia, Ana Caller se inició en el negocio de la moda tras separarse de su marido en dramáticas circunstancias. En 1928 abrió una casa de costura llamada Elviana, muy cerca de la Place de la Madelaine, con la inestimable ayuda de privilegiadas amistades como la vizcondesa de Dampierre y distinguidas clientas como la reina Victoria Eugenia. Según narra en sus memorias, el éxito de Elviana atrajo no solo a lo mejor de la sociedad parisina, sino también el interés de la propia Coco Chanel, quien le propuso incorporarse a su equipo como una suerte de relaciones públicas. Entre 1932 y 1934 Ana se convertiría en asistente personal y mujer de confianza de la indómita visionaria, hasta que un duro enfrentamiento propiciado por el «feo y enemigo» amante de Chanel, Paul Iribe, provocó su inesperada marcha. Después de una fugaz experiencia como diseñadora en Lelong, Ana de Pombo se incorporaría a la histórica casa Paquin, en la que destacó desde su llegada en 1934 por sus elegantes modelos de sport y diseños para piel sucediendo a Madeleine Wallis como directora creativa en 1937.

Ana de Pombo. Como bailarina se dio a conocer con el nombre de Ana de España (1939)

Boris Lipnitzki / Roger-Viollet

Según Dominique Sirop, máximo especialista en la historia de Paquin, los diseños de Ana de Pombo destacaron siempre por una profunda impronta de la cultura española, apreciada en el uso de innumerables elementos característicos de la indumentaria tradicional como mantillas, peinetas o volantes de encaje que, aunque estilizados, eran fácilmente identificados por el sofisticado público de París, siempre ávido de exotismo. Sin duda, la ya célebre diseñadora buscaría inspiración en la magnífica colección de traje popular español que había conseguido reunir durante años y que mostraba orgullosa en los espectáculos de danza que, bajo el nombre artístico de Ana de España, protagonizó en teatros de Francia, España o Argentina. La polifacética Ana de Pombo dejó Paquin en 1942. Comenzaba así un largo retorno a su patria, no sin antes hacer escala en Argentina y diseñar el fabuloso guardarropa que Eva Perón lució en su legendario viaje a España en 1947. Una década después se refugiaba en la Marbella inédita, donde pasaría sus últimos días diseñando sombreros para lo más granado de la jet set internacional y sirviendo té a sus antiguas y extravagantes amistades, rodeada de muros decorados por el gran Cocteau. La de Ana de Pombo es sin duda una de esas asombrosas vidas que clama a gritos que la escriban, y que la escriban bien. Lola Gavarrón lo ha hecho ya, tras años siguiendo concienzudamente el rastro, las angustias y los triunfos de esta apasionada mujer. Ya solo nos queda esperar a que una editorial valiente decida publicar la historia de su intrépida protagonista.

Antonio Cánovas del Castillo trabajó en Paquin, Coco Chanel, Piguet, Elizabeth Arden y Lanvin. En esta última casa creó colecciones durante 13 años.

Jacques Rouchon / Roger-Viollet / Cordon Press

ANTONIO CÁNOVAS DEL CASTILLO

Antes de iniciar su último viaje a Argentina, Ana de Pombo recomendaba encarecidamente a un prometedor modisto español como su sucesor en la casa Paquin. Se trataba de Antonio Cánovas del Castillo, sobrino nieto del célebre político español, a quien el miedo a las represalias de las fuerzas republicanas llevó a París en noviembre de 1936. En 1951 Paris Match relataba con inusual realismo la difícil situación a la que Castillo hubo de enfrentarse entonces, «con 32 baúles, maletas y paquetes varios, 26 años y 18 francos en el bolsillo», obligado a llevar lo que el cronista definía crudamente como «una existencia de emigrado ruso». Sin embargo, su suerte cambiaría muy pronto, y en pocos meses Castillo se iniciaría en el mundo de la moda diseñando joyas y accesorios para Coco Chanel, gracias a la intervención de Misia Sert. Años más tarde, y a pesar de sus diferencias (o a causa de ellas), Chanel afirmaría sobre el modisto: «Tiene una especie de genio latente. Con él hay que proceder como un hurón para hacerle salir de su agujero. Entonces es maravilloso…».

Veruschka, con diseño realizado para Elizabeth Arden.

Franco Rubartelli / Condé Nast Archive

En 1940 Castillo ocupaba en la casa Piguet el puesto de diseñador que Christian Dior dejó vacante cuando fue llamado a filas durante la Segunda Guerra Mundial. Tras un breve periodo tomando el relevo de Ana de Pombo en Paquin, en 1945 fue requerido por Elizabeth Arden para dirigir el departamento de alta costura de su establecimiento en Nueva York, donde se desarrollaría con gran éxito, reconocido en 1948 con el prestigioso premio Neiman Marcus. En 1950 Marie Blanche, condesa de Polignac e hija de la desaparecida Jeanne Lanvin, llamó a Castillo para incorporarse a la prestigiosa casa que dirigía, donde, bajo el nombre de Lanvin Castillo, vivió la época dorada de su carrera como modisto. Durante 13 años Castillo conquistó, colección tras colección, al público parisino e internacional más exigente situándose entre los grandes de la alta costura en su época más gloriosa. En 1963 Castillo decidía establecerse por fin en solitario con el apoyo incondicional de dos de sus más fieles clientas, Barbara Hutton y Gloria Guiness, y en 1964 presentaba su primera colección en el 95, Rue du Faubourg Saint-Honoré, una complicada aventura empresarial que duraría hasta 1968.

Vestido de Lanvin-Castillo de 1957.

Henry Clarke / Condé Nast Archive

JULIO LAFFITTE

Tanto en su etapa parisina como en la americana cabe destacar al históricamente ignorado Julio Laffitte y Pérez del Pulgar. Este modisto andaluz, hijo del II conde de Lugar Nuevo y descendiente de uno de los ministros del último rey de Francia, decidió dejar su Sevilla natal y trasladarse a París en 1928. Tal y como relata un artículo que le dedicó la revista Alta Costura en 1952 bajo el revelador título «Triunfo en París de un español», Laffitte pasó sus primeros años dibujando telones para teatro y figurines de moda para casas de alta costura, entrando así a trabajar como dibujante en Molyneux y Lelong consecutivamente. Muy probablemente obligado por los acontecimientos que siguieron a la ocupación alemana de París en junio de 1940, Laffitte volvió brevemente a España, donde estableció su propia casa en Madrid y Barcelona y desfiló en el Tercer Salón de la Moda Española de 1942 organizado por la recién creada Cooperativa Española de Alta Costura. La España de la posguerra no le retuvo durante mucho tiempo y en 1943 emigró a Nueva York, capital de una reforzada industria de la moda americana que, aprovechando la debilidad de la costura francesa durante la Segunda Guerra Mundial, reclutaba ávidamente diseñadores parisinos. Laffitte diseñó para la legendaria Chez Ninon y el salón de los grandes almacenes Saks Fifth Avenue, compartiendo con Castillo las críticas favorables de Virginia Pope, la perspicaz editora de moda de The New York Times. En 1951 el modisto volvía por fin a París para hacerse cargo de las colecciones de la casa Jean Patou, sin duda, el momento más álgido de su carrera en el mundo de la moda. En 1954 heredaba de su padre el título nobiliario de la familia, retirándose en España hasta su fallecimiento en 1987.

Edición de septiembre de 1952 del magazine de moda Alta Costura, en la que se detalla el triunfo internacional de Julio Laffitte (que había iniciado su carrera en París con Molyneux y Lucien Lelong).

Frank Diaz. Agradecimiento a la Biblioteca Francesca Bonnemaison / Consorcio de Bibliotecas de Barcelona / Diputación de Barcelona

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