¿Lo emocional nos hace más guapos?
Estar con el «guapo subido» suele ir acompañado de un estado anímico positivo.
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Cuando, allá por el siglo XIX, Émile Zola escribía aquello de «la belleza es un estado de ánimo», probablemente no podía imaginar que, con el paso del tiempo, científicos e investigadores llegarían a desentrañar las claves de esa estrecha relación entre cómo nos sentimos y cómo nos mostramos ante los demás. De cómo es posible que el amor, la felicidad o el sexo placentero repercutan en nuestra apariencia y nos hagan aparecer radiantes, atractivos, deslumbrantes. El meollo del asunto, al parecer, tiene menos que ver con la idea romántica de la belleza que con una serie de procesos neurológicos y endocrinos que se producen en nuestro organismo –y se reflejan en nuestra piel– ante situaciones placenteras.
Es, al fin y al cabo, una cuestión de endorfinas, unas hormonas que representan «nuestro sistema de recompensa frente a multitud de conductas y actividades de la vida diaria, y que son el vehículo material del placer, la euforia y la felicidad, explica el doctor José Miguel Gaona, psiquiatra y autor del libro Endorfinas, las hormonas de la felicidad (Ed. La esfera de los libros). «Nuestro estado de ánimo no es otra cosa que la manera que tenemos de traducir la realidad del mundo; si logramos tener un nivel elevado de endorfinas, mejorará este estado de ánimo y, por ende, también lo hará la traducción que hagamos del mundo. Y todo esto se irradia desde nuestro interior al exterior». Con el doctor Gaona coincide la doctora Josefina Royo de la Torre, especialista en medicina estética y directora del Instituto Médico Láser. «El bienestar se transparenta, y lo hace en forma de belleza gracias al efecto beneficioso que nos producen las endorfinas».
Dicho efecto beneficioso se basa en que estas hormonas estimulan la actividad de unas células, los queratinocitos y los fibroblastos, que son responsables, respectivamente, del aspecto superficial de la piel y de su calidad. Es decir, las endorfinas permiten cambiar el estado de relajación de la piel –lo que revertirá en menos crispación y, consecuentemente, en menos arrugas–, el estado inmunológico –la piel se vuelve más resistente a las agresiones– y, en general, aquellos que actúan sobre los procesos inflamatorios y que nos pueden producir manchas, rojeces, erupciones… En sentido inverso, el cortisol o la adrenalina, las hormonas del estrés, «no solo causan agotamiento visible, sino que son enemigos directos del bienestar; por eso, una persona estresada no solo se muestra más cansada por el esfuerzo, sino que también está menos atractiva y apagada debido a la falta de endorfinas, ya que en situación de estrés no es posible liberarlas», explica la doctora Royo.
Estar ‘con el guapo subido’, pues, suele ir acompañado de un estado anímico positivo. A todos nos ha ocurrido encontrarnos con alguien y verlo, de pronto, guapísimo», señala la psicoanalista Mariela Michelena. «De entre todas las cosas que nos embellecen, una de las más llamativas es una buena vida sexual; puede que, como indican los neurocientíficos, sea una cuestión de endorfinas, pero lo que es cierto es que el sexo otorga otra lozanía y eso se transmite a los demás». En este sentido, el doctor David Weeks, neuoropsicólogo clínico del Royal Edinburgh Hospital, realizó un estudio entre 3.500 voluntarios en el que medía la relación entre el sexo y la apariencia de juventud.
Su conclusión fue que «mantener una vida sexual activa es el modo más eficaz de conservar una apariencia juvenil. Las parejas que hacen el amor tres veces por semana parecen entre cuatro y siete años más jóvenes que aquellas que tienen menos sexo». La causa, explica, es que el sexo es un ejercicio aeróbico que promueve la renovación de la piel al incrementar los niveles de oxígeno y aportarle más nutrientes. «La sangre se bombea por el cuerpo, con lo que las células cutáneas más frescas, más jóvenes, suben de las capas más profundas de la piel a la superficie, lo que ayuda a crear una apariencia más joven». Muy unido a esto se encuentra el amor, o, más exactamente, la pasión.
Como señala el doctor Gaona, «hay dos hormonas que se disparan en el enamoramiento. Por un lado, las propias endorfinas, que se segregan por el roce corporal y por la acción del sexo, tan intenso en esa primera etapa de las relaciones. Por otra, la oxitocina, que es la hormona que nos vincula a la otra persona y también nos hace estar radiantes».
No es de extrañar que una vez que la ciencia halló esa correlación entre cerebro y piel el mundo de la cosmética se hiciera eco y comenzara a investigar el modo en que se podía potenciar, a través de la aplicación de cremas, la acción de las endorfinas. Y así surgió el concepto de neurocosmética. «El sistema nervioso central es el director de orquesta de la piel», explica Cristina Tiemblo, vocal nacional de Dermofarmacia del Consejo General de Colegios Oficiales Farmacéuticos. «La neurocosmética se basa en esa estrecha conexión entre cerebro y piel: busca conseguir que, después de aplicar una crema, se favorezca la producción de endorfinas y se inhiba la de aquellas hormonas, como el cortisol o la adrenalina, que provocan sensaciones negativas. Será un tópico, pero no deja de ser cierto que la piel es el espejo del alma, y que nos da mucha información de lo que está ocurriendo en nuestro interior». Pero la neurocosmética, además de potenciar las sensaciones de bienestar, también está al acecho de moléculas que sean capaces de inhibir la sensibilidad cutánea, el fotoenvejecimiento, el eritema provocado por la exposición a la radiación ultravioleta, el exceso de sudoración…
Más allá de las endorfinas, algo que también nos llama la atención es el porqué determinadas personas irradian belleza aun sin ser especialmente atractivas, el misterio de por qué alguien que en fotografía no se nos antoja guapo, en persona puede resultar irresistible. «Aquí nos encontramos con dos posibles respuestas. Una es la de que mucha gente compensa su fealdad con encanto; la seducción es una herramienta muy importante para la supervivencia, de ahí que quien no es muy agraciado termine aprendiendo a compensarlo con otras cualidades que hacen que su interlocutor olvide su falta de atractivo físico», teoriza Mariela Michelena. La otra respuesta nos llega de la mano de algo más íntimo: la serenidad. «Lo que está dentro es lo que se manifiesta fuera. Esta paz interior que tienen algunas personas, ese sentirse cómodo en sus propios zapatos… transmite armonía».
También el doctor Gaona refiere que «el estado de serenidad se transfiere, los demás lo percibimos y nos resulta atractivo; quizás sea el lenguaje corporal, los tonos de voz, la forma de mirar…». En su opinión, más allá de lo que nuestros ojos ven, nuestro cerebro percibe una sensación que le agrada. «Puede que tenga que ver con las neuronas espejo, sobre las que se está investigando y de las que se sugiere que nos hacen tender a imitar dentro de nosotros lo que tenemos delante».
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