La lucha de Anita Hill no ha terminado
Un documental reivindica la herencia de la abogada que puso a debate el acoso sexual en Estados Unidos, un país que últimamente sufre un repunte de casos en el ejército y los campus universitarios.
Veintitrés años después de la batalla judicial que libró Anita Hill (Lone Tree, Oklahoma, 1956), un documental recuerda la cruzada de esta abogada y profesora de la universidad de Oklahoma en favor de la dignidad y la reparación de las víctimas de acoso sexual. El documental Anita: Speaking truth to power, de la directora Freida Mock, ganadora de un premio Oscar en 1995, rinde homenaje al icono americano que desató una tormenta política por defender la igualdad entre sexos y promover la erradicación de los abusos de naturaleza sexual. Este tributo resulta tristemente oportuno, pues según un reciente informe divulgado por la Casa Blanca, en la actualidad una de cada cinco universitarias estadounidenses sufre este tipo de violencia durante su formación académica. Por no hablar de las denuncias de las soldados del ejército americano, que en el último año han aumentado un 50%. Lamentablemente, sobran los motivos para reivindicar el recuerdo de una figura clave que arriesgó su carrera y su credibilidad.
Cuando Anita Hill se atrevió a denunciar al juez Clarence Thomas por acoso sexual y chantaje en 1991, su triple condición de mujer, afroamericana y víctima, fue suficiente para que los medios de comunicación y la plana mayor de la judicatura cuestionaran su testimonio. El acusado, miembro aspirante del Tribunal Supremo, rechazó las imputaciones y acusó a su víctima de "trepa" y "mentirosa". Los hechos denunciados se produjeron cuando Hill entró a trabajar como becaria en el despacho del magistrado: durante dos cursos soportó todo tipo de comentarios, insinuaciones y proposiciones deshonestas que en ese momento decidió no poner en conocimiento de las autoridades. Lo hizo diez años después, justo cuando George Bush padre propuso a Thomas como nuevo miembro del máximo órgano de justicia de Estados Unidos. Los fantasmas que la abogada hubo reprimido durante una década explotaron al ver a su verdugo a punto de lograr un prestigio que moralmente no le correspondía.
Al tratarse de un caso con escasos precedentes y protagonistas tan destacados, el proceso pronto adquirió un cariz mediático. Por primera vez todo el mundo hablaba de acoso sexual y acoso laboral. Hill consiguió exorcizar sus traumas y dar visibilidad a una realidad silenciada, pero no pudo torpedear la elección del juez como nuevo miembro del Tribunal Supremo. La maquinaria republicana que defendía a Thomas ideó toda suerte de infamias y libelos contra ella, como el libro The real Anita Hill, que dividieron en dos a la opinión pública. Pese a que cuatro testigos −y el polígrafo− determinaron la veracidad del testimonio de Hill, la mayoría de los medios de comunicación participaron del caso con equidistancia y desconfianza para con la víctima.
Cartel del documental e imagen de Anita Hill en la actualidad.
Cordon Press
Hill no triunfó en su propósito de detener la designación del juez, pero sí logró algo más importante. Un año después del escándalo, las denuncias por agresión sexual aumentaron un 20% en suelo estadounidense −seguramente animadas por la valentía de la abogada−, y los plumillas que en el fragor de la batalla recelaron de su versión optaron por cambiar de parecer. El motivo de este requiebro argumental fue, según adujeron, que los hechos denunciados finalmente habían sido probados. Demasiado tarde quizás. No obstante, la concienciación de la sociedad con relación al acoso sexual era ya un hecho. Tras las descalificaciones y las burlas, la figura de esta mujer se consolidó como símbolo de la lucha por la dignidad sexual y laboral. Una circunstancia que, dos décadas después, algunos parecen haber olvidado, sobre todo las nuevas generaciones.
Así lo demuestran los crecientes casos de abusos en los campus universitarios del país. El problema ha adquirido tintes endémicos según el informe Violaciones y agresiones sexuales: Una nueva llamada de atención publicado por el grupo de estudios 1 IS 2 MANY, del gobierno de Barack Obama. Estos delitos afectan a una de cada cinco mujeres universitarias y a una de cada nueve adolescentes en edad escolar. Para contrarrestar la virulencia del mal las autoridades han diseñado campañas de sensibilización, han promovido comunidades de apoyo a nivel local e incluso han recomendado aplicaciones para móviles que facilitan el acceso directo a la policía, como Circle of 6 u On watch on campus. Hace un par de semanas se descolgaban con otro proyecto para atraer la atención de los usuarios de redes sociales, un vídeo con celebridades que subraya la necesidad de frenar estas vulneraciones.
La realidad del ejército estadounidense también evidencia que los tentáculos de esta lacra son alargados. Las denuncias por abusos y agresiones sexuales han aumentado alarmantemente en el último año. En 2012, el documental La guerra invisible, dirigido por Kirby Dick, ya alertaba sobre este problema en el seno de las fuerzas armadas. La cinta, nominada a un premio Oscar, dio voz a diferentes víctimas que denunciaban el silencio y la incomprensión que habían sufrido tras verbalizar las terribles experiencias padecidas durante el ejercicio de su profesión. En sus declaraciones condenaban la impunidad con la que actuaban sus agresores, principalmente superiores y altos mandos de sus divisiones.
Lo más sangrante en el repunte de estos delitos es dónde se producen: un país occidental y con leyes que sobre el papel garantizan la igualdad y la dignidad de la mujer. En la práctica, la realidad es algo diferente. Una circunstancia similar sucede en algunos países de América Latina o incluso en Dinamarca, donde según un estudio el 52% de las danesas cree haber sufrido violencia, un dato que supera en 19 puntos la media europea. Al igual que ocurre con las tasas de suicidios, estas cifras no se pueden extrapolar de forma rigurosa a las de otros países, ya que no todos comparten el mismo rigor a la hora de contabilizarlas −el suicidio, por ejemplo, afecta por igual al norte y al sur de Europa según los expertos, pero en nuestro país muchos de ellos se cuentan como accidentes si no hay testigos o notas de despedida−. De todas formas, los números son escandalosos. No hace falta remitirse a lejanos desiertos ni a países cuya cultura por el respeto al prójimo y a la dignidad de la mujer brillen por su ausencia para constatar que el enemigo vive en casa. La rape culture, término acuñado por el movimiento feminista en los 70, o cultura de la trivialización de la agresión sexista ha hecho estragos en nuestras sociedades. El caso de Anita Hill fue cerrado en falso, probablemente porque todavía sigue abierto.
Anita Hill en un foro sobre mujeres organizado por la revista ‘Glamour’ en 2011.
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