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Japón busca la calma

El arte, la moda y la cultura contribuyen a la reconstrucción anímica y psicológica del país.

Anouk Lepere

La gran ola de Kanagawa todavía impresiona. No importa que la estampa de Katsushika Hokusai tenga dos siglos de antigüedad. Porque el temor que inspira la obra, una de las más importantes del periodo Edo (1603-1868), está de plena actualidad. Una ola gigante aparece, amenazante, con el monte Fuji al fondo. Podría ser el preludio de una tragedia que ha asolado el archipiélago nipón en multitud de ocasiones, y que los artistas locales han plasmado desde tiempos inmemoriales.

Sin duda, los grandes dramas tienen reflejo en el arte, y Japón los ha sufrido periódicamente. «Cada generación tiene el suyo. Si no es la devastación de un terremoto, es el provocado por una guerra. Godzilla, por ejemplo, es un monstruo que nace del terror que provoca la radioactividad, algo que retorna ahora como consecuencia de la crisis que desató el tsunami en la central de Fukushima», analiza para S Moda Tatsuhiko Iwai, profesor de Bellas Artes de la Universidad de Tokio. «El horror deja huella en la sociedad, y los creadores no hacen más que representarla. Ahora, posiblemente desde el atentado contra las torres gemelas de Nueva York, la abundancia de imágenes crea símbolos instantáneos reconocibles en todo el mundo, pero el tratamiento que se les da en el arte es muy particular», prosigue. «En Japón se juega con los extremos. Algunos artistas ensombrecen y producen tinieblas. Les inspira la retransmisión en directo que se hizo de la escena en la que la ola gigante, negra, barría ciudades enteras. Otros buscan la curación psicológica con el color».

Esa segunda opción es la que parece haber prevalecido entre los dibujantes de cómics manga, una de las expresiones artísticas más ligadas a la cultura nipona actual y reflejo de la compleja idiosincrasia social, que se debate siempre entre el estoicismo impertérrito que abruma al resto del mundo y una crueldad brutal que atemoriza. Tras el terremoto y el tsunami que hace un año desolaron la costa noreste de la isla de Honshu, varios de los grandes nombres del manga decidieron utilizar a sus personajes más célebres como terapia nacional. Akira Toriyama envió un mensaje de apoyo a través de Goku, protagonista de Bola de Dragón. Takehiko Inoue, creador de Slam Dunk y Vagabundo, utilizó la aplicación Zen Brush para dibujar todo tipo de caras sonrientes y subirlas a través de Twitter. Otros, como Noizi Ito, conocido por sus novelas gráficas, lanzó a una de sus protagonistas rezando en Praying for Japan, una obra que fue retuiteada decenas de miles de veces y que se incluye dentro del movimiento artístico #draw_for_Japan (dibuja para Japón), que surgió en la red social y marcó un punto de inflexión en el arte.

Sin duda, el 11-M nipón ha abierto un nuevo espacio que demuestra el carácter hipertecnológico de la sociedad japonesa. Porque los artistas nunca antes habían plasmado sus sentimientos en obras con tal velocidad. Y menos aún habían conseguido que sus creaciones se difundieran con tanta rapidez en todo el mundo. Muchas de ellas, en la mejor línea del minimalismo que caracteriza al país del Sol Naciente, jugaban con el círculo rojo de la bandera del archipiélago: aparecía agrietado por el terremoto, sangrante, o hecho pedazos. «Son obras simples llevadas a cabo por artistas reputados o amateurs, que tienen dos características en común: son sencillas y, por lo tanto, fácilmente reconocibles para todo el mundo», analiza el profesor Iwai.

El colectivo de artistas se volcó desde el primer momento con las víctimas. Desde estrellas del rock hasta poetas, pasando por arquitectos como Shigeru Ban, que diseñó y consiguió fondos para crear pequeños cubículos que mejoraran la vida de quienes se encontraban en refugios temporales. Paradigma de este hecho fue la exposición que inauguró la galería Taka Ishii de Tokio el 20 de marzo. Su título, NOART, lo dice todo. Pero, por si acaso, el concepto quedaba claro en el interior: el espacio estaba completamente vacío, salvo por una caja en la que los visitantes podían donar dinero a la Cruz Roja. «El arte se siente impotente ante las circunstancias que vive nuestro país», decía una nota a la entrada de la galería.

Jun Takahashi: «El terremoto me hizo ser consciente del potencial que tiene la moda a la hora de poder ayudar en la reconstrucción».

Jun Takahashi

«Ser japonés supone convivir con muchas catástrofes naturales», señaló durante una conferencia impartida en Barcelona el escritor Haruki Murakami, autor de la recopilación de relatos Después del Terremoto, una obra cuya edición especial se publicó en marzo con motivo de la tragedia y con el fin de captar fondos. «Hay una expresión en japonés, mujo, que significa que no hay nada en el mundo que vaya a mantenerse inalterable para siempre (…) Ese concepto está grabado a fuego en el espíritu japonés desde la antigüedad (…) Y, posiblemente, ha influenciado nuestra percepción estética. No tengo duda de que el país se volcará en la reconstrucción, pero me preocupan las cosas que no son tan fáciles de reparar, como los estándares éticos».

Yoshiharu Fukuhara, presidente del Panel de Expertos para las Industrias Creativas del Ministerio de Economía, es optimista: «La cultura es un acto de creación de un colectivo que quiere mejorar la vida. Da energía positiva a la población, y por eso es clave en la reconstrucción psicológica tras el terremoto».

Hiroshi Sugimoto. FOTÓGRAFO

Ante el estreno de Memorias del origen, sobre su vida y obra, se comenta que la trayectoria del fotógrafo es el estímulo que necesita hoy Japón. Sin embargo, él declina opinar sobre el desastre. «Es demasiado delicado», se excusa su representante. Habrá que conformarse con repasar su obra, minimalista como llena de profundidad, que nos invita a reflexionar acerca del tiempo y la propia conciencia humana.

Sus fotografías no son instantáneas, sino un reflejo del fluir del tiempo. Con una cámara de gran formato, expone las películas durante horas –e incluso días– hasta conseguir impactantes imágenes en blanco y negro de horizontes marinos (Seascapes), salas de cine (Theaters), figuras de museo (Dioramas) o
estatuas budistas (Sea of Buddhas).

Entre los artistas que se han rendido a sus pies está el grupo irlandés U2, que utilizó una de sus obras en la portada de No Line on the Horizon.
Con 64 años, sigue explorando nuevas facetas creativas como la de director teatral. Su revisión de la obra clásica de marionetas El suicidio de Sonezaki –estrenada el verano pasado tras un aplazamiento debido al terremoto– ha sido un éxito de crítica y de público. A finales de marzo inaugurará en el Museo Hara (Tokio) una exposición que analiza la evolución humana desde el punto de vista de la indumentaria, con imágenes de prendas de Chanel, Saint-Laurent y Rei Kawakubo.

Ryuichi Sakamoto. MÚSICO

Dice Sakamoto (Tokio, 1952) que la banda sonora que mejor refleja la situación de Japón hoy es la Sinfonía número 4 de Brahms. En el último año, el músico japonés más universal se ha involucrado en numerosos proyectos de cooperación, como la fundación School Music Revival, que ofrece recitales, talleres y reparación de instrumentos para los niños de las áreas damnificadas. También participa en actividades de construcción de viviendas y recaudación de fondos, además de conciertos benéficos.

Cuando está lejos de Japón, echa de menos «su tierra, que es espesa, negra y fecunda». Ahora, que la contaminación nuclear es uno de los graves problemas a los que se enfrenta la nación, aboga por un cambio en su política energética.
Desde sus inicios en la Yellow Magic Orchestra, pasando por el Oscar de El último emperador (1987) y la música de apertura de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, este compositor ha explorado sin descanso las infinitas posibilidades del arte sonoro. Actualmente, está mezclando lo que grabó en Oporto en noviembre.

Tadao Ando. ARQUITECTO

Ser autodidacta no evitó que lograra encumbrarse en la cima de la disciplina: premio internacional Pritzker, Orden de las Artes y las Letras de Francia, cátedras en Yale y en la Universidad de Tokio. Son algunas de las distinciones que reconocen la labor de este oriundo de Osaka, ciudad de la que ha heredado un inconfundible acento y una desbordante energía a sus 70 años.

Perfección en las proporciones, sobriedad y respeto por el entorno son los pilares de su obra. En tiempos de globalización, aboga por detenerse y pensar: «Si la arquitectura no está enraizada en su tierra y su clima, no encuentra lugar en el corazón de los habitantes».

Fiel a sus principios, ha diseñado obras como el Museo de Arte de la Fundación Pulitzer, el Espacio para la Meditación de la Unesco o el rancho de Tom Ford en Santa Fe. No tiene reparos en criticar la lentitud del Consejo para la Reconstrucción –establecido por el Gobierno y del que Ando es vicepresidente–, pero confía en que el reto al que se enfrentan los japoneses ahora les haga recuperar el «formidable espíritu nacional» de antaño. De momento, él aporta su grano de arena con una fundación que ayuda a huérfanos del desastre y un proyecto de reforestación llamado Requiem Forests.

Issey Miyake Staircase dress (Irving Penn, N. Y., 1994). Pertenece a la exposición Irving Penn and Issey Miyake: Visual Dialogue, que puede verse en el 21_21 Design Sight de Tokio, hasta el 8 de abril.

Issey Miyake

Issey Miyake. DISEÑADOR

Le cuesta hacer declaraciones. Todavía tiene viva la memoria de la bomba atómica sobre su Hiroshima natal, cuando tenía siete años, y a causa de la cual perdió a su madre.

Ese episodio marcó su trayectoria vital y profesional. De hecho, llegó a la moda porque «es una forma de creación optimista», confesó a The New York Times en 2009. «Prefería pensar en crear y no en destruir, para aportar belleza y alegría». Su búsqueda de la armonía entre el tejido y el cuerpo lo catapultó al Olimpo de la moda, con diseños que son casi obras de arte.

El impacto visual de su obra ha atraído a artistas como Irving Penn, con quien ha mantenido una fructífera relación de simbiosis entre moda y fotografía, y con quien actualmente comparte exposición en su centro 21_21 Design Sight de Tokio, un híbrido entre estudio y galería diseñado por Tadao Ando.

Su compromiso con Tohoku, región afectada por la tragedia, se hace patente en las últimas actividades que ha organizado. El año pasado presentó en su museo una serie de prendas inspiradas en la artesanía de la zona; y para el próximo abril prepara la exposición Tema Hima, en la que presentará los alimentos y el espacio vital de la región.

Matsui Fuyuko. ARTISTA.

Su elegancia y belleza, que la han convertido en toda una it girl, contrastan con la temática de sus obras. Los monstruos, la muerte y el dolor pueblan los cuadros de Matsui, una de las nuevas exponentes de la pintura nihonga. Nacida en el seno de una familia de rancio abolengo hace 38 años, esta doctora en Bellas Artes ha sabido indagar en lo más oscuro del alma. «Me interesa el estado psicológico de las personas que aseguran haber visto fantasmas. También me inspira el Festival de los Muertos Obon».

Su lugar preferido en Japón es el arroyo de Oirase, cerca de la región devastada por el terremoto y el tsunami del año pasado. En el momento del desastre se encontraba en su estudio de Tokio. «Todo se agitaba. Las casas y los postes telefónicos se retorcían y pensé que había llegado el fin. Sentí escalofríos».

Actualmente se puede ver una retrospectiva de sus últimos 10 años de trayectoria en el Museo de Arte de Yokohama. Matsui es una presencia cada vez más habitual en revistas de moda y actos sociales. Llama la atención la naturalidad con la que logra lucir un quimono o las últimas tendencias. Pero ella se centra en su trabajo; ahora, el rodaje de una película: «Está siendo una experiencia dura. Pero, cuando la química funciona, resulta excitante».

Matsui Fukuyu: «Me sentí impotente. Me di cuenta de que hasta el cuadro más importante no tenía más valor que un vaso de agua. No pude trabajar durante dos meses».

Matsui Fukuyu

Jun Takahashi. DISEÑADOR

En 1993 creó la marca Undercover junto con un amigo de la escuela de moda Bunka de Tokio, el también diseñador Hironori Ichinose. Con otro compañero, Nigo (de la firma de culto A Bathing Ape), abrió la tienda Nowhere, referente indispensable de los 90. De aquella época le viene el apodo de Jonio, en honor a John Lydon de Sex Pistols. La música, la estética y el espíritu punk siguen siendo la principal influencia de su estilo, que hoy reinterpreta con una originalidad y una elegancia que trascienden lo puramente rebelde. Es sin duda el rey del barrio de Harajuku (meca de las tendencias de Tokio y, por extensión, del mundo), y la más firme apuesta del diseño japonés; tanto que desde 2002, y gracias al apoyo de Rei Kawakubo de Comme des Garçons, presenta su colección en París.

Consciente del poder catalizador de la moda, a los pocos días del gran seísmo, creó una línea de camisetas y sudaderas bautizada como FOUROURS, cuyas ventas se destinaron a la Cruz Roja.

Muchos japoneses viven como suyo el dolor de los hogares rotos por la tragedia. Reflejo de ello quizá sea la última colección de Takahashi, en colaboración con la firma Uniqlo, cuyo concepto principal es la familia y que saldrá a la venta el día 14 de marzo. Básicos de calidad, tanto para adultos como para niños, invitan a disfrutar de la moda en compañía de los seres queridos.

Yayoi Kusama: «Los puntos por sí solos no pueden existir. Si los puntos se reunieran, crearían una gran potencia. Me gustaría que los puntos del mundo se unieran en un solo punto, porque ha llegado el momento de luchar juntos».

Yayoi Kusama

Yayoi Kusama. ARTISTA

A sus 84 años, es la artista japonesa viva más conocida. Aunque los medios hayan querido hacer hincapié en sus trastornos psíquicos (su esquizofrenia y su retiro voluntario a una clínica mental), Yayoi ha sabido imponerse por méritos propios en cualquier ámbito de la creación. Desde sus precoces inicios en la pintura, pasando por la escultura, la literatura, el cine, las performance o la moda, llegó a ser considerada la reina de la vanguardia en el Nueva York de los 60. En los 90 resurgió, sobre todo con su participación en la Bienal de Venecia.

En España pudimos disfrutar de un monográfico suyo en el Museo Reina Sofía de Madrid el año pasado, ahora disponible en la Tate Modern de Londres hasta junio. Incluye una serie de instalaciones llamadas Infinity Room (Habitación infinita), compuestas por puntos de luz y espejos. «Desde niña me atraen los grandes tocadores. Su reflejo multiplica la magia. Son una amplificación del infinito,» nos comenta.

En julio de este año presentará una nueva colaboración para Louis Vuitton: «Trabajo en la moda para que el cuerpo humano se vea hermoso. Es otra parte de mi obra». Los puntos y lunares, que son el elemento más reconocible y repetido en su trabajo, cobraron un mayor significado tras la tragedia. Nos habla de su simbolismo: «Si todos los puntos se reorganizaran, nos traerían la esperanza de un resurgir». Aún así, confiesa que el desastre natural no ha cambiado su obra: «Son mis propias ideas las que me inspiran».

Ai Tominaga. MODELO

El espíritu de superación que ha mostrado la sociedad nipona tras la catástrofe es el mismo que ha acompañado a Tominaga durante toda su carrera. «Tenía 17 años cuando desfilé en la alta costura de París», recuerda. Su debut internacional coincidió con el de Gisele Bündchen y Karolina Kurkova. Una época en la que no era habitual ver modelos asiáticas; y mucho menos que estas compartieran portada con Kate Moss, dejando a la top británica en segundo plano –como ocurrió en septiembre de 1999 en la edición nipona de Vogue–. Guarda un especial recuerdo de McQueen. «Sus colecciones para Givenchy eran mágicas. Podías sentir ese soplo de aire fresco al caminar sobre la pasarela».

Aprecia enormemente su profesión, pero desde 2005 se vuelca en el cuidado de su hijo y actividades solidarias. Participó en la creación de un fondo de ayuda para paliar la devastación del noreste de Japón junto con el Programa Mundial de Alimentos, organismo de la ONU del que es representante.

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