Generación ‘Arts & Crafts’: moda, arte y subversión
Son jóvenes, artistas y emprendedores que sienten la necesidad de rebelarse contra las exigencias de la industria y controlar todo el proceso creativo
Si en moda, arte y diseño un movimiento artístico refleja la corriente estética y la filosofía de un momento frente a la producción en cadena y el diseño de líneas seriadas, hoy una nueva generación de artistas reivindica la visión más artesanal (y atemporal) de la creación. Sus obras, hechas a mano, son el reflejo de un manifiesto ideológico que consigue olvidar el valor efímero de las tendencias para recrearse en la belleza de la artesanía tradicional. «Estamos hartos de la industrialización y del business por el business», explica a S Moda la diseñadora Marcela Mansergas, ganadora de la primera edición del concurso de talentos Who’s On Next de Vogue España. «Se están perdiendo oficios preciosos», lamenta. «Y llega un momento en que necesitas algo más: recuperar la exclusividad del trabajo hecho a mano», afirma.
El oficio de la moda
Cada vez más creadores se rebelan contra el sistema en favor de una fórmula más exclusiva.
No diseña «colecciones», Marcela prefiere utilizar la palabra «proyectos». Creció rodeada de modistas. Su tía tenía un taller de confección en Valencia, donde hacía trajes regionales. Y aunque estudió Arquitectura, pronto dejó la carrera. «Disfruto trabajando con las máquinas de coser, con los telares, en la mesa de corte…», comenta. Para ella diseñar es un proceso creativo que no debe estar sujeto, ni a exigencias de grandes cadenas, ni a calendarios de la semana de la moda. «Siempre he creído en seguir un sistema paralelo; y no me gustaría tener la obligación de presentar una colección cada seis meses». Sus proyectos tienen vocación atemporal, como sus vestidos a medida, a los que da forma en su taller de la calle Mayor de Madrid. «La crisis y la burbuja inmobiliaria han cambiado nuestra manera de ver el mundo», defiende. «Los autónomos son el futuro: tienes que perseguir tu sueño». Como Alberto Bravo y Pepita Marín, que en 2009 decidieron abandonar su trabajo como auditores financieros para emprender. Hoy se llaman We Are Knitters y se han convertido en auténticos guerrilleros de la lana. La idea surgió en Nueva York. «Allí veías a chicas jóvenes tejiendo en el metro», recuerda Pepita. «Somos autodidactas», asegura Alberto. De hecho, ni siquiera sabían tejer antes de decidir vender kits de lana para principiantes en Internet. ¿La clave del éxito entre los más jóvenes? «Adaptarnos a los canales que ellos utilizan». Facebook, para promover los eventos que organizan, y Youtube, para colgar sus tutoriales. «Muchos se conectan para tejer a través del móvil o del iPad y nos envían fotos por medio de Facebook o Twitter, porque quieren compartir la experiencia», explican.
Un viaje a Estados Unidos fue también el germen de Nu Sabates, el espacio de zapatos artesanales que abrieron hace tres años y medio en el Borne de Barcelona Roger Amigó (exproductor de cine) y Xavi Tossas (un licenciado en Derecho que hasta entonces había trabajado en un centro hipotecario). «Siempre me ha fascinado la atracción que se establece en torno a aquellos objetos que tienen carácter, que son auténticos, atemporales, perdurables y útiles. Ya sean muebles, piezas de decoración, instrumentos musicales o zapatos», dice Roger. «Un día paseando por Nueva York me topé con los diseños de Rafi Balouzian, un arquitecto hijo y nieto de zapateros artesanos armenios afincado en California. Él y, desde hace poco, su hijo Ari diseñan y producen a mano unos zapatos a los que llaman Cydwoq; y decidimos que teníamos que traerlos». Por el camino se han encontrado a otros amantes de los zapatos, como Nunu Solsona, de Barcelona, o Valerio Rigato, de Padua.
Más allá de la tradición, algunos proyectos parecen incluso obras de arte. Como el vestido-joya de la primera colección de Ako Zazarashvili, de 23 años. Un trabajo casi de orfebrería que es un tributo a sus padres. «Quería reflejar el carácter de mi madre, que es frágil y fuerte a la vez, a través de las gasas y de un corsé metálico de guerrera, e incorporar piedras preciosas, porque mi padre es joyero». El punto de partida fue un cuadro repujado a mano con encastres de pedrería que su madre había encargado hace 15 años en Georgia, al sur del Cáucaso, donde nació Ako. «Fui hasta allí en busca de ese mismo artesano, que se había retirado. Tuve que insistir una semana hasta que logré convencerlo», recuerda. El proceso de confección de ese único vestido duró 350 horas de trabajo. Pero exclusividad es, precisamente, uno de los valores en alza en este circuito. «La gente necesita diseños originales», explica Alexandra Al-Bader, de la tienda Soler, en Notting Hill, Londres. «Estamos hartos de ver cosas repetidas. Incluso entre las primeras firmas. Compras un vestido, vas a una fiesta y… ¡hay otro exactamente igual!». Sus piezas más preciadas son vestidos pintados. Su hermana pinta a mano las telas en Barcelona, como si fueran lienzos; los envía a Londres; y en la tienda-taller Alexandra corta patrones que se convierten en piezas únicas.
De izquierda a derecha, Rubén Fuentes, Juan Francisco Casas, Ciszak Dalmas y Estudio Crudo.
Pablo Zamora
Arte hecho a mano
Sin intermediarios y con recursos limitados. Estos artistas dan valor a la materia.
El escultor Rubén Fuentes lleva la madera en los genes. Tenía un abuelo guarda forestal y otro carpintero. Él trabaja la talla con mimo y genialidad. «La recupero de la industria de muebles o instrumentos de Valencia. No reciclo; hago upcycling, que es darle una segunda vida a un material que se ha desechado porque no satisfacía los requisitos previstos para un proyecto inicial». Todo su trabajo es artesanal, pero con un enfoque moderno. «Sin llegar al refinamiento de un ebanista porque me preocupa más lo escultórico», afirma. Rubén se adapta al producto de temporada. «Es como ir al mercado. Si hay ébano, pues trabajo con ébano. Hoy algunas especies ya no se pueden recuperar. Por suerte, él lleva años guardando las más especiales». Toda su obra, de los formatos más grandes a las piezas pequeñas, está vendida. Y tiene más de 400 catalogadas. Hoy sus creaciones se exhiben en galerías de Madrid, Washington, París y Miami.
Lo del artista Juan Francisco Casas con el bolígrafo fue un «hallazgo casual» que encaja perfectamente con el concepto de su obra. El hiperrealismo que destilan sus láminas hechas única y exclusivamente con bolígrafos BIC hablan de la cotidianidad. «Primero realizo fotografías gamberras con flash, de “aquí te pillo, aquí te mato”; y después las dibujo a boli. Suelo tardar una media de dos semanas y de uno a dos bolígrafos por cada obra». El año que viene expondrá en la Galería Seine 51 de París.
Los diseñadores Ciszak Dalmas iniciaron su proyecto de muebles Clínica con desechos de la calle. «Cuando aún se tiraban cosas en los barrios de Madrid estábamos todo el día con el coche peleándonos con los gitanos para llevarnos ciertas cosas. No teníamos dinero y necesitábamos materia prima para empezar a plantear ideas. Luego llevábamos esas piezas a los artesanos y de ahí sacábamos nuestros productos». Los han etiquetado como muebles nórdicos, «¡pero están hechos de pino español!», dicen. Son piezas desmontables, de materiales pobres que ellos dotan de valor. No trabajan con distribuidoras y están desarrollando una fórmula para poder producir las piezas en aquellas ciudades de las que reciben pedidos. «La idea es que si nos piden un mueble desde Chicago, podamos poner a esa persona en contacto con un artesano local y enviarle bocetos de cómo fabricar el mueble». Es algo revolucionario y están en el camino de lograrlo.
Carol y Bengoa son Estudio Crudo y hacen unos de los libros de artista más laboriosos y bonitos de España. Ganadoras de una mención de honor en Estampa, ellas reivindican su trabajo manual. «Del diseño a la estampación, las intervenciones, el dibujo… Somos más costureras que diseñadoras», describen. Tener una obra de estas artistas en las manos es lo más parecido a introducirse en un cuadro. «Al confeccionar libros de tela o látex es fácil llevarse más de una sorpresa a la hora de manejar el soporte, pero es precioso poder hacerlo con pocos recursos», cuentan.
De izquierda a derecha, Todo por la praxis, Clara Montagut, Nuria Mora y Spidertag.
Pablo Zamora
Subversivos urbanos
Los nuevos creadores prefieren tomar la calle como lugar de reivindicación.
Hay quien lucha por borrar el gris de las ciudades y regalar una sonrisa a quien contempla una pintura en un muro, una arquitectura efímera, un banco forrado de lana o una geometría apuntalada en una pared. Son agitadores sociales que pretenden cambiar el pulso de las urbes. El grupo Todo por la praxis monta gradas en plazas públicas, instalaciones para usos múltiples, imparte talleres por todo el mundo y lleva a cabo proyectos de bajo coste con materiales abandonados o accesibles, que pueden ser construidos casi por cualquiera. Son abogados, diseñadores gráficos, antropólogos, filólogos y arquitectos alejados de las prácticas habituales de su profesión. Comenzaron como guerrilla urbana sin pretensiones; hasta que en 2007 les llegó la madurez con proyectos en los que participaban comunidades de vecinos. «Se trata de colaborar con movimientos sociales», dice Diego. Ahora es un colectivo abierto. Nadie suscribe las acciones sino que el grupo tiene personalidad múltiple y cada uno participa con sus conocimientos. «Nuestra mayor preocupación es experimentar prácticas críticas con el contexto urbano para que la ciudadanía tenga más control sobre los recursos que están a su alcance», aclara Maxi. «Los trabajos que hacemos son prototipos y la idea es que se puedan hacer réplicas de ellos». Ahora están desarrollando un plan urbanístico con los vecinos de la Cañada Real (Madrid).
Clara Montagut aprendió a tejer con 10 años. «Me he criado con el sonido de la máquina de coser y de las agujas de mi abuela y mi madre», afirma. Es directora de arte editorial y sabe muy bien cuál es su adicción. «Vosotros estáis enganchados al teléfono, yo a las agujas. Soy una politoxicómana de la lana». Forma parte de Lana Connection, un proyecto en el que han participado más de 200 personas de todo el mundo unidas para hacer acciones urbanas a base de hebras y horas de trabajo. «La lana es algo relacionado con la tradición pero se puede utilizar para expresar actitudes modernas», dice. Lo último ha sido la Campaña de la lana. Acaba de forrar el madrileño barrio de Salamanca con ovillos. «Sé que es algo efímero, forro objetos que están en la calle. Aprendí la lección cuando desapareció la obra por primera vez».
Las brochas y los botes de pintura han acompañado a Nuria Mora por todo el mundo, llevándola incluso hasta las paredes de la Tate Modern de Londres. «La experiencia de encontrar una pieza de un artista en un rincón de la calle es única», defiende. Sus dibujos son geometrías poéticas y delicadas. «Es mi forma de estar en el mundo, no lo concibo de otra manera. Vivo la ciudad a pie y cada vez que regreso a casa vigilo los lugares en los que pintaré», dice. «Casi siempre me han dado las gracias por dejar el lugar más bonito. Pero no deja de ser ilegal y no todo el mundo lo entiende. Es un trabajo de campo y estar pintando con frío, lluvia o nieve es duro, pero me gusta». En la obra de Spidertag se fusiona el land art y el arte urbano. Lleva desde 2008 poniendo sus clavos y lana por distintos países. «Quería salirme de la pared con diversas texturas y me gustó el concepto araña, que teje donde hay humanidad medio abandonada», dice. Ataviado de su martillo, clavos, lana y tijeras, encontrar el lugar adecuado es lo que más quebraderos de cabeza le da. «Trabajo mucho en pueblos abandonados porque las urbes están reventadas de grafitis». Se siente a gusto en la ilegalidad. «Es la libertad, la independencia, la rebeldía y el rock&roll. Las paredes de una galería siempre son iguales, prefiero las que me ofrece la ciudad. La calle es a lo que dedico mi vida; el resto, el trabajo alimenticio, es un hobby».
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