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Florecer en invierno

El estampado más floral se impone con fuerza esta temporada.

Florecer en invierno

Si no recuerdo mal, la última vez que florecimos en invierno fue allá por los años 90, en plena época grunge. Pero, aunque parece que aquel movimiento musical que acabó en tendencia quiere volver a marcar estilo, aquellas minúsculas y silvestres flores no son las mismas que llenan ahora los escaparates. Puestos a crear esta primavera otoñal, los que mandan en la moda han dado orden de exuberancia y han convertido las pasarelas en un opulento jardín.

Jugar con la transgresión es un ejercicio de estilo que hace avanzar la moda. Romper las convenciones, cuestionar los sobreentendidos, sacar las prendas de contexto o dar la vuelta a los patrones permite que surjan nuevas formas de vestir. Y cambiar los estampados de temporada es, sin duda, una forma de transgredir y dejar que fluyan nuevas ideas. Por ejemplo, a través de la paleta cromática. 

Este otoño, la profusión de tonos cálidos como amarillos, naranjas y granates –con gamas vistosas de marrones– es la apuesta de Kenzo y de Alviero Martini para 1ª Classe. Ambos dan a la silueta el movimiento y la plasticidad de un bosque soleado, que Jil Sander eleva hasta lo tropical cuando coloca sus caléndulas y siemprevivas sobre un oscuro fondo de negro tafetán. ¿Quien llamó triste a este día de invierno?

La rosa fue la flor que estampó los años 50 y no podía faltar en una temporada en la que se revisan tantas décadas pretéritas. Alber Elbaz las ha querido enormes y dibujadas a lápiz, flotando sobre sus delicados vestidos para Lanvin; Moschino las pone en ramillete; Jil Sander, en rama; y Antonio Marras, en realismo colorista de todos los tamaños. ¿Reivindican la esencia de lo femenino? ¡En absoluto! Es puro vicio por lo bello. 

Dalias, peonías y orquídeas de grandes trazos decoran los vestidos de Leonard –una firma que de flores sabe un montón– y las propuestas de Iceberg, que además de retocar digitalmente sus orquídeas sobre satén, las borda en los jerséis a base de cristal y lentejuelas.

Mil y una texturas. Además de estampadas, las flores de este otoño se bordan sobre las prendas. Con cadeneta e hilos de seda, llueven sobre la muselina de Missoni o trepan en guirnalda sobre los outfits más nocturnos del desfile de Miu Miu, que la diseñadora Miuccia Prada quiso pasar por la botánica. Inocencia y un moderno glamour –con proporciones influidas por los años 40– salpican los vestidos de la casa italiana con ramilletes de campanillas, ramos de margaritas o solitarios dientes de león, en una colección llena de allure retro.

Para Rochas, el exquisito Marco Zanini ha puesto las bases de un guardarropa chic que tiene su momento álgido en las flores abstractas sobre brillante tafetán de seda. En su desfile parisino, las supo dosificar con maestría y dio una excelente clave para refrescar su uso: enfrentarlas a prendas lisas como un gabán de cachemir en doble faz o un pantalón sobrio y masculino. Es la forma más discreta de llevarlas y, seguramente, la mejor para abrigarlas (aunque las tendencias excéntricas como esta lucen mejor llevadas a sus últimas consecuencias en look total).

En clave de arte contemporáneo, Giambattista Valli distribuye de forma magistral sus composiciones florales realistas oversize –a medio camino entre el dibujo y la fotografía–; y Cédric Charlier se despide de Cacharel dejando para los archivos de una maison –que es cum laude en estampados florales– un acertado ejercicio de dibujo a tinta, a medio colorear, donde las flores se abren paso entre un precioso entramado de follaje y ramas en arabesco.

El bosque del deseo. Si alguien se entrega a las flores con pasión, ese es Riccardo Tisci. El diseñador de Givenchy convierte la orquídea en el centro de su colección. Una flor gótica que unas veces borda sobre golosos jerséis de mohair y, otras veces, estampa sobre blusas, faldas lápiz o vestidos para crear una silueta poderosamente sexual de dura amazona urbana.

Este jardín nada tiene que ver con una vuelta al romanticismo. Vestir flores en invierno tiene más de actitud. Es aceptar una invitación al juego de la moda. Un refugio antiniebla. Una provocación. Y una excusa para el reciclaje de los vestidos de seda del verano en una temporada en la que la seda y las flores, pero también los batiks y los estampados tribales, se han confabulado para proponer una eterna primavera.

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