‘Birth strike’: así son las mujeres en huelga de partos que no serán madres por el cambio climático
La maternidad como acto de reivindicación política: si la comunidad internacional no trabaja por mejorar el futuro de las próximas generaciones, ellas no participarán en la gestación de nuevas vidas.
“Ser madre ahora es un acto de optimismo ciego”. Estas palabras pronunciadas por la periodista y autora de Falso Espejo, Jia Tolentino, ayudaban a configurar una realidad que muchas mujeres perciben, pero que no se atreven a definir públicamente. En esta entrevista, la escritora compartió las contradicciones que siente al estar embarazada y traer una nueva vida al mundo teniendo en cuenta que, a su juicio, el futuro se presenta “muy opaco”.
A pesar de que en 2015 el Acuerdo de París parecía reflejar la voluntad de cambio que exige la ciencia, a día de hoy, sigue siendo papel mojado. París supuso una declaración de buenas intenciones, pero las cumbres climáticas sucesivas han terminado sin compromisos vinculantes que obliguen a los estados a emitir menos CO2 o ir hacia una economía más sostenible.
Sin embargo, la cita de Tolentino no llegó para alumbrar un nuevo movimiento, sino más bien para subrayar uno que ya existía: la huelga de nacimientos o birth strike, un mecanismo creado para exigir medidas inminentes frente al cambio climático. El órdago lanzado por las creadoras del movimiento, Blythe Pepino y Alicia Brown, es tan atrevido como vinculante a su vida personal: si la comunidad internacional no trabaja por mejorar el futuro de las próximas generaciones, ellas no participarán en la gestación de nuevas vidas. Dicho de otra forma, estas mujeres han convertido su renuncia a la maternidad en un mecanismo de reivindicación política, social y medioambiental al servicio de cualquier mujer que piense igual y se sienta silenciada.
“La amenaza del colapso ecológico y de la civilización es segura a no ser que nos transformemos rápidamente en una sociedad justa y global. Nuestro futuro y el de nuestros hijos está en juego. Birth Strike se solidariza con el movimiento de justicia ambiental, la comunidad académica y científica que exige un cambio de sistema y de acción rápida hacia un futuro basado en la igualdad, la sostenibilidad, la solidaridad y la ausencia de violencia para los humanos y toda la vida en la tierra”, apela el manifiesto de Birth Strike desde su propia página web.
En esta línea y según las declaraciones que Pepino dio al diario británico The Guardian, este movimiento no nace con el fin de minimizar la superpoblación del planeta, sino motivado por la decisión de no querer dejar un futuro desalentador a las generaciones futuras. Aunque es cierto que las tendencias demográficas señalan que para 2050 superaremos los 9.000 millones de personas, las motivaciones originales de la huelga de nacimientos están relacionadas con no traer más seres humanos a un planeta en declive.
“No quiero tener un hijo en un mundo donde la naturaleza no está en el centro y el ser humano no tiene problema en destruirla”
Elena Menéndez tiene 36 años, es vegetariana y no quiere tener hijos por miedo al futuro climático, económico y social que les pueda quedar: “Mi conciencia no me permite tener un hijo sabiendo todo lo que sé sobre el cambio climático y viendo que, a pesar de que los científicos llevan alertando de esta situación desde los años 60, a día de hoy, todavía no se ha hecho nada para evitarlo”, explica.
Desde que dejó de consumir carne en el año 2001, esta ingeniera afincada en Oviedo afirma no haber dejado de cuestionarse a sí misma en pro de la sostenibilidad y la justicia social. Sin embargo, una postura que se ha mantenido firme con el paso de los años es su decisión de no tener hijos: “Tengo una vida muy plena con mi marido, mis tres gatos y mis dos perros. No creo que la maternidad nos tenga que definir como mujeres ni mucho menos que sea necesario seguir trayendo niños al mundo y, más aún, cuando nos estamos cargando el planeta”, apunta.
No tener hijos por temor a que no tengan un futuro no sólo es una de las mayores renuncias a título personal que puede hacer una mujer que desea ser madre, compartir esta postura es también un acto político. En esta línea, la propia Alexandra Ocasio-Cortez también ha incorporado su postura personal al discurso sobre el Green New Deal. Así, hace poco más de un año y cuando la birth strike estaba en plena efervescencia, la congresista estadounidense puso sobre la mesa la siguiente pregunta: “¿Y si está bien que no tengamos hijos?”.
Es precisamente este planteamiento el que también ha llevado a Marta Ribes (Barcelona 1993) a plantarse respecto a la maternidad: “No quiero tener un hijo en un mundo donde la naturaleza no está en el centro y el ser humano no tiene problema alguno en destruirla para satisfacer sus propios intereses económicos”, señala esta fotógrafa de 27 años que acaba de mudarse a un pueblo de Badalona para tratar de vivir más en comunidad.
De hecho, aunque Ribes también ha llegado a la decisión de no ser madre con el paso de los años, reconoce que su motivación responde más al comportamiento antropogénico que al propio cambio climático: “Soy más pesimista respecto al futuro por el ser humano que por la propia naturaleza. Al final, la naturaleza ha demostrado en múltiples ocasiones que es capaz de adaptarse, pero la gente no quiere entender que o nos reinventamos o morimos. Creo que hasta que no nos llevemos una buena torta en la cara no reaccionaremos”, opina y añade que “los cambios reales no llegan por cambiar a una economía verde, sino que se alcanzarán cuando asumamos que debemos volver atrás, aprender a consumir, producir y gastar menos”.
Igualmente, esta catalana insiste mucho en que tampoco le interesa tener un hijo “en una sociedad que no le permite pasar junto a él sus dos primeros años de vida o donde la educación está diseñada para que los niños estén encerrados 7 horas en un aula, en lugar de aprendiendo de la naturaleza”. De ahí que, alineada con su opinión de que “se puede ayudar a las nuevas generaciones sin necesidad de tener hijos”, Ribes ha creado Wild Me, un proyecto lúdico y educativo que ofrece actividades extraescolares en mitad de un bosque.
Claudia Ramos, una ingeniera de 25 años afincada en Tübingen (Alemania) tiene claro que no tendrá hijos propios. A diferencia del manifiesto promovido por Birth Strike, para Ramos la superpoblación del planeta sí es una variable a tener en cuenta de cara a renunciar a la maternidad: “Desde hace bastante tiempo adoptar es mi primera opción, pero aun así es una decisión difícil porque cuando la tome, lo haré junto a mi pareja. Me preocupan mucho las consecuencias de la superpoblación del planeta y prefiero darle una familia a uno esos niños que tanto la desean y necesitan”, explica.
Si el exceso de habitantes en la Tierra no fuese un problema, Ramos sostiene que, igualmente, se mantendría firme en su renuncia a la maternidad porque le da miedo el futuro: “Las consecuencias de nuestras acciones y las acciones de las generaciones pasadas están dejando un mundo en el que a mí no me gustaría vivir y en el que no quiero que vivan mis hijos o nietos. Lo último que quiero es que mis hijos tengan que luchar por sobrevivir, ya no por tener un mundo mejor, sino por sobrevivir en él”, subraya.
Al igual que Elena y Marta, Claudia es consciente de que compartir con su entorno la decisión de no ser madre por la crisis climática puede dejar un mensaje pesimista en la sociedad, pero no considera que esta decisión sea sinónimo de darse por vencida, sino todo lo contrario: “Aunque hay muchas cosas que ya no se pueden cambiar ni tirar hacia atrás, sí creo que todavía podemos hacer algo. De ahí que sea nuestra responsabilidad seguir luchando para alargar el mundo todo lo que podamos y movimientos recientes como Extinction Rebellion o Fridays For Future me hacen ser un poco más optimista respecto a las nuevas generaciones. Creo que serán ellas quienes conseguirán hacer el cambio que nosotros no hemos sido capaces y las únicas que realmente nos podrán salvar. La mayoría de la gente no se da cuenta todavía de lo grave que es esta situación”, concluye.
Contradicciones y más incertidumbre: la influencia del coronavirus
Un reciente estudio publicado por The Lancet acaba de actualizar las previsiones demográficas para el año 2100. Los científicos creen que ya no seremos casi 11.000 personas para el siglo XXII, sino que rondaremos los 8.800 habitantes. En lo relativo a España, el paper señala que dentro de 80 años, pasaremos de los 46 millones de ciudadanos actuales a la mitad: 23 millones. ¿La principal causa? El descenso de nacimientos acumulado en las últimas décadas y que seguirá al alza en las sucesivas.
En 2019, la tasa de natalidad española se situó en 7,6 nacimientos por cada 1.000 habitantes, la cifra más baja desde que se calcula este índice. Para hacernos una idea, en 1980, ésta era casi el doble: por cada millar de españoles, nacían 15,2 niños. Del mismo modo, el índice de fecundidad (número de hijos que tiene cada mujer a lo largo de su vida) se sitúa en 1,22 hijos, mientras que, en 1980, éste dato ascendía hasta 2.
Ahora, inmersos en una pandemia y con una nueva crisis económica acechandonos, el impacto del coronavirus en la natalidad española prevé ser más fuerte que el golpe que dejó el crack del 2008. Las consecuencias económicas y de inestabilidad laboral son parcialmente las responsables de que en España tengamos un crecimiento vegetativo negativo desde 2015, lo que quiere decir que, en los últimos cinco años, han muerto más personas de las que han nacido.
Sin embargo, a pesar de que tanto el coronavirus como la crisis climática parecen hipotecar que exista un relevo generacional, las mujeres que tienen hijos no son una excepción ni mucho menos. Carla González tiene 31 años, está embarazada de seis meses y también se pregunta constantemente qué futuro le esperará a su bebé cuando sea mayor: “Me angustia la situación de la capa de ozono, el deshielo de los polos y el incremento constante de la temperatura del planeta, tanto que por momentos pienso que igual estoy siendo egoísta al priorizar querer vivir la maternidad. ¿Me da igual lo que pueda pasar en el futuro? No, no me da igual. Lo que pasa es que, tras muchas vueltas y sesiones de terapia, he aprendido que debo tratar de vivir en el presente y ver qué tengo y qué necesito ahora”, explica.
Aunque la decisión de González sea distinta a la de las mujeres anteriores, comparte el grueso de su discurso y señala que gran parte de los problemas derivados que nos han llevado a la crisis climática actual tienen su origen en el “egocentrismo humano”: “Para mí la crisis del Covid está siendo muy reveladora y me hace pensar que no puedo esperar mucho de la sociedad respecto al cambio climático. Si lo único que pides es que la gente se ponga la mascarilla y no se la pone, si lo único que pides es que no se hagan macrofiestas y se hacen…me quedo con que vivimos en una sociedad donde importa poco lo que le pase al otro”, opina.
En línea con esta idea, Elena Menéndez ha llegado a la conclusión de que muy poca gente está dispuesta a renunciar a sus privilegios y cambiar sus hábitos por otros más sostenibles: “Vivimos en un mundo en el que mientras a mí me obsesiona reducir la cantidad de residuos que producimos en casa, hay personas que llenan de cartón el contenedor amarillo con tal de no tener que bajar otro día a tirarlo. No pido que todo el mundo sea vegano o se compre un coche eléctrico, pero si todos comprásemos menos en Zara y más a marcas locales, consumiésemos más frutas y verduras de temporada y no aguacates todos los días del año, quizás podríamos hacernos más responsables de lo que está sucediendo”, concluye.
De hecho, la motivación inicial que llevó a Pepino y a Brown a crear el movimiento birth strike nunca fue convencer a las mujeres para renunciasen a la maternidad, sino concienciar de que la actual crisis climática puede dejar sin futuro a las generaciones que vienen detrás. Así, mientras algunas mujeres deciden no tener hijos por miedo a que no tengan una vida digna, otras mantienen su particular lucha teniéndolos y educándoles en la importancia de colocar la naturaleza en el centro.
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