Por qué merece la pena ver ‘La la land’ (más allá de las nominaciones)
Ya hemos visto la película del momento (se estrena en España el 13 de enero). Te contamos por qué disfrutar de ella va mucho más allá de todos los reconocimientos que la avalan.
Que no, que no vamos a empezar con lo de las nominaciones
Sería demasiado obvio, algo así como entonar el mantra “ya lo dijimos”. Eso lo vamos a dejar para esos oráculos de la posmodernidad que auguran las nominaciones a los grandes premios incluso antes de que una película se acabe de rodar, nada más con descubrir que está en pre-producción en IMDB y se desvela parte de su reparto (sic). El caso es que sí, que La ciudad de las estrellas (La La Land) –aunque, a partir de ahora, nos vamos a quedar con su precioso título original– ha sacado siete boletos para la rifa de los Globos de Oro del próximo mes de enero. Está en todas las candidaturas y es la favorita en lo que se refiere a comedias y musicales. Pero quedarse en los número fríos, en las nominaciones, no es suficiente para justificar que estamos –como dirían los visionarios– ante la película de un año (el próximo) al que todavía estamos esperando y que ya apunta a favorita a los Oscar. Pero recordemos, todo este posible ‘hype’ comenzó a finales de agosto, en el Festival de Venecia, allí los críticos se rindieron ante una película hecha en Hollywood para mayor gloria de Hollywood.
1. Vamos, Ryan, ponte a bailar
Sí, porque Ryan Gosling baila, como baila todo el mundo en esta película, porque para eso es un musical. Y también canta, y lo hace muy bien. Vamos, que está en las antípodas de esos personajes que interpreta con economía de recursos para el danés Nicolas Winding Refn –por ejemplo, el conductor silencioso y lánguido de Drive– o para Derek Cianfrance –que le convirtió en icono indie con títulos tan notables como Blue Valentine o A Place Beyond the Pines–, aquí nos encontramos con el Gosling más libre y sin prejuicios. Vuelve a ser aquel niño prodigio que asomó por la televisión con ganas de comerse el mundo (a bocados pequeños) en el Club Disney. Y como un niño se lo pasa interpretando a Sebastian, un músico fan del jazz clásico, los tugurios a media luz y las baladas que se interpretan al piano como declaraciones de amor. Un verdadero romántico, quizá el último de ellos, en medio de una ciudad en la que no hay paz para los bohemios.
2. Algo (y muy bueno) pasa con Emma
Queda poco ya que decir de ella, que tiene pinta de que se va a llevar el Globo de Oro al que ya ha optado en alguna ocasión. Se sabe que tiene la voz más sensual de Hollywood –con permiso de Scarlett, por supuesto-– que se mueve igual en las producciones de superhéroes como Spiderman que en las pelis de bajo presupuesto, que con ella ha nacido una estrella, que la cámara la adora… Pero, ahora, también sabemos que canta y baila muy bien. O si no muy bien, lo hace con muchísima gracia y encanto. Vamos, que lo hace todo bien. Aquí interpreta a Mia, una aspirante a actriz que sobrevive de camarera entre cásting y cásting. Algo por lo que no tiene pinta a de haber tenido que pasar Emma (sic).
3. Juntos y dando saltos por los aires
No es la primera vez que una película reúne a estas dos superestrellas de Hollywood. Hace cinco años, quizá ellos menos populares, se encontraron en Crazy, Stupid, Love, una (anti) comedia romántica a reivindicar en la Ryan lucía cuerpazo cincelado a base de gimnasio y Emma su habitual sentido del humor. Ahora están en otra liga. Su primer encuentro, su primer número de baile juntos –no hay que olvidar que estamos ante un musical– es de esos que te reconcilian con el cine como experiencia que solo se puede vivir en una sala. Surge la magia mientras hacen sonar al unísono sus zapatos de claqué y se ofrecen réplicas y contrarréplicas con gracia y mucha, pero que mucha, sensualidad. Hay directores que ruedan escenas de sexo con cuerpos desnudos moviéndose (también coreografías) que consiguen subir menos la temperatura de la sala. Ah, y en otro número, literalmente, vuelan. ¿Suficiente?
4. Hollywood, we love you
La La Land es una musical como esos que protagonizaba Gene Kelly, como Cantando bajo la lluvia… nada de posmodernidad, de reformulación del género, de experimentos formales. Aquí todo va bajo los cánones más clásicos, sin salirse ni un centímetro de la línea roja de lo formalmente correcto. Y la cosa funciona, porque juega precisamente a eso, a ser una carta de amor a los musicales, a su romanticismo, a sus números de fantasía y, sobre todo, por encima de todo, a Hollywood. Al de la época dorada de los grandes estudios, las estrellas, los productores capos y los cotilleos en revistas como L.A. Confidential.
5. Todos esperando a ver cómo se la pega Damien Chazelle
Y nos hemos quedado con las ganas. Aquí los agoreros han fracasado en sus predicciones. Tras sumar puntos para ser el nuevo niño mimado de Hollywood con el éxito (quizá algo desmedido) de Whiplash se esperaba con ganas ver cómo iba a superar ese muro (tan alto como el ‘Juego de Tronos’) que supone LA SEGUNDA PELÍCULA. Y él ha respondido saltando sin red, es decir, cambiando radicalmente de registro y, sobre todo, de tono narrativo. Que es lo que más se agradece. Donde antes había golpes de efecto en la sala de montaje, ahora hay reposo y muchos medidos y deliciosos planos secuencia. Mucho mejor así, desde luego.
6. No tiene nada que ver con el clásico de Massiel
Aunque sonoramente el título original se parezca al tema que se popularizó en aquel mítico Festival de Eurovision, las canciones aquí van del jazz, al swing, pasando por otros géneros más calientes y movidos… La banda sonora, compuesta por Justin Hurwitz (Whiplash), es una sucesión de piezas con aires clásicos, como las que canta Ryan Gosling. Y, lo mejor, es que las canciones acompañan perfectamente el viaje que propone la película, que arranca con la adrenalina disparada –un número coral en un atasco en una autopista de Los Ángeles– y termina siendo amarga y profunda, como una canción interpretada solo con un piano.
7. Asoma la brillante calva de J.K. Simmons
El ganador del Oscar por Whiplash tiene un cameo –muy curiosa su línea de diálogo–, pero el que va con papel y grande es el músico John Legend. El enfrentamiento de su personaje con el de Ryan Gosling habla un poco del antes y el después del mundo de la música. Igual que La La Land mira con respeto y nostalgia al pasado. Y en febrero, todos a bailar con los Oscar… ¿con la película de 2017? Que hablen los oráculos, o las casas de apuestas, nosotros ya tenemos nuestra opinión.
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