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Helena Bonham Carter: «Me llevó tiempo asumir que soy una mujer con curvas»

Paradojas de Hollywood: rechaza sin pelos en la lengua los estereotipos de belleza del cine y pronto encarnará a Elizabeth Taylor para televisión. Entretanto disfruta en la piel de una prostituta en El Llanero Solitario.

Helena Bonham Carter
Getty Images

Le sientan como un guante los personajes excéntricos, entrañables, maliciosos e imprevisibles. ¿Su último papel? Se mete en la piel de Red Harrington, una peculiar madame sureña en El Llanero Solitario, la última superproducción del director Gore Verbinski y el productor Jerry Bruckheimer, artífices de la factoría de Piratas del Caribe y magos del taquillazo. «El personaje me pareció fascinante. Ella regenta el Hell on Wheels, un burdel ambulante que sigue al ferrocarril a medida que se va construyendo para entretener a los operarios. En su día, Red quiso ser bailarina pero pierde una pierna y decide cambiar de carrera. Ahora esconde un rifle en la pata de palo para defender su negocio y a las chicas. No depende de nadie. En mi opinión, tiene más pelotas que Llanero Solitario y Toro juntos».

El vestuario ha sido, curiosamente, lo más inspirador para la actriz. «El vestido de prostituta de la era victoriana me ayudó a meterme en el papel. Además, se me ocurrió añadirle algunos toques de Mae West. Y lo de esconder el arma en la prótesis es toda una ocurrencia. Por cierto, la prótesis era de verdad. Fue la condición que impuse a Gore: solo aceptaría el papel si la pata no era un truco generado por ordenador».

Otro punto importante: Johnny Depp, actor fetiche y mejor amigo de su marido Tim Burton, repite con ella por sexta vez. Y cuando esto ocurre Helena jamás consigue eludir las preguntas sobre él en sus entrevistas. El actor da vida al guerrero indio americano Toro, que lucha contra la codicia y la corrupción junto al legendario Llanero Solitario. «Cada vez que actúo con Johnny sé que va a haber muchas risas –afirma–. Nunca sabes qué va a aportar a cada papel. Me resulta muy fácil concentrarme con él porque es tremendamente profesional: un minimalista pese a que siempre toma decisiones extremas». Lo mejor es que, con Depp, Helena puede explotar su lado más divertido: «Cuando nos vemos enfundados por primera vez en los trajes de cada película, siempre nos echamos a reír en plan: ‘Pero, ¿de qué vas disfrazado?’. Y yo siempre le digo: ‘Vaya, has encontrado otro papel en el que ponerte eyeliner’ [ríe]». De hecho, fue precisamente la buena relación entre ambos lo que le ayudó a la actriz a sobrellevar su torpeza con el rifle, una pieza de anticuario de 200 años. «Era la primera vez que disparaba. Y me sentí poderosa. Pero como no tuve tiempo de aprender a usarlo, no hacía más que darle a Johnny por error» [ríe]. 

La sombra de Tim Burton es alargada. Si hay otro tema del que no consigue escabullirse es sobre su marido. Y es que Tim Burton genera muchas preguntas. «Es un genio. Siempre tengo ganas de trabajar en sus películas», comenta.

Helena es la antiestrella, iconoclasta, independiente y siempre tan en las antípodas de ese glamour de Hollywood que su nombre suele figurar, año tras año, en las listas de las peor vestidas. Cosa que asegura que no le importa y que no quita que en su currículum pesen dos nominaciones al Oscar. La primera, en 1998, por Las alas de la paloma. Y más recientemente, en 2011, como actriz secundaria por El discurso del rey.

Getty Images

Pero, con todo, para muchos compañeros de profesión lo que más intriga de ella sigue siendo su marido. «Les interesa más que yo. De hecho, en vez de invitarme a copas a mí, me insisten en que les presente a Tim». Lo cuenta entre risas, sin molestarse, a sabiendas de que son almas gemelas. «Ambos llevamos a un niño dentro, somos muy juguetones. Nos entendemos de una manera muy intuitiva. Y, por supuesto, nunca se muestra celoso de que trabaje con otros directores», bromea.

La actriz es consciente de que forman una peculiar pareja poco dada a compartir su vida privada con el público. Algo que ha generado una pintoresca leyenda alrededor del matrimonio. «Es cierto que vivimos en tres casas adyacentes, pero se han escrito un montón de sandeces al respecto. Como que existe un túnel que une las tres viviendas. Y es completamente falso. Tenemos dormitorios separados porque yo hablo dormida y Tim ronca. Además, a él le cuesta conciliar el sueño y le gusta dejar el televisor encendido toda la noche. En cambio, yo necesito silencio absoluto para pegar ojo. Es así de sencillo».

Lejos de irritarla, las fábulas de la prensa acerca de su vida familiar las toma como un manto protector. «Intento mantener la actitud de ‘nunca te quejes, nunca expliques, y procura hablar lo menos posible en público’. Cada vez que leo las historias ridículas que se publican sobre nosotros me reafirmo en lo poco que la gente nos conoce. ¡Y me encanta!». 

Una mujer real. «Muchos se sorprenderían al saber, por ejemplo, que me encanta cocinar. Cuando era más joven estaba siempre a dieta, obsesionada con mi imagen y todo eso. Pasado el tiempo, te cansas de estar constantemente intentando encorsetarte en una cierta imagen. Ahora prefiero tener curvas. Me ha llevado tiempo contar con la suficiente confianza para entender que soy una mujer y no obsesionarme por lo que otros piensan acerca de mi apariencia. Ahora no me preocupo por ese corsé que impone que, por ser actriz, tienes que ser una sex-symbol». Y eso, obviamente, deja pista libre a meterse en la cocina y disfrutar entre fogones.

«Tim tiene muchas cualidades, pero la cocina no es una de ellas. Así que le dejo que prepare las bebidas. La cocina me relaja. Colecciono libros de recetas y me encanta lo de preparar un plato, reunir todos los ingredientes y tomarme mi tiempo para hacerlo. Guardo los recetarios en la mesilla de noche y, a menudo, intento encontrar sugerencias interesantes de los grandes chefs antes de irme a dormir».

A sus 47 años, una edad crítica para muchas actrices de su generación, le siguen llegando papeles por los que suspiran muchas compañeras de profesión. Y mientras aún resuenan los aplausos de la crítica por su interpretación como miss Havisham en el remake de Grandes esperanzas, la actriz ya anuncia el próximo estreno de Burton and Taylor, un telefilme para la BBC en el que saca su lado más femenino para encarnar a la incombustible Elizabeth Taylor. Con su trayectoria cuesta creer que no es actriz de carrera. Nunca estudió arte dramático. Lo suyo es casi accidental.

Desciende de una distinguida familia británica cuyo tatarabuelo fue el primer ministro H. H. Asquith. Pero acabó interpretando las vidas de otros. Y, durante una etapa, eso la hizo sentir insegura. «Con el tiempo he ganado autoconfianza. De joven creía que no me merecía tener ese éxito. Estaba demasiado expuesta. Llegué a paralizarme con mis propias dudas. Ahora sigo siendo bastante crítica conmigo misma, pero me he relajado. No me tomo las cosas tan a pecho y mi vida es mucho más rica. Actuar, en el fondo, es hacer como que eres otra persona. En nuestra sociedad hay mucho de interpretación. Y yo hago eso, actuar. Me pagan mucho dinero por este trabajo, así que he de ser responsable y tomármelo en serio. Pero, a la vez, me digo: ‘¡Dios, no se trata de ganar un Premio Nobel!’».

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