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El espectacular éxito de los memes depresivos: ¿cuándo dejó Instagram de ser la red social de la gente feliz?

Las cuentas dedicadas a la tristeza y la ansiedad, normalmente irónicas, proliferan y crecen a gran velocidad en la red. Hablamos con el creador de @bajonasso, uno de los perfiles con temática triste más seguidos.

Algunas de las viñetas publicadas en la cuenta de Instagram @Bajonasso.
Algunas de las viñetas publicadas en la cuenta de Instagram @Bajonasso.

En la viñeta vemos a una pareja que sostiene un bebé. “No hay nada sagrado en el sufrimiento”, dice él. En otra viñeta aparece un hombre sentado en medio de la nada, que solamente piensa: “Qué tristeza”. En otra una chica de ojos verdes suspira que “hoy es uno de esos días en los que es mejor no levantarse de la cama”. En otra un chico con gafas y sudadera mira al suelo y dice: “Ya no puedo más”.

Todas las viñetas pertenecen a cómics distintos, pero están agrupadas en @bajonasso, una cuenta de Instagram que en menos de dos años de vida ha conseguido casi 100 mil seguidores. “Fue todo un poco casual”, cuenta Toni Anguiano, creador de @bajonasso. “Era la víspera del día que iba a cumplir 35 años y estaba un poco raro, me sentía desdibujado y busqué alguna viñeta que representase cómo me encontraba. A la mañana siguiente, con Andrea, que era mi pareja entonces, se nos ocurrió abrir una cuenta que aglutinase este tipo de viñetas, que representasen un sentimiento de melancolía, de tristeza o de soledad”.

La cuenta creció a una velocidad sorprendente, a pesar de que aparentemente estaba “usando Instagram para hacer justo lo contrario de lo que quiere Instagram, que es vender una cultura del éxito”. En vez de mostrar escenas felices, con parejas perfectas de viaje por Tailandia o comiendo en platos elaboradísimos, con un feed hecho de contraluces y cuerpos perfectos, @bajonasso nos invita a recorrer un mundo gris, donde las personas están solas, cabizbajas y apáticas, casi siempre atrapadas en sus propios pensamientos. “¿Por qué no vamos a mostrar estos sentimientos de vulnerabilidad si luego la gente se siente así, aunque en redes se muestre de otra forma?”

El éxito de @bajonasso no debería verse como una anomalía. En muy poco tiempo, Instagram se ha llenado de cuentas de memes tristes, que utilizan imágenes descontextualizadas de todo tipo para abordar la depresión, la ansiedad y la fatiga. Algunos de los casos más conocidos, y que acumulan millones de seguidores, son cuentas como @sadpeoplememes (77,4 mil), @depression.quotes.__ (113 mil), @textsfromyourexistentialist (484 mil), @sadtopographies (105 mil), @emotionalclub (1 millón) o @sadpeaks (102 mil). En estas cuentas podemos encontrar todo tipo de formatos de memes: desde elaborados collages de pinturas clásicas, pasando por pantallazos de Google Maps o fotogramas de Twin Peaks, hasta imágenes de baja calidad que circulan por internet y que pueden ser involuntariamente melancólicas, como la foto de una máquina expendedora estropeada con un cartel que dice: “Lo siento, pero estoy vacía. Por favor, no me toques”.

En la mayoría de estas cuentas, el humor y la ironía juegan un papel fundamental, ya sea porque los memes son irónicos en sí mismos (una foto de la Rana Gustavo buscando en Google la mejor soga para suicidarse) o porque la tristeza que ilustran es tan hiperbólica que solo puede ser compartida desde la convicción de que nadie lo interpretará literalmente (un texto que dice: “¿mis hobbies? Ya sabes: morir y estar muerto”). Lucie Chateau, experta en nuevos medios de la Tilburg Univerisy y autora de una brillante investigación sobre la función cultural y política de los memes depresivos, los define como “cualquier forma de contenido que haga referencia a sentimientos de autodesprecio, ansiedad o depresión de manera irónica. Ofrecen la posibilidad de compadecernos juntos gracias a estos sentimientos supuestamente compartidos. Los memes depresivos usan la ironía para reconocer algo que es muy real y que está muy extendido, pero de lo que todavía es muy difícil hablar en serio”.

Chateau también reconoce que el crecimiento de estas cuentas es muy reciente: “Diría que los memes depresivos han existido en espacios más subculturales como Tumblr durante los últimos cinco años, pero han empezado a circular en redes sociales mainstream como Facebook o Instagram en los últimos tres”. Para ella, analizar el motivo del crecimiento de estos memes es fundamental, y tiene que ver con la existencia de un malestar colectivo y generacional: “Si todas las personas que comparten o les gustan estos memes pueden identificarse con estos sentimientos de autodesprecio, ansiedad e incluso con pensamientos suicidas es que estamos frente a un problema social y político: el hecho de que sea online y mediado por la ironía no significa que no se sufra de verdad”.

Gestionando nuestro yo: de la felicidad fake a la tristeza auténtica

La existencia de este malestar, sin embargo, sólo explica una parte del éxito de los memes depresivos. ¿Por qué decidimos hacer público nuestro sufrimiento, sea de forma sincera o irónica? Y todavía más importante: ¿por qué Instagram? ¿En qué momento esta red se ha convertido en un lugar idóneo para compartir la pintura medieval de un hombre apuñalado con espadas por tres sitios distintos?

Muchos sociólogos, como la estadounidense Donna Freitas en The Happiness Effect, llevan años analizando cómo las redes sociales han promovido un modelo neoliberal de gestión del yo, donde la felicidad juega un papel fundamental, y las muestras de tristeza o vulnerabilidad han sido activamente ocultadas: en tanto que empresarios de nosotros mismos, se suponía que debíamos promocionar nuestra marca personal, transmitiendo unos valores inspiradores con los que nuestra audiencia se pudiese identificar. La idea de que todos somos microinfluencers en algún momento llegó a cuajar, y quien más quien menos tiene un amigo que ha comprado seguidores, se hace sesiones de fotos para poder actualizar el feed con regularidad y lleva un control de los días y las horas en las que las fotos tienen mayor número de likes.

Esta presión por gestionar nuestra identidad online sigue siendo muy real, pero también se ha extendido la convicción de que esta representación de la felicidad es fake e inauténtica: nadie quiere consumir la intimidad de los demás si las instantáneas de nuestro día a día parecen sacadas de un banco de fotos de stock. Como apunta Chateau, esta conciencia “crítica” es inherente al consumo de las redes sociales: precisamente porque todo el mundo conoce sus efectos homogeneizadores, los posts depresivos han empezado a utilizarse para diferenciarnos de los demás. “Ahora, el nuevo ‘ser perfecto’ es mostrar cuán completamente imperfecta es tu vida. Todo el mundo sabe que no se puede ser feliz todo el tiempo, así que se asume que quien es feliz todo el tiempo está fingiendo”, explica la investigadora. Visibilizar el malestar se ha convertido en la forma más eficiente y rentable de gestionar nuestro perfil y, por lo tanto, nuestra identidad pública: “Los memes depresivos son una parte importante de esta nueva cultura, porque compartir un meme depresivo conlleva demostrar que eres mucho más profundo que tu perfil en redes: no solo publicas cosas felices e idealistas, sino cosas más humanas, sobre luchar y sentirse vulnerable. Estás siendo más auténtico”.

La visión de Chateau es especialmente interesante porque le da la vuelta a la perspectiva habitual sobre el tema. Lejos de ver los memes depresivos solamente como un elemento disruptivo, que rompe con la lógica hedonista de las redes, los trata como parte de la alianza entre el discursos terapéutico de la autoexpresión (¡sé tú mismo) y el discurso neoliberal de autoexplotación constante (¡produce!). Además, Chateau advierte que esta tendencia se ve también favorecida por las grandes empresas del capitalismo de plataformas, en tanto que invita a reducir el abismo que antes existía entre el cómo éramos y el cómo nos mostrábamos en las redes: “El imperativo de autenticidad proporciona una representación más compleja y matizada del usuario, que va de la mano con un aumento de la información que la plataforma tendrá de nosotros, y refuerza así la idea de que usarla forma parte de nuestra genuina autoexpresión.”

 “Aser la automorision”: entre la ironía y el sadfishing

Los memes depresivos son solo una de las muchas formas de estar triste en internet. No es lo mismo postear la foto pixelada de un gato que mira por la ventana y dice “boi a aser la automorision” que escribir en Facebook “me quiero morir”. Entonces, ¿por qué optamos por estas representaciones irónicas y no por frases que expresen en palabras nuestro estado de ánimo? ¿Estamos de broma o estamos deprimidos? ¿Queremos reírnos de nuestras penas o que la gente recompense nuestro sufrimiento con atención y un poco de engagement?

A pesar del crecimiento reciente de estas cuentas, el intercambio de likes por lágrimas no es ninguna novedad, y hay muchos perfiles -personales y comerciales- que han convertido la sobreexposición de la tristeza en una identidad de marca, monetizando cada gramo de empatía que conseguían despertar. El llamado sadfishing, que se define como la acción de publicar posts hablando de problemas emocionales con el objetivo de despertar compasión del público, se ha convertido en una práctica habitual entre estrellas del cine, del deporte o influencers: a la vez que les permite “humanizarse” -hablar de problemas de salud mental permite eludir la perspectiva de clase-, consiguen llegar a nuevos mercados a los que antes no tenían acceso. A pequeña escala, esto se reproduce en muchos usuarios, que han encontrado en los posts tristes -ya sean escritos sobre los complejos adolescentes o fotos al natural hablando de quererse a uno mismo- una forma de conseguir la atención en redes que el capitalismo de plataformas parece exigirnos en todo momento.

Sin embargo, los memes depresivos difícilmente pueden verse solamente como una forma de sadfishing. Por un lado, es evidente que no son ajenos al fenómeno. Como confirma Lucie Chateau, también “escenifican la tristeza a cambio de likes, y funcionan casi como escaparates de roles de autenticidad que los usuarios pueden utilizar para expresarse”. Pero por el otro, en la medida que hacen uso de la ironía, parecen distanciarse del compromiso con la sinceridad y la expresión de una intimidad problemática que rodea el sadfishing. “Creo que la ironía puede y ha sido utilizada por las subculturas para escapar del imperativo de autenticidad”, confirma Chateau. “La ironía permite que las personas no se identifiquen con el contenido que acaban de compartir, pues viene a decir que era ‘solo una broma’. En el caso de los memes depresivos, el uso de la ironía ayuda a mantener hasta cierto punto la privacidad. Significa no tener que comprometernos a compartir nuestros sentimientos más íntimos sobre problemas de salud mental, aún cuando estemos hablando de ellos. La autenticidad nos lleva a exponernos públicamente, pero la ironía nos dice que no esto no tiene por qué ser así.”

Sin embargo, no todos los memes depresivos son iguales. Mientras que una gran mayoría de ellos explotan la ironía y la expresión hiperbólica, hay otros que se oponen a la supuesta frivolidad de estas imágenes para abordar sentimientos como la ansiedad, la fatiga y la depresión. Son los llamados “wholesome memes”  (los “memes saludables”) que, según Chateau, nacen como un intento de corregir los memes depresivos para promover una perspectiva más optimista y positiva, reescribiendo y reutilizando memes depresivos para lanzar un mensaje esperanzador. En vez de celebrar la soledad, el autodesprecio y la misantropía, proponen insights motivacionales que nos animan a sobreponernos y ser felices: “al hacerlo, refuerzan las estructuras de autenticidad, porque rechazan la ironía como forma de autoexpresión. En su lugar, a menudo reiteran las narrativas de la industria del bienestar sobre la recuperación, los mecanismos de afrontamiento y el autocuidado.”

Al igual que pasa con el sadfishing, estos memes ofrecen una perspectiva impolítica de la salud mental, que pasa a ser una cuestión privada que cada uno debe gestionar por su cuenta. No es lo mismo compartir un meme que te anima a sustituir tus pensamientos tóxicos por pensamientos constructivos –concentrando en una sola imagen el espíritu de la cultura de la autoayuda– que un meme sobre precariedad económica que nos recuerda los condicionantes sociales de la depresión. Como concluye Chateau, “es importante considerar que estos valores existen dentro de una narrativa terapéutica que promueve la individualización de la enfermedad mental y la obligación social de recuperarse. Aunque rompen con el estigma, lo que estos memes vienen a decir es que sobreponerse a la enfermedad mental es responsabilidad del individuo y, sobre todo, que debe hacerse desde la autenticidad, ante la mirada público, para que todos puedan ver tu ejemplo de autosuperación e inspirarse.”

¿Privatizar el malestar o politizar el malestar?

Planteado así puede parecer un falso dilema, pero parece evidente que el contenido y la función de los memes depresivos cambia mucho según si se adscriben a la lógica terapéutica del capitalismo emocional o si bien evocan irónicamente las condiciones políticas de este malestar. Sin embargo, para aclarar este debate, no puede pasarse por alto las particularidades formales de los memes depresivos y el tipo de consumo que se hace de estas imágenes en una plataforma como Instagram.

En el caso de @bajonasso, Toni Anguiano tiene claro que el crecimiento de la cuenta no puede desligarse de fenómenos como el sadfishing  y del hecho que gran parte de su público –el 78% del cual tiene menos de 34 años– llega a la cuenta porque se sienten identificados con la estética melancólica de las viñetas. Por esta razón, no quiere “caer en una estetización banal de la tristeza, no me gusta fomentar el ensimismamiento”; su intención, en cambio, es que la cuenta se convierta en un espacio divulgativo sobre el mundo del cómic, pero el hecho que las viñetas se cuelguen y se compartan descontextualizadas en stories provoca que circulen y se consuman como si fueran memes. “La ausencia de contexto es un arma de doble filo”, apunta Anguiano, ya que al separar las escenas de la trama que les da sentido, “la gente se toma las viñetas como si fueran un dogma”, hasta el punto que a veces el sentido original de la imagen se pierde: no es lo mismo leer El mal camino, de Simon Hanselmann, donde la vulnerabilidad emocional de sus protagonistas es inseparable de la precariedad económica (y, en general, de una representación crítica de la sociedad capitalista) que ver simplemente a Megg tumbada en el sofá, bebiendo y drogándose, suspirando por un pasado que no volverá.

En este sentido, resultan muy interesantes las reflexiones de la artista estadounidense Christine Wang, quien ha trabajado los memes depresivos a nivel formal, con el objetivo de explorar el potencial subversivo de estas imágenes fuera de las redes sociales. En su exposición más reciente, titulada ‘Coronavirus memes’, la artista pintó una serie de memes tristes en los que se ironizaba sobre el malestar causado por la pandemia. “Todas la mañanas hago doom-scroll en Instagram y miro memes. Mis cuadros son naturalezas muertas del mundo actual: los veo como una forma de documentación de lo que estamos viviendo. Los memes revelan la naturaleza fallida del capitalismo y de nuestra sociedad en general, además de expresar experiencias y perspectivas muy personales. Esta combinación crea una experiencia muy familiar, que facilita que el espectador pueda identificarse”.

Wang empezó a pintar memes en 2017, aunque ya llevaba muchos años haciendo ‘joke paintings’ combinando imagen y texto, porque una de sus principales preocupaciones era ver que el significado social de estas imágenes dependía del contexto. “Debido a que el meme ha cruzado el umbral hacia los espacios de la galería, es considerado y contemplado por una comunidad potencialmente diferente a la que lo habría visto originalmente en digital. Incluso si las mismas personas que entran a la galería fueran las mismas que se habrían encontrado el meme online, una galería le pide al espectador que considere el meme en una escala de tiempo y tamaño diferente”. Al cambiar la forma de consumo de estas imágenes, Wang cree que también puede cambiar su función: “quiero que la gente se ría y luego piense en cómo los problemas están afectando sus vidas y sus cuerpos”.

Aunque quede encapsulada en una imágen de consumo rápido, la ironía es para Chateau la única vía de llevar los memes depresivos a un plano político: “Mi objetivo al estudiar estos memes siempre fue mirarlos, desde una perspectiva generacional, como prueba de esta ansiedad paralizante y generalizada, para decir: si todos nos sentimos así, es porque las causas están ahí fuera, en el mundo real, no solo en nuestras cabezas”. Sin embargo, Anguiano no ve tan claro que sea posible hacer este salto, y que los sentimientos despertados en las redes puedan movilizarnos fuera de ellas: “utilizando este tipo de herramientas me resulta muy difícil hablar de poder emancipador, cuando estás aceptando los términos de las empresas que controlan las redes”.

Sea como sea, lo que todos parecen tener claro es que el potencial político de los memes depresivos, en caso de existir, se juega en la posibilidad de hacer del malestar una experiencia colectiva, compartida por millones de personas, y evitar que este llegue a convertirse en un estilo de consumo privado, en un mecanismo de gestión de la identidad (dentro y fuera de las redes, como parte de una narrativa terapéutica sobre el desarrollo personal). Y no se me ocurre mejor ejemplo de resistencia frente al imperativo de autenticidad que un meme depresivo que habla, precisamente, del uso de la ironía en las redes. En la imagen vemos muchas máscaras puestas unas encima de otras –máscaras que, en realidad, reproducen el rostro de un conocido meme– y debajo podemos leer: “Me he enterrado bajo demasiadas capas de ironía y ahora ya no puedo recordar quién soy realmente.”

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