«Anna Wintour decide si te abren las puertas de la moda o no. A mí me las cerró»
Charlamos con Miguel Adrover sobre la fugacidad de la moda, la falsa sostenibilidad y el futuro del sector. Y no se corta en contarlo todo.
«Solo han pasado cuatro años de mi último desfile; lo que dije entonces todavía es relevante. Cuando se haya asimilado, volveré», asegura Miguel Adrover a S Moda horas antes de ofrecer una conferencia como primer invitado del ciclo ‘Out of Metrics’, organizado por FAD en Mazda Space, Barcelona. «No tengo necesidad de impactar a las modernas; siento necesidad de impactar al planeta», explica el diseñador de 50 años, que se convirtió en la gran esperanza de la moda norteamericana hasta que el 11-S truncó su sueño. «Ya me han dicho todo lo que tenían que decirme; si me retirara ahora, lo haría con una biografía impecable», defiende el mallorquín, que volvió a la pasarela neoyorquina en 2008… y de nuevo en 2012. «Quizá mucha gente no esté de acuerdo con mi discurso, pero no he tenido críticas», zanja. Para entender mejor su punto de vista, charlamos con él cara a cara. Estos son sus pensamientos en 60 minutos.
Sobre la necesidad de desconectar en un mundo hiperdigitalizado.
«Vivo en el campo desde hace casi un año y medio. No tengo mucho contacto con nadie. No tengo fobia, pero me cuesta relacionarme. Me he aislado. No tengo móvil ni estoy en las redes. No estoy desconectado, porque tengo internet y leo cada día artículos; de manera que estoy informado. Pero me gusta mantener las distancias. Antes viajaba casi cada dos semanas. Supongo que necesitaba calma. Creo que hoy en día es casi más relevante no hacer nada que hacer un montón de cosas y ponerlas en Twitter».
Ser rebelde en moda y operar fuera de las métricas mercantiles, ¿realidad o ficción?
«Depende de a qué escala quieras hacerlo y qué reconocimiento busques, pero es posible llegar a tener una profesión en esta industria sin estudiar; yo soy el ejemplo. Soy autodidacta; terminé la escuela a los once años, antes de octavo de EGB. De pequeño me interesaba la ropa; y he conseguido abrime un hueco sin pisar una escuela de diseño. Tuve un buen aprendizaje. Era amigo de Lee (Alexander McQueen) y durante muchos años colaboré con él, haciendo research y consulting. A su lado aprendí cómo funcionaban las cosas por detrás, cómo funcionaba por detrás tener un label, tener una compañía…»
De los 15 minutos de fama de la generación 2.0.
«Han pasado muchos años de mi primera incursón en esta industria. Todo es diferente. Antes no existía el canal digital. La exposición era mucho menor, pero cuando un diseñador se daba a conocer, su trabajo perduraba más. Hoy si no te haces una foto un día sí y otro también, la gente te olvida. Con Internet todo se acelera… Quizá la gente pueda ver tu propuesta casi en directo… Pero también la desecha al instante. Nada cuaja. Cualquiera puede ser famoso sin hacer nada. Basta con colgar una foto o subir un vídeo para conseguir miles de seguidores. Hay mucha paja en internet».
Acerca del crack del sistema que rige los mecanismos de esta industria.
«La moda se pasó de moda. Así de claro. Porque ha llegado a un nivel de las masas. Yo adopté este oficio porque social y ecológicamente me estimulaba como espacio de reivindicación. Desde niño me ha atraído la ropa. No por status social, sino por dignidad y forma de expresión. Me fascina, por ejemplo, la vestimenta de los indios del Amazonas, o las plumas de las aves del paraíso de las tribus de Papúa Nueva Guinea… Pero la industria ha cambiado mucho. Ahora es como el sector automovilístico. Funciona como un equipo de fútbol. Se ha masificado demasiado. Hoy hay una fashion week en cada pueblo. Han abierto tantas escuelas de diseño que no sé si habrá trabajo para toda esta gente… Ni talento. Aunque está comprobado que para triunfar no solo necesitas talento… Hace falta que le entres bien por el ojo a una multinacional y te contrate. Hacerlo sin ayuda es muy díficil. Los grandes grupos lo saben. Por eso LVMH o Kering acuden a escuelas como Saint Martins y esperan allí a la siguiente generación de graduados, para ver a quién eligen.»
Sobre el renacimiento del sector.
«La moda tiene que volver a nacer. Reinventarse. No tiene sentido que Karl Lagerfeld se gaste cuatro millones solo en el montaje del espacio donde va a presentar la colección. Eso solo significa que ha perdido el poder de comunicación que tiene con la sociedad. La moda está totalmente desconectada de la realidad. Basta con repasar los últimos desfiles de Nueva York, Milán, París o Londres. Nadie se ha atrevido a ni tan siquiera comentar la crisis de los refugiados, los atentados de París, el avance de la extrema derecha en Europa… ¿Qué tiene de extraordinario que Kanye West ponga a diez negros en su show? El casting de todos mis desfiles incluía modelos de todas las etnias y nunca nadie comentó nada. Ahora le dan mucho bombo y platillo a cualquier cosa».
De la fugacidad de la moda.
«No hay memoria histórica; y es algo peligroso. Porque sin memoria histórica es imposible avanzar».
Acerca del nombramiento de Demna Gvasalia como director creativo de Balenciaga.
«A mí el lema A rey muerto, rey puesto no me funciona. Las compañías venden que los creadores son artistas, cuando en realidad los remplazan sin más. ¿Se siguen pintando cuadros de Picasso? No. ¿Por qué en moda sí? ¿Por qué murió McQueen y se siguen confeccionando diseños con su firma? Es algo que no puedo comprender. Cuando un creativo muere, debería morir su compañía. Sé que hay una industria detrás. Pero las nuevas generaciones también necesitan espacio para avanzar. Lanvin, Balmain… ¡Qué sentido tiene intentar resucitar de las tumbas etiquetas de décadas atrás! Raf Simons se tuvo que ir porque no aguantaba más. Estamos hablando de seis colecciones al año –eso, si solo haces una marca–. Normalmente los grupos de lujo suelen engañar a los chicos diciéndoles “tendrás dinero para poder lanzar tu propia marca”. Pero, claro, si trabajas en dos marcas, te vuelves loco. Las cosas tienen que reposar. Este ritmo de producción frenética solo demuestra que esta industria no tiene alma; es puro negocio».
Sobre la necesidad de las tendencias.
«Casi todo es superfluo. La gente ha perdido el sentido del estilo. En su lugar, adopta tendencias, marcas, logos. Una persona tarda años en encontrar su propio estilo. Yo me puedo poner mañana un vestido y tacones si me da la gana. Pero mi look –mi imagen, mi estilo, mi silueta– no es algo que pueda cambiar cada semana. No puedo ir un día de yupi y otro de hipster. No tiene lógica. Puedes hacerlo pero ¿qué personalidad tienes? Esa falta brutal de personalidad es precisamente el cambio más tremendo que ha sufrido la moda en los últimos 40 años. A finales de los 70, movimientos artísticos y sociales como el punk ayudaron a que la sociedad pudiera cambiar. Gracias a ellos hoy que alguien lleve una cresta está aceptado. Pero la gente que llevaba esa vestimenta en los 70 tuvo que sufrir rechazo social. En mi pueblo, a mis padres ni siquiera les hablaba la gente porque yo iba súper extravagante. Sin duda, es una noticia alentadora que el rechazo social haya desaparecido. Pero se ha perdido también el sentimiento de lucha. Andar por la calle sabiendo que mucha gente te iba a insultar, te hacía más fuerte. Hoy detrás de una imagen no hay ninguna reivindicación, solo seguidores virtuales. La gente se siente complacida si tiene un millón de «me gusta». Pero, ¿tener más seguidores significa que eres mejor? Yo no lo creo».
De la moda como plataforma de cambio social.
«Vivienne (Westwood) es la única que, desde un principio, sigue predicando una conciencia ecológica. Lo que pasa que hoy en día se ve obligada a tener que producir, vender y joder el mundo. Sin embargo, ¿realmente afecta al planeta? Muy poco. Lo más lógico sería que H&M y Zara fueran 100% ecológicos. Quién sabe. Quizá algún día se vean obligados. A la moda le queda muy pocos años de vida. Le queda la misma vida que a los subsuelos del planeta. Piensa que para producir una camiseta de algodón de manga corta necesitas seis metros cuadrados de terreno. Suma pesticidas, fertilizante, tintes químico. Si repites ad eternum este proceso, al cabo de ocho años el suelo no producirá más, los subsuelos estarán envenenados y acabarán en un riachuelo que llegará a un pueblo o a una plantación de comida. Con la velocidad a la que la población del planeta está creciendo, ¿cómo es posible pensar que podemos comprar camisetas cada semana? ¡Y menos a cinco euros! Si vendes una camiseta a cinco euros, ¡algo raro hay en esa cadena de producción!
Acerca de la doble cara de sostenibilidad.
«Hay diseñadores que meten dos camisetas de algodón orgánico en su colección y luego lo promocionan con grandes titulares y la gente se cree que es orgánico. Yo he trabajado con una compañía orgánica en Alemania durante ocho años (la compañía de venta por catálogo Hess Natur) y no es fácil. Necesitas controlar muy bien los recursos y meterte en producción con campesinos en la India, en Burkina Faso… Ser sostenible sigue siendo una herramienta de marketing. Hasta que no lo pongan por ley nadie hará caso. Debería regularlo el Estado. Como creo que debería regular la vestimenta y el consumo. No estoy en plan comunista. Pero me parece que hemos llegado a un punto en el que la gente ni siquiera tiene cariño a la ropa».
Someterse o no a los clichés preestablecidos.
«Cuando yo empecé estaba Donna Karan, Calvin Klein… Y en el lado opuesto, AsFour –que vendían en mi tienda–, Bernadette Corporation, Susan Cianciolo… y yo. No había nadie más. Mi primeros desfiles atrajeron a la prensa porque yo era el primer creativo que representaba la multiculturalidad de Nueva York. La industria está controlada por personajes que deciden quién entra y quién no. Y estamos hablando de Anna Wintour y pocos más. A mí me abrieron las puertas pensando que podrían hacer conmigo lo que les diera la gana. Pero en el momento en que vieron que no me podían manejar, dejaron de apoyarme. Anna Wintour decide si se te abren las puerta o no. Lo sé por mi experiencia. Estuve a punto de conseguir un patrocinador para mi marca, pero ella dijo que no y retiraron la oferta. No una vez. Unas cuantas veces. Todo pertenece a Condé Nast. Ellos hacen y deshacen lo que les da la gana. No puedes florecer en una esquina y hacerte famoso; tienes que contar con su apoyo. No me parce sano».
De los sueños y las aspiraciones de un creativo/visionario.
«Lamento no haber podido llegar con mi filosofía a un margen mucho más global. Me habría gustado llegar a más gente con vallas publicitarias. Poner a una señora de clase social alta lavándole los pies a la criada en una campaña. ¿Diseñar para otro? No. No soy una persona ambiciosa. No quiero un imperio. Me conformo con lo que tengo en el pueblo. Nunca he perseguido la fama. Si la hubiera perseguido, la tendría. ¿Qué persigo? Me he encontrado a mí mismo –es algo que buscaba–; porque, cuando me mudé a Mallorca, me costó mucho mirarme al espejo y verme. Veía un personaje.
Sobre la creatividad.
«Cualquiera puede hacer un vestido bonito. Si tienes dinero, lo mandas a la India y te lo bordan de arriba abajo. No puedes comparar el trabajo de Lagerfeld –que tiene detrás el estudio de Chanel, con los mejores artesanos de Europa a su disposición– con el de una persona que diseña en una habitación pequeña en cualquier ciudad del mundo sin recursos. Sin embargo, la necesidad lleva a la creatividad. El futuro de la moda está en los espacios pequeños. Allí surgirán las mejores ideas».
De presentar una colección cada seis meses.
«No tengo inversores. Para montar un desfile, tengo que sacar dinero de mi bolsillo. El último me costó cien mil euros. No me lo puedo permitir. Tampoco quiero. Mi último show se está reflejando ahora en las pasarelas. Thom Browne era casi copiado exacto.»
Acerca del proyecto en el que está trabajando actualmente Adrover. «No sé cómo explicarlo. Es muy salvaje. Uso sangre, cosas de animales… No es una obra artística. Pero siempre me inspiro en artículos de periódico. Puedo ser un reportaje sobre una petrolera en Nueva Guinea… O las últimas noticias sobre la crisis migratoria, que me afecta muchísimo. Me duele que nadie en mi campo diga nada. Me da rabia no estar en el circuito para gritar».
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