El estilo de Catalina salva Inglaterra
Cuando Inglaterra entra en recesión, Catalina se convierte en salvadora de la monarquía y la industria textil inglesa.
Si no fuera la princesa de Inglaterra, Catalina Middleton pasaría desapercibida. Su melena, su ropa, sus accesorios… Nada en ella llama la atención. Sin embargo, cada vez que aparece con un vestido de una cadena low-cost, consigue que el público enfervorecido termine en apenas horas con las existencias de esa prenda. Es el «efecto Kate», una compra compulsiva colectiva que ha logrado doblar las ventas de firmas como Reiss. Su dueño, David Reiss, confesaba no haber sido consciente de la repercusión de la duquesa de Cambridge cuando esta lució un vestido blanco de la firma en las fotos oficiales de compromiso. Aquella pieza, que costaba unos 190 euros, se vendió a razón de uno por minuto hasta que se agotó. Meses más tarde, para recibir a los Obama, Kate apareció con un modelo en color tostado que triplicó las visitas de la web de Reiss. En enero, David declaraba que las ventas en el Reino Unido de la firma en 2011 habían aumentado de 5,2 millones de euros a 10,5 gracias a Kate.
El estilo de Catalina cobra vigor ahora, cuando se cumple un año de la boda real e Inglaterra entra oficialmente en recesión. No es un mero análisis estético. Según algunos economistas, el «efecto Kate» hace prever unos beneficios de más de mil millones de euros a repartir entre firmas británicas: Reiss, Topshop, Whistles, Links of London, McQueen, Issa e incluso distribuidores de pronto moda que lanzan al mercado copias de los modelos más caros de la duquesa. Porque Kate no solo viste moda low cost. Jenny Packham, Erdem, Roksanda Ilinic y Burberry Prorsum son algunas de las firmas que también luce en ocasiones. Sin embargo, una camarilla de diseñadores –con Vivienne Westwood, Christopher Kane y Nicholas Kirkwood a la cabeza– desprecia el estilo de la princesa y la acusa de comprar demasiado en cadenas de bajo coste y no tanto en firmas de diseñador. Todos quieren un pedazo del «efecto Kate». Es el mejor soporte publicitario: no cuesta dinero, aumenta las ventas y el nombre del creador da la vuelta al mundo.
Abrigo de Missoni, con zapatos de Rupert Sanderson.
No parece probable que estas críticas perturben a la duquesa de Cambridge, que juega la baza de la chica normal. Una chica que comparte ropa con su madre, repite modelos y compra vestidos baratos. Una chica que acerca a la calle una institución arcaica y hasta ahora distante. La ropa lowcost reafirma la idea de que todo el mundo puede vestir como una princesa, algo que ya anticipó Letizia cuando apareció con un vestido de Mango. De hecho, Letizia y Catalina comparten armario (al menos conceptualmente). Ambas reciclan modelos, apuestan por creadores patrios y tienen un diseñador de cabecera (Felipe Varela y Sarah Burton, respectivamente).
No es lo único que comparten. Tras los escándalos de la caza del Rey y la imputación de Iñaki Urdangarín, Letizia se ha erigido en sostén de la monarquía española. Lo mismo ocurre con Catalina Middleton. Desde su boda, la popularidad de la monarquía ha aumentado un 60% en Gran Bretaña. Mientras diseñadores y gurús de la moda como Vanessa Friedman o Mary Portas acusan a Catalina de vestir de forma aburrida, las cifras avalan su estilo. En un momento crítico para la economía, los ciudadanos buscan embajadores fiables lejos del escándalo. Aun hoy recuerdan los versaces con los que Diana reafirmó su estatus tras su divorcio o los chaneles con los que Carolina de Mónaco superó los desplantes de su marido. Quizá los monárquicos prefieran menos estilo y más sosiego.
Letizia Ortiz, fiel a Felipe Varela.
Catalina con un vestido de Alice Temperley.
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