Capas para heroínas, romance anticrisis
En un momento en el que la moda apunta hacia un nuevo romanticismo, la capa otorga y pide drama y muchos metros de tela.
Qué tienen en común Drácula, Caperucita y El Zorro, o Lord Byron y Robin Hood? Que utilizan la misma prenda de abrigo, seguramente la primera que se tejió, y por ello la más simple: la capa. Espadachines embozados, damas al galope y príncipes al rescate. Son imágenes llenas de romanticismo que comparten unos metros de paño de lana, abrazados al cuello de una silueta en inquieto movimiento. Estampas de fantasía que hoy recogen muchos diseñadores que hacen de la capa una de las prendas de abrigo más interesantes del otoño. Tanto si le han visto un sesgo protector ante los envites de la crisis, como si se han dejado llevar por la infinita lista de símbolos que la cargan, proponen una oferta de capas infinita.
En Balenciaga, Nicolas Ghesquière sugiere sucintas capelinas impermeables que se posan sobre los hombros como un geométrico peinador, de una brevedad que solo supera el defenestrado Christophe Decarnin, de Balmain, que casi las deja en hombreras. Arropan a contemporáneas cerilleras y caperucitas modernas cuando cubren hasta la cintura, como en Marni o en Nina Ricci. Y crecen hasta el orillo de la mini en Donna Karan, que las coloca sobre adolescentes urbanas para su línea DKNY, renovando una silueta college que no puede prescindir de ellas. Salen a la caza rematadas con cuellos de piel en Blugirl, y se desenvuelven con desparpajo en Moschino, donde Rossella Jardini las acaba con un volante para la colección Cheap&Chic de la firma. Alber Elbaz llena de elegancia un bosque con sus capas de cachemir, cuero y astracán, que cierra con un broche enjoyado y toca con un sombrero. Alberta Ferretti las prefiere de piel de cordero, en un patrón de campana que regresa desde los años 60. Karl Lagerfeld usa el inevitable tweed de Chanel para abrigar a una exploradora sexualmente equívoca y galáctica, mientras Tommy Hilfiger saca la capa al campo al adornarla con capelina –más vale que sobre– y cierres de trenca.
En un momento en el que la moda apunta hacia un nuevo romanticismo, con lo gótico haciendo estragos en la cultura popular, la capa otorga y pide drama y muchos metros de tela. Una silueta estudiada que la devuelve a su gran dimensión, la de la elegancia en movimiento, que Antonio Berardi recrea con una sobriedad depurada, entre monacal y masculina. Un rigor que comparte con Stefano Pilati para Yves Saint Laurent y Christophe Lemaire para Hermès en sus propuestas generosas y depuradas, y que Peter Dundas adorna con tintes historicistas al recuperar el patrón napoleónico para Pucci.
Posibilidades reales. Poniendo un poco de pragmatismo al tema, cabe decir que la capa tiene serios inconvenientes para adaptarse a la vida cotidiana. Por su amplitud, es difícil manejarse con ella o llevar un bolso colgando. Y tener que sacar los brazos para pagar el autobús o contestar al móvil exige ir bien abrigada debajo, lo cual hace de los guantes largos un buen aliado. Son pegas que la incapacitan para ser la única prenda de abrigo de un armario, aunque su belleza compensa con creces cierto grado de incomodidad. Al fin y al cabo, esta pieza ofrece la posibilidad de sacar un rato a la pequeña Dorrit o a la emperatriz austro-húngara que llevamos dentro, y en eso radica su gracia.
A pesar de todo, resulta una elección imbatible para la noche. Así lo demuestra el tradicional modelo español que algunos talleres artesanales entregan a sus clientes, como lo hace desde 1901 Seseña, sin variar un ápice el patrón. O el desfile de capas que se vio recientemente en la fiesta que la top de las estilistas, Carine Roitfeld, dio en París, inspirada en los vampiros y a la que muchas invitadas acudieron cubiertas por ese manto que protege del frío, de la crisis y de los mordiscos.
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